La selva que hablaba con las estrellas

La selva que hablaba con las estrellas

Cuento: “La selva que hablaba con las estrellas”

En un rincón mágico de México, donde la tierra se abrazaba con el cielo, se encontraba una selva exuberante llamada Xochitla. Esta selva era un lugar especial, lleno de vida y color, donde los árboles se alzaban orgullosos como torres verdes, y las flores desbordaban aromas dulces que bailaban en el aire. Pero lo más extraordinario de Xochitla era que, cada noche, hablaba con las estrellas.

Cada vez que el sol se escondía detrás de las montañas, un suave susurro comenzaba a recorrer la selva. Las hojas de los árboles se movían suavemente, como si estuvieran contando secretos a la brisa, y las estrellas, brillantes y curiosas, escuchaban atentas desde lo alto. La selva, en su voz melodiosa, compartía historias de ríos que cantaban y animales que danzaban, llenando el aire de magia y sueños.

En este mundo encantado vivía un niño llamado Emiliano. Con sus ojos grandes y su risa contagiosa, Emiliano pasaba sus días explorando cada rincón de Xochitla. Le encantaba treparse a los árboles más altos, correr detrás de las mariposas de mil colores y hacer amigos con los animales que habitaban la selva. Su mejor amiga era una pequeña ardilla llamada Tula, que siempre estaba lista para acompañarlo en sus aventuras.

Una noche, mientras Emiliano y Tula se acomodaban en una pequeña cueva para observar las estrellas, escucharon un ruido extraño. Era un llanto lejano, un eco de tristeza que venía de lo profundo de la selva. Emiliano se miró con Tula, y con una chispa de valentía, dijo: “¡Vamos a ver qué pasa!”.

Siguiendo el sonido, llegaron a un claro iluminado por la luz de la luna. Allí, encontraron a una gran tortuga llamada Tzitzimime, que estaba triste. Su caparazón brillaba con la luz de las estrellas, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. “¿Por qué lloras, Tzitzimime?”, preguntó Emiliano con preocupación.

“Las estrellas me han contado que el río que da vida a nuestra selva se está secando”, respondió la tortuga con un susurro. “Los árboles están enfermos y los animales se están alejando. Si no hacemos algo pronto, Xochitla se perderá”.

Emiliano sintió un nudo en su corazón. No podía imaginar su querida selva marchitándose. “¡No podemos dejar que eso pase! ¿Qué podemos hacer?”, preguntó con determinación. Tula, que estaba escuchando atenta, sugirió: “¡Debemos reunir a todos los animales y pedirles ayuda!”.

Así, con el corazón lleno de esperanza, Emiliano, Tula y Tzitzimime comenzaron su misión. Fueron al hogar de los monos aulladores, que se balanceaban de rama en rama. “¡Amigos, necesitamos su ayuda! ¡El río está en peligro!”, exclamó Emiliano. Los monos, emocionados, decidieron unirse a la causa.

Luego, visitaron a las majestuosas aves del paraíso, que con sus colores vibrantes alegraban la selva. “Si todos trabajamos juntos, podemos salvar el río”, les dijeron. Las aves, llenas de entusiasmo, alzaron el vuelo y comenzaron a reunir a más animales para la gran reunión.

Finalmente, todos se reunieron en el claro donde habían encontrado a Tzitzimime. Había jaguares, venados, ranas, y hasta un par de búhos sabios que habían llegado a escuchar. Emiliano se puso de pie y, con voz firme, les dijo: “¡Queridos amigos! La selva nos necesita. Debemos unir fuerzas y cuidar de nuestro hogar”.

Los animales se miraron entre sí, y con un rugido de acuerdo, comenzaron a discutir ideas. Las ranas propusieron limpiar el río de basura, mientras que los pájaros ofrecieron recolectar semillas para reforestar los árboles. Cada uno aportó su granito de arena, y juntos trazaron un plan.

Al amanecer, comenzaron la tarea. Las ranas, con sus patas rápidas, saltaron al agua y empezaron a retirar todo lo que la gente había dejado. Los monos se unieron para hacer un puente de lianas que facilitara el acceso al río. Las aves, en un despliegue de colores, volaron en círculos para atraer la atención de los humanos cercanos, mostrando lo que sucedía en su hogar.

Emiliano y Tula trabajaron codo a codo, llenos de energía y esperanza. “Mira, Tula, el agua está empezando a fluir otra vez”, exclamó Emiliano, señalando cómo las ranas hacían su magia en el río. Y efectivamente, después de un arduo trabajo, el río volvió a brillar con la luz del sol, reflejando el azul del cielo y llenándose de vida nuevamente.

Pero la alegría no duró mucho, pues un grupo de hombres llegó al borde de la selva con grandes máquinas. “Vamos a construir aquí una carretera”, dijeron sin pensar en las consecuencias. Emiliano, lleno de valentía, se adelantó y gritó: “¡Por favor, deténganse! Este lugar es nuestro hogar, y aquí vive mucha vida”.

Los hombres, sorprendidos por la determinación del niño, lo miraron fijamente. Fue entonces cuando Tzitzimime, con su voz profunda, se unió a la conversación. “Si destruyen nuestra selva, también destruirán su hogar, pues aquí se encuentra la naturaleza que les da aire y agua”. Los hombres se quedaron en silencio, contemplando las palabras de la tortuga y viendo a todos los animales reunidos en un solo lugar.

Conmovidos por la valentía de Emiliano y el apoyo de los animales, decidieron dar un paso atrás. “No sabíamos que aquí había tanta vida”, dijeron. “Nosotros también queremos ayudar”. Así, en lugar de construir la carretera, comenzaron a planear un proyecto de conservación para proteger Xochitla.

Desde ese día, la selva no solo hablaba con las estrellas, sino que también había enseñado a los humanos a cuidar y respetar la naturaleza. Emiliano, Tula y todos los animales vivieron en armonía, sabiendo que, juntos, podían enfrentar cualquier desafío.

Moraleja del cuento “La selva que hablaba con las estrellas”

La historia de Emiliano y su valiente amistad con los habitantes de Xochitla nos recuerda que, cuando cuidamos de la naturaleza, ella también cuida de nosotros. Juntos, con valentía y unión, podemos proteger nuestro hogar y hacer brillar las estrellas de esperanza en el cielo.

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Abraham Cuentacuentos


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