Cuento: “Los dragones que cuidaban el maíz dorado”
En un rincón mágico de México, donde los ríos susurraban historias y los valles florecían en mil colores, había un campo vasto y dorado que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Este lugar especial era conocido como “El Valle del Maíz Dorado”, un sitio donde los mazorcas brillaban como el sol y se cosechaban en abundancia. Sin embargo, lo que hacía aún más mágico a este lugar eran los dragones que lo cuidaban.
Los dragones, de escamas resplandecientes que reflejaban el sol en un espectáculo de luces, eran guardianes del maíz dorado. Había tres dragones principales: Xóchitl, la dragona de las flores; Cuauhtémoc, el dragón guerrero; y Tláloc, el dragón del agua. Cada uno de ellos tenía un don especial que contribuía al crecimiento del maíz y al bienestar del valle.
Xóchitl era una dragona de suaves escamas verdes y amarillas, con grandes alas que se asemejaban a pétalos de flores. Su risa era melodiosa y siempre se la podía ver volando entre las flores, asegurándose de que polinizaban adecuadamente. “¡Cuánto me encanta ver cómo florecen las plantas! El maíz se siente feliz cuando hay flores a su alrededor”, decía mientras danzaba en el aire.
Cuauhtémoc, en cambio, era robusto y de escamas rojas y doradas, un verdadero guerrero. Su voz era profunda y resonante. “El maíz dorado es nuestra herencia y debemos protegerlo a toda costa. Cualquier amenaza que se acerque, ¡la enfrentaremos juntos!”, afirmaba con determinación, alzando su gran cabeza con orgullo.
Por último, Tláloc era el dragón del agua, con escamas azul celeste que recordaban al cielo en un día despejado. Tenía un temperamento tranquilo y siempre se aseguraba de que el río que fluía por el valle nunca se secara. “El agua es vida”, decía mientras esparcía su aliento refrescante sobre el maíz, “sin ella, no habrá cosecha”.
Un día, mientras los dragones cuidaban su amado campo, un oscuro presagio se cernió sobre el valle. Un enorme dragón negro, conocido como Tezcatlipoca, apareció en el horizonte. Tenía la fama de ser un ladrón que robaba los cultivos de los campos cercanos. Sus ojos rojos como el fuego y su risa burlona llenaron el aire con un aire de peligro. “¡Hoy voy a llevarme todo el maíz dorado para mí!”, proclamó con voz atronadora.
Los tres dragones, al escuchar su amenaza, se reunieron en una colina cercana. “Debemos proteger el maíz a toda costa”, dijo Cuauhtémoc, frunciendo el ceño. “Si Tezcatlipoca se lleva el maíz, el valle morirá”.
“Pero, ¿cómo podemos enfrentarlo? Es más grande y más fuerte que nosotros”, cuestionó Xóchitl, preocupada.
Tláloc pensó un momento y dijo: “No se trata solo de la fuerza, sino de la inteligencia. Si unimos nuestras habilidades, tal vez podamos encontrar una manera de detenerlo”.
Así, los tres dragones se pusieron a trabajar. Xóchitl empezó a crear un hermoso campo de flores alrededor del maíz, utilizando su magia para atraer a las mariposas y los colibríes. Cuauhtémoc preparó un gran trono en el centro del campo, y Tláloc llenó el aire con un suave rocío, haciendo que el maíz se vea más vibrante y atractivo que nunca.
Cuando Tezcatlipoca llegó al valle, quedó deslumbrado por la belleza que lo rodeaba. “¿Qué es esto?”, preguntó, incapaz de contener su asombro. “¡Es más hermoso de lo que imaginaba!”
“¿Acaso no lo deseas?”, le preguntó Cuauhtémoc, con una sonrisa astuta. “Si logras convencer a los dragones de que eres un buen dragón, tal vez puedas quedarte con un poco de maíz”.
Tezcatlipoca, confiado en su astucia, comenzó a hacer grandes promesas. “¡Por supuesto! Puedo proteger el maíz y cuidarlo mejor que ustedes. ¡Déjenme demostrarlo!”
Xóchitl, al ver su codicia, se acercó y le dijo: “Si realmente quieres ser un buen dragón, debes primero aprender a cuidar lo que realmente importa: la amistad y la comunidad. El maíz dorado es más que solo alimento; es parte de nuestras vidas”.
Mientras hablaban, Cuauhtémoc y Tláloc comenzaron a danzar alrededor de Tezcatlipoca, creando un espectáculo que lo deslumbró. Pero el dragón negro, con su ego herido, decidió que no permitiría que lo humillaran. Con un rugido aterrador, se lanzó hacia el maíz.
Fue en ese momento que los tres dragones unieron sus fuerzas. Tláloc invocó una tormenta, y gotas de agua cayeron sobre el campo, mientras Cuauhtémoc levantaba su lanza de luz y Xóchitl llenaba el aire con el aroma de las flores, distrayendo a Tezcatlipoca.
Finalmente, al ver el trabajo en equipo de los dragones y la magia que fluía en el aire, Tezcatlipoca se dio cuenta de que no podía vencerlos. “¡Basta! No puedo luchar contra ustedes”, gritó, retrocediendo con sorpresa.
“Si deseas ser parte de nuestro mundo, deberías aprender a ser un buen dragón”, le aconsejó Cuauhtémoc. “Aquí valoramos la amistad y el respeto por la naturaleza. Si decides cambiar, podrías tener un lugar entre nosotros”.
Tezcatlipoca, sintiendo la sinceridad en las palabras de Cuauhtémoc, asintió lentamente. “Tal vez tengo mucho que aprender”, murmuró, y su corazón comenzó a ablandarse.
Desde ese día, el dragón negro decidió cambiar su camino. Aprendió de Xóchitl a cuidar las flores, de Tláloc a respetar el agua, y de Cuauhtémoc a ser valiente y proteger lo que era importante. Poco a poco, se ganó la confianza de los demás dragones y, juntos, cuidaron del maíz dorado como una gran familia.
El valle floreció más que nunca, y el maíz dorado creció con una fuerza y belleza indescriptibles. Así, los cuatro dragones vivieron en armonía, compartiendo no solo el maíz, sino también risas, aventuras y el valor de la amistad.
Moraleja del cuento “Los dragones que cuidaban el maíz dorado”
La amistad es un tesoro que florece en el corazón, donde el respeto y la unión traen siempre un dulce sabor. Si compartimos y cuidamos, juntos brillaremos, como el maíz dorado que a todos alimentará.
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