Cuento: “El cenzontle y su canto mágico”
Había una vez, en un hermoso valle rodeado de montañas y ríos cristalinos, un pequeño pueblo llamado San Alegría. En este lugar vivía un niño llamado Mateo, quien tenía un corazón lleno de sueños y una curiosidad insaciable. Desde que era muy pequeño, había escuchado historias sobre un pájaro mágico: el cenzontle, conocido por su canto encantador que podía hacer que las flores florecieran más rápido y que los ríos fluyeran con mayor alegría.
Un día, mientras exploraba el bosque cercano a su casa, Mateo se encontró con su abuela, Doña Rosa, sentada bajo un frondoso árbol de guayaba. “¿Abuelita, es verdad que el cenzontle tiene un canto mágico?”, le preguntó el niño con ojos brillantes. Doña Rosa sonrió y respondió: “Claro, querido. Dicen que el cenzontle tiene la capacidad de curar corazones tristes y de traer alegría a los que lo escuchan. Pero, ten cuidado, porque encontrarlo no es fácil.”
Intrigado, Mateo decidió que debía encontrar al cenzontle. “¡Hoy mismo lo buscaré!”, exclamó. Con su pequeño sombrero de paja y su canasta de mimbre, salió a la aventura. Caminó por senderos llenos de flores silvestres, donde las mariposas danzaban al compás del viento. Los pájaros trinaron alegremente, pero el canto del cenzontle aún no se escuchaba.
Mientras caminaba, se encontró con su amigo Tomás, un niño travieso de ojos brillantes. “¿A dónde vas, Mateo?”, preguntó Tomás. “Voy a buscar al cenzontle. Quiero escuchar su canto mágico”, respondió Mateo con determinación. “¡Yo te ayudo!”, dijo Tomás, y juntos se adentraron en el bosque, llenos de emoción.
El sol comenzó a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosas, y los dos amigos siguieron su búsqueda. “¿Qué tal si preguntamos a los animales del bosque si han visto al cenzontle?”, sugirió Tomás. “Buena idea”, asintió Mateo.
Primero, se acercaron a una tortuga sabia que estaba tomando el sol en una piedra. “Señora Tortuga, ¿ha visto usted al cenzontle?”, preguntó Mateo con respeto. La tortuga, moviendo lentamente su cabeza, respondió: “He oído su canto, pero está lejos, en la cima de la montaña. Deben ser valientes para llegar hasta allí.”
Con renovado ánimo, los niños decidieron continuar. Tras caminar y escalar durante horas, finalmente llegaron a un claro donde un arroyo burbujeaba alegremente. Allí, se sentaron a descansar. “¡Mira, Mateo! ¡Allí hay un hermoso árbol de jacaranda!”, exclamó Tomás. El árbol estaba cubierto de flores moradas que caían como lluvia. De repente, un suave canto flotó en el aire, lleno de melodía y dulzura.
Los ojos de Mateo se iluminaron. “¡Es el cenzontle!”, gritó emocionado. Sigilosamente, se acercaron al árbol y, escondidos detrás de unas rocas, vieron al hermoso pájaro de plumas verdes y negras, cantando con todo su corazón. Su canto era tan mágico que incluso las flores parecían bailar al ritmo de su música.
“¡Qué bello es!”, susurró Mateo, maravillado. Pero justo en ese momento, un gran halcón apareció en el cielo, volando rápido hacia el cenzontle. “¡Rápido, Tomás! ¡Debemos protegerlo!”, gritó Mateo, y ambos niños corrieron hacia el árbol.
Con valentía, Mateo levantó su voz y comenzó a cantar una melodía que había aprendido de su abuela. Tomás lo siguió, y juntos hicieron eco del canto del cenzontle. El halcón, confundido por la belleza de sus voces, dio un giro y se alejó, buscando su próxima presa.
El cenzontle, sorprendido y agradecido, se posó en una rama baja. “¿Quiénes son ustedes, valientes niños que han protegido mi canto?”, preguntó con voz melodiosa. Mateo, con una mezcla de nervios y alegría, respondió: “Somos solo dos amigos que querían escuchar tu canto mágico.”
“Gracias por salvarme”, dijo el cenzontle. “Como recompensa, les regalaré una parte de mi canto para que siempre lo lleven en su corazón.” Y así, el pájaro comenzó a cantar de nuevo, pero esta vez, la melodía se transformó en un suave brillo que iluminó el aire, llenando a Mateo y Tomás de una alegría inmensa.
Desde ese día, los niños nunca olvidaron el canto del cenzontle. Regresaron a San Alegría y contaron su aventura a todos, compartiendo la lección de que, con valentía y amistad, se pueden superar los más grandes desafíos.
Cada vez que se sentían tristes o perdidos, solo necesitaban cerrar los ojos y recordar el canto mágico que llevaban en sus corazones, un canto que llenaba el aire de esperanza y alegría.
Moraleja del cuento “El cenzontle y su canto mágico”
La amistad y el valor son el canto que puede superar cualquier desafío; en el corazón, siempre habrá magia cuando luchamos juntos por lo que amamos.
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