Las estrellas que bailaban en el cielo nocturno

Las estrellas que bailaban en el cielo nocturno

Cuento: “Las estrellas que bailaban en el cielo nocturno”

Era una noche clara en un pequeño pueblo mexicano llamado San Estrellita, donde las luces de la ciudad no lograban ocultar la belleza del cielo. Los niños del lugar se asomaban a sus ventanas, asombrados, al ver cómo las estrellas comenzaban a parpadear como si estuvieran saludando a la luna, que sonreía en todo su esplendor. Aquella noche era especial, pues cada año, durante el Festival de las Estrellas, las estrellas danzaban en el firmamento.

Lucía, una niña de cabello rizado y ojos chispeantes, miraba con emoción el cielo desde su terraza. “¡Mira, mamá! ¡Las estrellas están bailando!”, exclamó, mientras su madre, Doña Teresa, le acariciaba el cabello con cariño. “Sí, mi amor. Ellas solo esperan que lleguen los niños a invitarlas a bailar”, respondió con una sonrisa, recordando su propia infancia.

Esa noche, el pueblo se llenó de música, risas y el delicioso aroma de los platillos típicos: tamales, churros y el tradicional atole. Los habitantes de San Estrellita, con sus coloridos trajes de fiesta, comenzaron a contar historias alrededor de la fogata. Entre los relatos, el más popular era el de las estrellas que, al caer la noche, dejaban sus lugares y se deslizaban hacia la tierra para unirse a los niños en su baile.

De repente, un estruendo rompió la calma de la noche. “¡Oh no! ¿Qué fue eso?”, gritó Felipe, el amigo más travieso de Lucía. “Tal vez fue una estrella que se cayó”, respondió María, la más pequeña del grupo, con una mezcla de miedo y fascinación. Decididos a investigar, los tres amigos se adentraron en el bosque cercano, donde la luz de la luna iluminaba su camino.

Al llegar al claro del bosque, encontraron algo sorprendente: una estrella, brillando intensamente, había caído entre los árboles. Tenía una apariencia pequeña y dorada, pero su luz era tan brillante que casi podían cegarlos. “¿Qué haremos?”, preguntó Lucía, con la voz temblorosa. La estrella, que parecía triste, les respondió: “Me llamo Estrellita, y he perdido mi camino. Si no regreso al cielo, el festival no podrá celebrarse esta noche”.

“¡No te preocupes, Estrellita!”, dijo Felipe con valentía. “¡Te ayudaremos a regresar!” Los amigos, unidos por el deseo de salvar la fiesta, se pusieron a pensar. “Necesitamos un plan”, sugirió María, quien siempre había sido la más ingeniosa del grupo.

“Podríamos hacer una gran fogata para atraer a las otras estrellas”, propuso Lucía. Pero la estrella respondió: “No es suficiente. Debo volar, pero no tengo suficiente fuerza para regresar sola”. Los niños se miraron entre sí, comprendiendo que debían ayudarla a recuperar su energía.

“¿Qué necesitas de nosotros?”, preguntó Felipe. “¡Ríe, juega y canta conmigo!”, dijo Estrellita. “Mi luz se alimenta de la alegría de los niños”. Sin dudarlo, los amigos comenzaron a bailar y cantar, sus risas resonaban en el aire, llenando el bosque con un ambiente festivo.

Mientras danzaban, las hojas de los árboles se unieron al ritmo, como si el bosque también estuviera celebrando. Estrellita empezó a brillar más y más, mientras la luz que emitía se transformaba en destellos de colores. “¡Sigan así!”, exclamó la estrella, llena de alegría. “Estoy casi lista”.

De pronto, un grupo de luciérnagas se unió a ellos, iluminando el claro con su luz dorada. “¡Nosotros también queremos ayudar!”, dijeron con voces suaves. Juntos, niños y luciérnagas formaron una danza mágica que llenó el bosque de vida. La música resonaba, y la noche se llenó de un brillo que nunca antes se había visto.

Cuando Estrellita se sintió lo suficientemente fuerte, alzó sus pequeños brazos hacia el cielo. “¡Gracias, amigos! ¡Ahora puedo volver!” Los niños, con los ojos llenos de asombro, vieron cómo la estrella se elevaba lentamente, iluminando el cielo con su luz radiante. Con un último giro, Estrellita lanzó un destello que hizo brillar a todas las estrellas, y una a una, comenzaron a descender hacia el pueblo.

La música del festival sonó más fuerte, y las estrellas, danzando con gracia, se unieron a los niños que estaban en la plaza. Todos celebraron juntos, llenos de alegría y risas, agradecidos por el regalo de la amistad y la magia de aquella noche.

“¡Nunca olvidemos esta noche!”, dijo Lucía mientras abrazaba a sus amigos. “¡Hicimos que una estrella regresara al cielo!” “Y nosotros aprendimos que la alegría compartida tiene el poder de brillar más que cualquier estrella”, añadió Felipe con una sonrisa.

Y así, bajo el cielo iluminado por estrellas danzantes, los habitantes de San Estrellita celebraron un festival inolvidable, lleno de música, amor y esperanza.

Moraleja del cuento “Las estrellas que bailaban en el cielo nocturno”

La alegría compartida entre amigos puede iluminar hasta la noche más oscura; cuando unimos nuestras risas, creamos magia y llenamos el mundo de luz.

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Abraham Cuentacuentos


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