Cuento: “La princesa que bailaba con los alebrijes”
En un reino mágico llamado Huauchinango, donde las montañas se abrazaban con el cielo y los ríos danzaban entre los valles, vivía una hermosa princesa llamada Itzel. Sus cabellos eran como hilos de oro que brillaban al sol, y sus ojos, dos luceros que reflejaban la bondad de su corazón. A Itzel le encantaba explorar los rincones más escondidos de su reino, y su lugar favorito era el bosque encantado que rodeaba el palacio.
Un día, mientras caminaba por el bosque, escuchó un suave murmullo, como el canto de una melodía lejana. Intrigada, siguió el sonido hasta encontrar un claro iluminado por el sol. Allí, ante sus ojos, se desplegó un espectáculo maravilloso: criaturas coloridas y fantásticas danzaban alrededor de un árbol enorme, con ramas que parecían tocar las nubes. Eran alebrijes, esos seres mágicos que en México son conocidos por su belleza y creatividad, y que estaban pintados con colores vivos que parecían cobrar vida con cada movimiento.
—¡Hola, princesa! —gritó uno de los alebrijes, un pequeño dragón con alas de mariposa y cuerpo de serpiente. Su nombre era Chispa, y su risa era contagiosa—. ¡Ven a bailar con nosotros!
Itzel, fascinada, se unió a la danza. Mientras giraban y saltaban, el bosque se llenó de risas y alegría. Los alebrijes la enseñaron a moverse al ritmo de la música que parecía provenir de la tierra misma. Cada giro, cada paso, hacía que los colores de los alebrijes brillaran aún más. Pero no todo era alegría, pues el malvado hechicero del norte, llamado Xolotl, había escuchado rumores de la magia que los alebrijes traían a Huauchinango. Xolotl deseaba robar su esencia para hacerse más poderoso.
Una noche oscura, mientras Itzel bailaba con sus amigos en el claro, una sombra se cernió sobre ellos. Xolotl, con su túnica negra y mirada siniestra, apareció entre los árboles. —¡Deténganse! —gritó—. ¡Esa magia es mía!
Los alebrijes, aterrados, comenzaron a retroceder. Pero Itzel, llena de valentía, se plantó frente al hechicero. —¡No puedes robar lo que no te pertenece! —exclamó, con voz firme—. La magia de los alebrijes pertenece a la alegría y al amor, no al odio.
Xolotl rió con desdén. —¿Y qué vas a hacer tú, pequeña princesa? —preguntó, mientras levantaba su vara mágica, listo para lanzar un hechizo.
Pero en ese instante, los alebrijes, inspirados por el coraje de Itzel, comenzaron a danzar alrededor de Xolotl. Sus colores vibrantes formaron un torbellino de luz que confundió al hechicero. —¡Deténganse! —gritó él, intentando cubrirse de la luz mágica.
—No puedes vencer a la amistad —dijo Itzel, mientras levantaba sus brazos y comenzaba a bailar también. A medida que se movía, los alebrijes la seguían, formando un círculo brillante que iluminaba la oscuridad.
Xolotl, cegado por los colores, comenzó a retroceder. Los alebrijes, unidos por la magia de la princesa y su baile, lanzaron un chorro de luz que hizo temblar al hechicero. De repente, un gran resplandor estalló en el cielo, y con un grito, Xolotl se desvaneció, llevándose consigo su sombra malvada.
Itzel, agotada pero feliz, abrazó a sus amigos alebrijes. —Lo logramos, ¡gracias a todos! —dijo con una sonrisa.
Desde ese día, la princesa Itzel y los alebrijes bailaban juntos en el bosque, compartiendo su magia y alegría con todos los habitantes del reino. Huauchinango se convirtió en un lugar aún más hermoso, donde la amistad y la música florecían, y los colores de los alebrijes llenaban el aire de vida.
Las leyendas sobre Itzel y los alebrijes se contaron por generaciones, recordando siempre que la unión y la valentía son más poderosas que cualquier hechizo oscuro. Y así, la princesa que bailaba con los alebrijes enseñó a todos que, en la diversidad y en la amistad, se encuentra la verdadera magia de la vida.
Moraleja del cuento “La princesa que bailaba con los alebrijes”
La verdadera magia reside en la unión y el amor, pues cuando juntos bailamos con el corazón, ni el más oscuro de los hechiceros puede detener nuestra luz.