Cuento: “El grillito que cantaba sueños felices”
En un rincón encantado de la Sierra Madre, donde los árboles danzaban al son del viento y las estrellas brillaban como joyas en el vasto cielo nocturno, vivía un pequeño grillito llamado Gregorio. Gregorio no era un grillito común; su canto era un regalo mágico que llenaba el aire de dulces melodías, capaz de hacer sonreír a los más tristes y soñar a los más despiertos. Cada noche, cuando el sol se escondía tras las montañas, él se subía a su hoja favorita, un verde brillante que crecía cerca de un arroyo claro y burbujeante, y comenzaba a cantar.
—¡La luna ya llegó! —anunciaba con alegría, mientras sus amiguitos, la luciérnaga Lucía y el sapo Sebastián, se reunían a su alrededor.
—¡Cántanos, Gregorio! —pedía Lucía, con sus pequeñas luces parpadeando en la oscuridad.
—Sí, por favor, ¡haz que esta noche sea mágica! —añadía Sebastián, moviendo su pancita con entusiasmo.
Y así, Gregorio comenzaba su canto, que era una mezcla de risas y susurros, llenando el bosque de historias sobre sueños felices, de aventuras en lugares lejanos y de la amistad que siempre brillaba, como el oro bajo el sol. Su melodía hablaba de praderas infinitas, ríos de chocolate y árboles que daban frutas de colores brillantes. Pero una noche, mientras Gregorio cantaba su canción, un viento frío sopló entre los árboles y un extraño susurro lo interrumpió.
—¿Por qué cantas tan feliz, pequeño grillito? —dijo una voz profunda y grave.
Gregorio, un poco asustado, miró hacia arriba y vio a un enorme búho, de ojos sabios y plumas que parecían tejidas con el mismo cielo nocturno.
—Canto porque me hace feliz —respondió Gregorio con valentía—. Canto para que mis amigos sueñen y sean felices también.
El búho lo observó con curiosidad. —Pero, ¿qué pasa si un día dejas de cantar? ¿Qué sucederá con esos sueños felices?
Gregorio sintió un nudo en su pancita. Nunca había pensado en eso. Pero, antes de que pudiera responder, el búho continuó: —A veces, los sueños pueden ser robados por el miedo. Hay que tener cuidado, pequeño.
Intrigado pero asustado, Gregorio decidió que debía demostrarle al búho que los sueños felices siempre regresarían, sin importar las dificultades. Al día siguiente, se preparó para su canto habitual, pero un nuevo desafío lo esperaba. Mientras exploraba el bosque en busca de nuevos lugares para cantar, escuchó un grito angustiado.
—¡Ayuda! —era Lucía, atrapada entre unas espinas afiladas.
—¡Lucía! —gritó Gregorio, corriendo hacia ella. Sin pensarlo, se zambulló entre las espinas, utilizando su pequeño cuerpo para apartar las hojas que la atrapaban.
—¡Cuidado, Gregorio! —le advirtió Sebastián desde la distancia—. ¡Es muy peligroso!
Pero Gregorio no se detuvo. Con cada salto, su canto se hacía más fuerte, lleno de determinación: —¡Sueños felices, vengan a ayudar! ¡Lucía necesita volar, no se puede quedar atrapada!
Al escuchar su canto, un grupo de mariposas, atraídas por la música, acudió en su ayuda. Con sus alas de colores brillantes, comenzaron a deshacer las espinas y liberar a Lucía.
—¡Lo lograste, Gregorio! —exclamó Lucía al volar de nuevo—. ¡Gracias!
El grillito sonrió, su corazón latiendo con fuerza. Había superado el miedo y había aprendido que la música tenía el poder de unir a los amigos y enfrentar los problemas. Esa noche, cuando llegó la hora de cantar, decidió contar su nueva historia.
—Esta vez, cantaré sobre la valentía y la amistad —dijo con entusiasmo—. ¡Escuchen todos!
Pero el búho no estaba convencido. —Pequeño grillito, aún hay más desafíos por venir. No todo el mundo quiere escuchar tu canto, y puede que un día no quieras cantar más.
—No me detendré —replicó Gregorio con firmeza—. ¡Mis amigos necesitan de mis sueños!
Sin embargo, las dudas comenzaron a rondar en su mente. Cada noche, mientras cantaba, el temor de no poder seguir lo perseguía. Un día, un terrible tormenta llegó al bosque, derribando ramas y oscureciendo el cielo. El miedo invadió el corazón de Gregorio y dejó de cantar.
—¡Gregorio, no! —gritó Lucía—. ¡Tienes que cantar para que pase la tormenta!
—Pero tengo miedo, Lucía —confesó él, con lágrimas en los ojos.
Entonces, Sebastián se acercó y le dijo: —Recuerda que no estás solo. La música de tu corazón puede ser más fuerte que cualquier tormenta. ¡Canta, amigo!
Y con un profundo suspiro, Gregorio empezó a cantar. Al principio, su voz era suave y temerosa, pero con cada nota, la confianza regresaba a su pecho. Su canto resonó en el aire, lleno de esperanza, y para sorpresa de todos, la tormenta comenzó a calmarse. Las nubes se disiparon, y un arcoíris brillante apareció en el cielo.
—¡Lo hiciste, Gregorio! —gritaron sus amigos, danzando a su alrededor.
—¡Canto para ustedes, mis amigos! —exclamó Gregorio, su voz llena de alegría—. Nunca más dejaré que el miedo me detenga.
Esa noche, mientras el sol se escondía y las estrellas iluminaban el bosque, el pequeño grillito comprendió que los sueños felices siempre florecen donde hay amor, valentía y amistad.
El búho, que había estado observando todo desde su rama, se acercó y sonrió. —Has demostrado que la música es más poderosa que el miedo. ¡Sigue cantando, pequeño grillito!
Desde entonces, Gregorio nunca dejó de cantar. Sus melodías se convirtieron en un himno de alegría y esperanza, y los sueños felices florecieron en cada rincón del bosque. Sus amigos, unidos, bailaban bajo la luz de la luna, agradecidos por el valiente grillito que siempre traía sueños en su canto.
Moraleja del cuento “El grillito que cantaba sueños felices”
Nunca dejes que el miedo apague la luz de tus sueños, porque la amistad y el amor son las melodías que nos ayudan a cantar incluso en los momentos más oscuros.
Deja un comentario