Cuento: “La serpiente emplumada y los sueños del pueblo”
Érase una vez, en un rincón vibrante de México, un pequeño pueblo llamado Xochitlán, donde el sol brillaba intensamente y las flores llenaban el aire con su dulce fragancia. En este pueblo, la gente vivía en armonía con la naturaleza, cultivando maíz dorado y flores coloridas que decoraban cada hogar. Sin embargo, había un secreto que los ancianos susurraban a los niños alrededor del fuego: la leyenda de la Serpiente Emplumada.
La Serpiente Emplumada, llamada Quetzalcóatl, era un ser majestuoso, mitad serpiente y mitad ave, con plumas resplandecientes que reflejaban todos los colores del arcoíris. Se decía que Quetzalcóatl era el guardián de los sueños de la gente y que cada noche volaba sobre Xochitlán, escuchando los anhelos de sus habitantes.
Una mañana, en la plaza del pueblo, un niño llamado Tlaloc se acercó a su abuela, Doña Rosa, con un brillo en sus ojos. “Abuela, ¿puedes contarme otra vez la historia de Quetzalcóatl?” Doña Rosa sonrió, mientras acariciaba la cabeza del pequeño. “Claro, Tlaloc. Pero esta vez, quiero que tú me cuentes qué es lo que más sueñas.”
Tlaloc se quedó pensativo y, después de un momento, dijo con determinación: “Quiero que nuestro pueblo nunca sufra sequías, y que siempre tengamos suficiente maíz para comer.” La abuela lo miró con orgullo y le respondió: “Los sueños son poderosos, hijo. Pero hay que ser valiente para hacerlos realidad.”
Esa noche, mientras el pueblo dormía, Tlaloc no pudo cerrar los ojos. Recordó las historias de su abuela y sintió que debía hacer algo para que su sueño se cumpliera. Así que, con la luna iluminando su camino, salió de su casa y se dirigió a la colina donde se decía que Quetzalcóatl se manifestaba.
“¡Quetzalcóatl! ¡Escucha mis sueños!” gritó Tlaloc, con toda su fuerza. De repente, un viento suave comenzó a soplar, y una luz brillante apareció ante él. Era Quetzalcóatl, majestuoso y radiante. “¿Qué deseas, pequeño soñador?” preguntó la serpiente con una voz profunda y melodiosa.
Tlaloc, con el corazón palpitante, explicó su deseo. “Quiero que nuestro pueblo siempre tenga agua y que nunca sufra por el hambre.” Quetzalcóatl lo miró fijamente, y tras un breve silencio, le dijo: “Para que los sueños se cumplan, debes aprender a cuidar de la tierra y a trabajar en unidad con tu pueblo. La naturaleza responde a nuestras acciones.”
Desconcertado, Tlaloc se dio cuenta de que su sueño no sería fácil de alcanzar. “¿Cómo puedo lograrlo?” preguntó con sinceridad. “Deberás organizar a tu comunidad, enseñarles a respetar el agua y el maíz, y recordarles que juntos son más fuertes. Solo así verán florecer sus sueños,” respondió Quetzalcóatl, antes de desaparecer en un destello de luz.
A la mañana siguiente, Tlaloc reunió a los habitantes de Xochitlán en la plaza. Con valentía, compartió su encuentro con la Serpiente Emplumada y su mensaje. Algunos se rieron, pero otros, como Doña Rosa, vieron la sabiduría en sus palabras. “Es cierto, hemos olvidado cuidar de nuestra tierra,” dijo la abuela con firmeza.
Así, el pueblo se unió y comenzaron a trabajar juntos. Organizaron talleres para aprender a conservar el agua, y cada familia plantó un pequeño huerto. A medida que pasaban los días, la tierra se llenó de vida, y las cosechas comenzaron a prosperar. Los niños jugaban entre los campos de maíz, y los adultos compartían risas mientras sembraban juntos.
Sin embargo, un día, una nube oscura apareció en el horizonte, y un fuerte viento comenzó a soplar. Era un aviso de que una sequía severa estaba por llegar. Los aldeanos se preocuparon, pero Tlaloc recordó las palabras de Quetzalcóatl. “No debemos rendirnos. ¡Debemos unirnos aún más!” gritó.
El pueblo se organizó para construir canales que llevaran el agua de los ríos a los campos. Trabajaron día y noche, enfrentando el sol ardiente y el viento fuerte. Las manos estaban cansadas, pero los corazones eran valientes. Mientras tanto, Tlaloc nunca dejó de soñar. Sabía que, si todos se unían, podrían vencer cualquier adversidad.
Finalmente, después de días de arduo trabajo, los canales se completaron y, justo a tiempo, la lluvia comenzó a caer. Cada gota era como una bendición, llenando de vida los campos sedientos. El pueblo celebró con danzas y canciones, agradeciendo a Quetzalcóatl por haber escuchado sus sueños y por haberles enseñado a trabajar juntos.
Desde ese día, los habitantes de Xochitlán no solo aprendieron a cuidar de su tierra, sino también a valorar la fuerza de la unidad. Tlaloc, convertido en un joven sabio, siempre recordaba las lecciones de la Serpiente Emplumada y contaba su historia a los niños del pueblo, para que nunca olvidaran que los sueños, cuando se comparten y se luchan en comunidad, pueden hacerse realidad.
Moraleja del cuento “La serpiente emplumada y los sueños del pueblo”
Los sueños son semillas que florecen en la unión; cuidemos la tierra y juntos alcanzaremos la abundancia.
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