Cuento: “El niño que habló con los volcanes”
En un pequeño pueblo mexicano, rodeado de verdes montañas y ríos cristalinos, vivía un niño llamado Mateo. Era un niño curioso y soñador, con grandes ojos oscuros que brillaban como estrellas. Desde muy pequeño, Mateo había sentido una conexión especial con la naturaleza, pero lo que más le fascinaba eran los volcanes que se alzaban majestuosamente en el horizonte. Uno de esos volcanes, el Popocatépetl, siempre había despertado su imaginación con sus leyendas y mitos.
Un día, mientras caminaba por el bosque, Mateo escuchó un susurro que venía del volcán. Se detuvo en seco, sus ojos se agrandaron y, lleno de valentía, decidió acercarse. “¿Quién me llama?”, preguntó, sintiendo una mezcla de emoción y miedo. El viento respondió con un suave murmullo, y por un instante, pensó que podría ser el espíritu del volcán.
“Soy Popocatépetl”, resonó una voz profunda y cálida, como el fuego que ardía en su interior. “He estado esperando que alguien venga a escucharme. He visto cómo los hombres olvidan el respeto por la tierra y cómo el agua se contamina. Necesito tu ayuda, niño valiente”.
Mateo no podía creer lo que estaba escuchando. “¿Yo? ¿Cómo puedo ayudarte, gran volcán?”, preguntó con humildad.
“Necesito que lleves un mensaje a tu pueblo. Que entiendan que la tierra es sagrada y que debemos cuidarla. Si no lo hacen, un día mi furia despertará y será difícil detenerme”, advirtió Popocatépetl, su voz resonando como un trueno lejano.
Mateo sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Lo haré, te lo prometo”, respondió con determinación. Pero antes de que pudiera hacer algo, un estruendo retumbó por la montaña. El niño se dio cuenta de que debía actuar rápidamente.
De regreso en su pueblo, Mateo se encontró con sus amigos, Lucía y Tomás, y les contó lo que había vivido. “¿No crees que te has vuelto loco?”, dijo Lucía, frunciendo el ceño. Pero Tomás, que siempre había sido más aventurero, se iluminó con la historia. “¡Es increíble! Debemos ayudar a Mateo a llevar el mensaje”.
Los tres amigos decidieron organizar una reunión en la plaza del pueblo. Mateo, con el corazón palpitante, se puso de pie frente a todos los habitantes. “¡Escuchen! He hablado con Popocatépetl, el volcán. Nos necesita para cuidar nuestra tierra. Si no lo hacemos, nos enfrentaremos a su furia”.
Al principio, la gente se rió, pensando que era solo una historia de niños. “¡Dejen de contar cuentos, Mateo! ¡Eso no puede ser verdad!”, gritó un anciano. Pero en el fondo, algunos comenzaron a sentirse inquietos.
Desesperado, Mateo recordó las palabras de Popocatépetl. “Si no creen en mí, entonces vean lo que ha pasado con nuestro río”, sugirió. “¡El agua está sucia! ¡No podemos seguir así!” Los habitantes comenzaron a mirar a su alrededor y notaron la realidad. La basura acumulada y la contaminación del agua eran evidentes.
“¡Tienes razón, Mateo!”, dijo una mujer mayor, mientras su mirada se llenaba de tristeza. “Debemos actuar. Nuestros hijos necesitan un futuro”.
A partir de ese día, los habitantes del pueblo comenzaron a trabajar juntos. Limpiaron el río, plantaron árboles y aprendieron a cuidar su entorno. Mateo, Lucía y Tomás se convirtieron en los guardianes de la naturaleza, educando a otros sobre la importancia de respetar la tierra.
Unos meses después, mientras estaban en el bosque, escucharon de nuevo la voz de Popocatépetl. “Niños valientes, han hecho un gran trabajo. He visto su esfuerzo y ahora puedo dormir en paz. Sigan cuidando de la tierra y siempre estaré con ustedes”.
Los ojos de Mateo se llenaron de lágrimas de alegría. “Gracias, Popocatépetl. Siempre recordaré tus palabras”. Con el corazón lleno de esperanza, el niño y sus amigos continuaron su misión, enseñando a todos la importancia de la naturaleza y la amistad.
Los volcanes de México nunca dejaron de hablar, pero ahora, gracias a Mateo y sus amigos, su mensaje de amor y respeto por la tierra resonaba en cada rincón del pueblo.
Y así, en el pequeño pueblo rodeado de montañas, los niños aprendieron que la verdadera fuerza reside en la unidad y en el respeto por la naturaleza, valores que se transmitieron de generación en generación.
Moraleja del cuento “El niño que habló con los volcanes”
Cuidar la tierra es cuidar de nosotros mismos; el amor por la naturaleza nos conecta y nos hace más fuertes. Escuchar la voz de nuestros ancestros es aprender a vivir en armonía con el mundo.
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