Cuento: “Los cocuyos que iluminaban los sueños”
En un pequeño pueblo mexicano llamado San Estrellita, donde las montañas acarician el cielo y los campos de maíz se mecen al ritmo del viento, vivía una niña llamada Sofía. Sofía tenía cabellos oscuros como la noche y ojos brillantes como dos luceros. Cada tarde, después de hacer sus tareas, salía a jugar al jardín de su abuela, donde un mundo mágico la esperaba. Los girasoles, altos y orgullosos, se balanceaban con el viento, mientras las mariposas danzaban alrededor de las flores. Pero lo que más fascinaba a Sofía eran los cocuyos, esos pequeños insectos que, como estrellas fugaces, iluminaban la noche.
Una noche, mientras el sol se escondía detrás de las montañas, Sofía se sentó en la terraza de su abuela, mirando el horizonte. “¿Abuelita, por qué los cocuyos brillan?”, preguntó curiosa. La abuela, con una sonrisa en su rostro, respondió: “Los cocuyos son los guardianes de los sueños, Sofía. Ellos encienden la luz en nuestras noches y nos ayudan a soñar”. Sofía se quedó pensativa, imaginando todas las maravillas que podría soñar bajo el resplandor de esos pequeños seres.
Pero una noche, algo extraño sucedió. Al caer la oscuridad, los cocuyos comenzaron a desaparecer uno a uno. Sofía, preocupada, decidió investigar. Se puso su chaqueta favorita, la que tenía bordados de flores, y salió en busca de respuestas. Caminó por el sendero del bosque, iluminado solo por la luz de la luna. El susurro de las hojas y el canto de las ranas le hacían compañía. “¡Cocuyos, cocuyos!”, llamaba Sofía con esperanza, “¿Dónde están?”.
Al llegar a un claro, encontró a un grupo de animales reunidos: un conejo, una ardilla y un búho. “¿Qué sucede aquí?”, preguntó Sofía, con la voz entrecortada por la preocupación. “Los cocuyos han perdido su luz”, dijo el búho, con su voz profunda. “Una sombra oscura ha llegado a nuestro bosque y los ha asustado. Sin su luz, no podemos soñar”.
Sofía sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Debemos hacer algo”, exclamó con determinación. “No podemos permitir que la oscuridad se apodere de nuestros sueños”. Así, juntos, decidieron formar un plan. Sofía recordó las historias que su abuela le contaba sobre el valor y la amistad. “Si unimos nuestras fuerzas, podremos ahuyentar a la sombra”, propuso.
El grupo se adentró en el bosque, siguiendo el eco de la sombra que había robado la luz de los cocuyos. Después de un rato, llegaron a un antiguo árbol que parecía tener vida propia. Sus ramas se retorcían y su tronco estaba cubierto de espinas. En la base del árbol, la sombra se movía como una serpiente, tratando de ocultarse de la luz de la luna.
“¡Alto!”, gritó Sofía con valentía. “No permitiremos que te lleves la luz de nuestros cocuyos”. La sombra se detuvo y se volvió hacia ellos, revelando una cara triste y oscura. “No lo hago por maldad”, murmuró. “He estado sola durante tanto tiempo y solo quiero compañía. Sin la luz, me siento perdida”.
Sofía, con su corazón lleno de empatía, se acercó a la sombra. “Todos necesitamos luz en nuestras vidas, pero también compañía. ¿Por qué no te unes a nosotros en lugar de robarnos la luz?”. La sombra, sorprendida por la bondad de la niña, se quedó en silencio. Los demás animales miraban expectantes, esperando la respuesta.
“¿Podrías… podrías darme una oportunidad?”, preguntó la sombra, temerosa. Sofía sonrió y extendió su mano. “Claro que sí. Ven, te enseñaremos cómo los cocuyos iluminan nuestros sueños y te haremos sentir parte de nuestro mundo”. La sombra, moviéndose lentamente, se acercó a Sofía. Con un toque suave, ella encendió la luz en el corazón de la sombra.
De repente, un brillo resplandeciente llenó el claro. Los cocuyos comenzaron a regresar, revoloteando felices alrededor de Sofía y la sombra. “¡Lo logramos!”, gritó la ardilla, saltando de alegría. “Los cocuyos han vuelto”. La sombra, ahora llena de luz, se transformó en un hermoso ser brillante, con alas de colores que deslumbraban.
“Gracias, Sofía”, dijo la sombra, que ahora era un ser de luz. “Prometo cuidar de los cocuyos y ayudar a que nunca más se sientan asustados”. Desde esa noche, el bosque brilló con una luz mágica, donde cocuyos y la sombra, ahora llamada Lúmina, se convirtieron en amigos inseparables.
Sofía regresó a casa con una gran sonrisa en el rostro, sabiendo que la bondad y la amistad pueden iluminar incluso las sombras más oscuras. Cada noche, al mirar por la ventana, veía a Lúmina volando con los cocuyos, llenando el cielo de estrellas brillantes que iluminaban sus sueños y los de todos en San Estrellita.
Moraleja del cuento “Los cocuyos que iluminaban los sueños”
La verdadera luz brilla en el corazón que comparte amor y amistad; con valentía y empatía, los sueños pueden volar.
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