El jaguar que vigilaba las estrellas

El jaguar que vigilaba las estrellas

Cuento: “El jaguar que vigilaba las estrellas”

En lo profundo de la selva mexicana, donde los árboles se alzan como gigantes y el murmullo de los ríos suena como una suave melodía, vivía un jaguar llamado Tlaloc. Su pelaje era de un negro azabache que brillaba como el cielo nocturno, y sus ojos, dos faros verdes, destellaban con una inteligencia que cautivaba a todos los que se atrevían a mirarlos. Tlaloc no solo era un jaguar, sino también el guardián de las estrellas, una tarea que le había sido encomendada por los antiguos dioses de la selva.

Cada noche, cuando la luna llena se asomaba entre las nubes, Tlaloc se acomodaba en su roca favorita, un gran peñasco cubierto de musgo que se encontraba en la cima de una colina. Desde allí, podía ver todo el cielo estrellado. “Mira cuántas hay esta noche”, decía Tlaloc en voz alta, como si las estrellas fueran sus viejas amigas. “Ellas siempre brillan para nosotros”.

Un día, mientras Tlaloc estaba sumido en sus pensamientos estelares, escuchó un susurro entre los arbustos. Era una pequeña tortuga llamada Itzel, que lo miraba con curiosidad. “¿Por qué te quedas aquí, Tlaloc?”, preguntó con su voz suave como el viento. “La selva está llena de aventuras y cosas por descubrir”.

Tlaloc sonrió. “Pero mi deber es cuidar de las estrellas, Itzel. Sin ellas, la noche sería oscura y solitaria”.

La tortuga, intrigada, decidió unirse a él. “¿Puedo quedarme contigo y aprender a cuidar de las estrellas?” preguntó con un brillo en sus ojos. Tlaloc, sintiendo una conexión especial con la pequeña tortuga, aceptó. “Por supuesto, amiga. Juntos vigilaremos el cielo”.

Esa noche, mientras el cielo se iluminaba con miles de estrellas, Tlaloc comenzó a enseñarle a Itzel sobre cada una de ellas. “Mira esa brillante que está allí”, dijo Tlaloc, señalando una estrella particularmente resplandeciente. “Es la estrella de la valentía, y siempre nos recuerda que debemos ser valientes ante cualquier adversidad”.

Itzel escuchaba con atención, y aunque era pequeña, su corazón latía con fuerza. Sin embargo, un día, mientras estaban en su vigilancia, notaron que algunas estrellas comenzaron a apagarse. “¿Qué está pasando, Tlaloc?”, preguntó Itzel, alarmada.

“Algo no está bien”, respondió Tlaloc, su voz llena de preocupación. “Debemos investigar”.

Ambos amigos decidieron adentrarse en la selva, buscando respuestas. En su camino, se encontraron con una bandada de pájaros que parecían nerviosos. “¿Qué les sucede, amigos?” preguntó Itzel.

“El espíritu del viento ha dejado de soplar”, explicó un pájaro de plumaje colorido. “Sin el viento, las estrellas no pueden brillar”.

Tlaloc y Itzel se miraron preocupados. “¿Dónde podemos encontrar al espíritu del viento?”, preguntó Tlaloc.

“Se esconde en la montaña más alta, pero solo aquellos con un corazón puro pueden llegar hasta él”, respondió el pájaro. Sin pensarlo dos veces, Tlaloc y Itzel comenzaron su viaje hacia la montaña.

El camino fue arduo, lleno de espinas y rocas afiladas. A medida que subían, Tlaloc recordaba las historias de valentía que le había contado a Itzel. “Recuerda, cada paso que damos es un paso hacia la esperanza”, le decía para animarla.

Finalmente, llegaron a la cima de la montaña, donde el viento soplaba con fuerza. Allí, encontraron al espíritu del viento, una figura etérea que brillaba como la luna. “¿Por qué has dejado de soplar?”, preguntó Tlaloc con respeto.

“Me he desvanecido porque los corazones de los seres vivos se han llenado de miedo y desconfianza”, respondió el espíritu, con una voz suave como una brisa. “Si desean que regrese el viento, deben mostrar valentía y unión entre ustedes”.

Itzel, al escuchar esto, se llenó de determinación. “¡Juntos podemos demostrarle al mundo que la amistad y la valentía son más fuertes que el miedo!”, exclamó.

Tlaloc asintió, y juntos comenzaron a contar historias sobre sus aventuras en la selva, de cómo se habían apoyado mutuamente en los momentos difíciles. Las historias se convirtieron en risas, y pronto el espíritu del viento comenzó a reír también.

Con cada risa, el viento regresaba. “Han demostrado su valor y amistad”, dijo el espíritu. “Desde hoy, el viento soplará de nuevo, y las estrellas volverán a brillar con fuerza”.

Y así fue como, tras una larga noche de risas y relatos, el viento sopló con tal fuerza que llenó el cielo de luces brillantes. Las estrellas volvieron a encenderse, y Tlaloc e Itzel regresaron a su lugar de vigilancia, felices y aliviados.

Desde entonces, cada vez que la luna llena iluminaba la selva, el jaguar y la tortuga contaban historias bajo el cielo estrellado, recordando a todos que la valentía y la amistad siempre prevalecen, incluso en los momentos más oscuros.

Moraleja del cuento “El jaguar que vigilaba las estrellas”

La verdadera valentía reside en el corazón de quienes se unen en amistad; juntos, pueden iluminar hasta las noches más oscuras y encontrar la luz que guía sus caminos.

Deja tu opinión sobre este contenido

Déjame en los comentarios si te latió este relato o no. Y si te quieres lucir, échale ganas y comparte ideas, cambios o variaciones para darle más sabor a la historia.

Abraham Cuentacuentos


Comments

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *