La luna que arropaba al pueblo

La luna que arropaba al pueblo

Cuento: “La luna que arropaba al pueblo”

Era una noche serena en el pequeño pueblo de San Estrella, un lugar escondido entre montañas verdes y vastos campos de flores de colores brillantes. La luna, enorme y radiante, colgaba en el cielo como una lámpara mágica, iluminando cada rincón del pueblo con su luz plateada. Las estrellas titilaban a su alrededor, formando un manto brillante que hacía sentir a todos los habitantes un aire de paz y armonía.

En una de las casas del pueblo, vivía una niña llamada Lucía. Era una niña de cabellos oscuros como la noche y ojos brillantes como el mismo sol. Cada noche, cuando el reloj de la iglesia daba las ocho, Lucía se sentaba en el umbral de su casa y miraba hacia la luna. “¡Luna hermosa! ¿Por qué brillas tanto?”, solía preguntarle con su voz suave y melódica.

Una noche, mientras contemplaba la luna, notó que algo extraño sucedía. La luna parecía más cerca, casi como si pudiera escucharla. “Lucía”, susurró la luna con una voz suave como el viento, “he estado observando tu corazón bondadoso y quiero que me ayudes”.

Lucía, sorprendida pero emocionada, respondió: “¿Ayudarte? ¿En qué puedo hacerlo, querida luna?”. La luna le explicó que había un grupo de niños en el pueblo vecino, que no podían dormir por las pesadillas que les acechaban cada noche. “Ellos necesitan de tu luz, de tu alegría, para poder encontrar la paz en sus sueños”, dijo la luna.

Sin dudarlo, Lucía se puso su abrigo y se aventuró hacia el pueblo vecino. Caminó por el sendero iluminado por la luna, sintiendo su cálido abrazo en cada paso. Cuando llegó, encontró a los niños reunidos en un pequeño claro, con lágrimas en los ojos y rostros de preocupación.

“¡Hola, amigos!”, exclamó Lucía con una sonrisa brillante. “Soy Lucía, y he venido a ayudarles”. Los niños, un poco desconfiados, la miraron con curiosidad. “¿Cómo puedes ayudarnos?”, preguntó un niño llamado Diego, que tenía una pequeña gorra de charro.

“¡Traeré la luz de la luna a sus sueños!”, respondió Lucía, levantando los brazos hacia el cielo. “Solo necesitamos unir nuestras manos y pensar en cosas hermosas”. Los niños se miraron entre sí, intrigados.

Así, formaron un círculo, tomados de la mano, y Lucía comenzó a hablar sobre las maravillas que había visto: “Piensen en los colores del atardecer, en las risas de los amigos, en los hermosos paisajes de nuestras tierras”. Mientras hablaba, la luna comenzó a brillar aún más, enviando destellos de luz que danzaban alrededor de ellos como hadas.

De repente, un fuerte viento sopló, trayendo consigo una sombra oscura que se cernió sobre ellos. “¿Qué es eso?”, gritó una niña llamada Mariana, asustada. La sombra era un gran monstruo hecho de pesadillas, que se alimentaba del miedo de los niños. “¡No puedo dejar que interfieras en nuestra paz!”, exclamó Lucía, con valentía en su corazón.

“¿Qué vas a hacer, pequeña?”, se burló el monstruo, mientras su risa resonaba como truenos. Lucía, con su voz firme, respondió: “La luz de la luna está de nuestro lado. Juntos podemos vencerte”. Los niños se unieron a Lucía, recordando las cosas hermosas que habían imaginado.

De pronto, la luna envió un rayo de luz brillante que envolvió a todos los niños. “¡Ahora, sueñen con amor y amistad!”, gritó Lucía. El monstruo comenzó a encogerse, debilitándose con cada pensamiento positivo que los niños compartían. “¡No, no! ¡Esto no puede estar sucediendo!”, aulló el monstruo, mientras se desvanecía en la nada, derrotado por la fuerza de la unión y la alegría.

Con el monstruo desaparecido, el aire se llenó de risas y alegría. Los niños comenzaron a aplaudir y abrazarse, agradeciendo a Lucía por su valentía. “Gracias, Lucía. Eres una heroína”, dijo Diego con una gran sonrisa.

Lucía, sintiendo que su corazón se llenaba de felicidad, respondió: “No lo hice sola. La luna y todos ustedes me dieron la fuerza”. Y así, cuando la luna volvió a brillar en el cielo, los niños se despidieron de Lucía, prometiendo que cada noche se reunirían a soñar juntos.

Lucía regresó a su casa, sintiendo que su alma estaba envuelta en un cálido manto de amor y amistad. La luna, al ver lo que había sucedido, le susurró al oído: “Gracias, Lucía. Tu valentía y bondad han iluminado los corazones de esos niños. Nunca olvides que la luz siempre vencerá a la oscuridad”.

Desde aquella noche, Lucía continuó mirando la luna, pero ahora con un brillo especial en sus ojos. Sabía que no solo iluminaba el cielo, sino también los corazones de aquellos que la miraban con amor y esperanza.

Moraleja del cuento “La luna que arropaba al pueblo”

En la oscuridad, la luz de la amistad brilla con fuerza, y juntos, nuestros sueños pueden vencer cualquier sombra.

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Abraham Cuentacuentos


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