Los alebrijes y el libro de los sonidos

Los alebrijes y el libro de los sonidos

Cuento: “Los alebrijes y el libro de los sonidos”

Érase una vez, en un rincón mágico de México, un colorido pueblo llamado Xochitlán. Este lugar era famoso por sus artesanías, pero sobre todo, por los alebrijes, criaturas fantásticas que estaban hechas de madera y pintadas con los colores más vivos que uno pudiera imaginar. Tenían alas de mariposa, colas de serpiente y cuernos de carnero. Cada alebrije era único y especial, lleno de vida y, sobre todo, de sonidos.

Un día, un niño llamado Diego, que vivía en Xochitlán, decidió explorar el bosque cercano. A Diego le encantaban los alebrijes y pasaba horas dibujándolos en su cuaderno. Mientras caminaba entre los árboles altos y las flores de mil colores, escuchó un susurro. “¡Diego, ven aquí!”, decía una voz melodiosa. Sorprendido, el niño miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Sin embargo, la curiosidad lo llevó a seguir el sonido.

Después de unos minutos, Diego se encontró con un alebrije hermoso, que parecía una mezcla de jaguar y colibrí. Sus plumas brillaban como el sol y sus ojos relucían como dos esmeraldas. “Hola, pequeño amigo”, dijo el alebrije con una voz suave. “Soy Quetzal, el guardián de los sonidos del bosque. He estado esperando que alguien como tú viniera”.

Diego, emocionado, respondió: “¡Hola, Quetzal! Siempre he soñado con conocer a un alebrije. ¿Qué son los sonidos del bosque?” Quetzal sonrió y contestó: “Cada sonido en este bosque cuenta una historia. Si quieres, te puedo enseñar a escucharlos. Pero antes, debes encontrar el libro de los sonidos”.

Intrigado, Diego preguntó: “¿Dónde puedo encontrar ese libro?” Quetzal le indicó que estaba escondido en la cueva del anciano Xolotl, un sabio alebrije de mil colores que vivía al final del bosque. “Pero ten cuidado, Diego”, advirtió Quetzal. “El camino está lleno de desafíos. Necesitarás valor y astucia”.

Diego, decidido a encontrar el libro, comenzó su aventura. Mientras caminaba, escuchó un fuerte ruido. Era un grupo de criaturas del bosque, que estaban discutiendo. “¡No puedo escuchar mi canto porque hay demasiado ruido!” gritó un pajarito pequeño. “¡Y yo no puedo bailar porque la música no llega a mis oídos!” se quejó una mariposa.

Diego se acercó y les dijo: “¡Hola! ¿Por qué no se ayudan entre ustedes para encontrar el sonido que buscan?” El pajarito, algo confundido, respondió: “¿Cómo podemos hacerlo?” Diego pensó un momento y propuso: “Podríamos crear una melodía juntos. Así, todos encontrarán su propio sonido”.

Y así, el pajarito, la mariposa y otros animales del bosque comenzaron a hacer música. El pajarito trino, la mariposa revoloteó al ritmo y, poco a poco, los sonidos se unieron en una hermosa melodía. Diego sonrió al ver cómo los animales se alegraban y se unían en un solo canto. Fue un momento mágico.

Con su corazón lleno de alegría, Diego continuó su camino. Más adelante, se encontró con un río que corría rápido. El agua era clara como el cristal, pero el paso estaba bloqueado por grandes rocas. “¿Cómo cruzaré este río?” pensó. Entonces, vio a un pez saltando alegremente. “¡Hola! ¿Te gustaría ayudarme a cruzar?” le preguntó Diego.

El pez, con su cola brillante, respondió: “¡Claro! Solo necesitas pensar en cómo podemos mover las rocas juntos”. Diego tuvo una idea. Comenzó a hablar con los otros peces y juntos, formaron una cadena, empujando las rocas con fuerza. Con esfuerzo y trabajo en equipo, lograron despejar el camino. Diego saltó de alegría y cruzó el río, agradeciendo a sus nuevos amigos.

Finalmente, después de muchas aventuras, Diego llegó a la cueva de Xolotl. Al entrar, se encontró con el anciano alebrije, que tenía una apariencia majestuosa, con cuernos que parecían de oro y ojos llenos de sabiduría. “¿Quién osa entrar en mi cueva?” preguntó Xolotl con voz profunda.

“Soy Diego, y he venido a buscar el libro de los sonidos”, respondió el niño con valentía. Xolotl sonrió, reconociendo la determinación en el pequeño. “Para merecer el libro, debes responder a una pregunta. ¿Qué es más importante, escuchar o ser escuchado?”

Diego pensó por un momento y respondió: “Ambos son importantes. Escuchar nos permite entender a los demás y ser escuchados nos ayuda a compartir lo que sentimos”. Xolotl asintió, impresionado por la respuesta. “Tienes razón, pequeño. Aquí está el libro de los sonidos”.

El libro era grande y tenía una cubierta de colores brillantes. Diego lo abrió y vio que cada página contenía sonidos que podían ser escuchados en el bosque: el murmullo del viento, el canto de las aves, el goteo del agua. “¡Es maravilloso!” exclamó. “Ahora puedo compartir estos sonidos con todos en Xochitlán”.

Agradecido, Diego se despidió de Xolotl y salió de la cueva con el libro en sus manos. De regreso al pueblo, comenzó a contarles a todos sobre sus aventuras y a enseñarles a escuchar los sonidos del bosque. Con el tiempo, todos en Xochitlán aprendieron a valorar cada sonido, creando un ambiente de amistad y respeto por la naturaleza.

Los alebrijes, al ver el cambio en el pueblo, comenzaron a danzar y a cantar con alegría, llenando el aire con sus colores y sonidos. Desde aquel día, el bosque y el pueblo de Xochitlán vivieron en perfecta armonía, recordando siempre la importancia de escuchar y ser escuchados.

Moraleja del cuento “Los alebrijes y el libro de los sonidos”

La verdadera magia reside en el corazón que escucha y en la voz que se atreve a compartir, pues juntos, en armonía, creamos un mundo donde cada sonido cuenta una historia que vale la pena escuchar.

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Abraham Cuentacuentos


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