La poción secreta de Doña Meche

La poción secreta de Doña Meche

Cuento: “La poción secreta de Doña Meche”

En un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos de flores silvestres, vivía una bruja conocida como Doña Meche. Su casa, de paredes color adobe y techo de tejas rojas, estaba escondida entre altos magueyes y cactus que florecían con hermosas flores amarillas. A pesar de que la gente del pueblo a menudo susurraba sobre ella, todos sabían que Doña Meche tenía un corazón amable y que su magia nunca era utilizada para hacer daño. Más bien, se decía que ayudaba a quienes se lo pedían con humildad.

Una mañana soleada, mientras el viento acariciaba suavemente las hojas de los árboles, un grupo de niños decidió aventurarse hacia la casa de Doña Meche. Entre ellos estaba Valentina, una niña curiosa con trenzas largas y ojos chispeantes; y su hermano, Miguel, un niño valiente que siempre estaba dispuesto a descubrir lo desconocido. “¡Vamos, Valentina! Dicen que tiene una poción mágica que puede hacer volar a las personas,” dijo Miguel, con emoción en su voz.

Los niños caminaron por un sendero lleno de piedras de colores y flores que parecían sonreírles. Cuando llegaron a la puerta de la casa, esta estaba adornada con campanas que sonaban suavemente al compás del viento. Miguel tocó la puerta con nerviosismo. “¡Doña Meche, estamos aquí!” gritó.

La puerta se abrió lentamente, y Doña Meche apareció con una sonrisa amplia. Su cabello canoso caía en ondas sobre sus hombros, y su vestido de colores vivos parecía estar hecho de la misma luz del sol. “¡Hola, mis pequeños! ¿Qué les trae por aquí?” preguntó, invitándolos a entrar.

El interior de la casa era un verdadero espectáculo: frascos de cristal llenos de hierbas y polvos de todos los colores adornaban estanterías. El aire estaba impregnado de aromas dulces y especiados que hacían que los niños se sintieran como en un sueño. “Queremos ver tu poción mágica,” dijo Valentina con los ojos llenos de admiración.

Doña Meche rió suavemente. “¿Una poción mágica, eh? Puedo mostrarles una, pero primero deben ayudarme a recoger los ingredientes que necesito. ¿Aceptan el reto?”

Los niños asintieron emocionados, y así comenzaron una aventura por el bosque cercano. Recorrieron senderos que parecían estar llenos de secretos, escuchando el canto de los pájaros y el susurro del viento. “Debemos encontrar flores de cempasúchil, hojas de eucalipto y un poco de miel de abeja,” explicó Doña Meche mientras caminaban.

“¡Mira! ¡Ahí hay un cempasúchil!” gritó Valentina, señalando una brillante flor anaranjada. Miguel se acercó, pero justo cuando iba a recogerla, un grupo de traviesos duendes salió de detrás de un árbol. “¡No tan rápido! Solo los que son verdaderamente valientes pueden llevarse las flores,” dijeron, riendo.

“¡Yo soy valiente!” exclamó Miguel, con el pecho hinchado de orgullo. “¿Qué debo hacer?” Los duendes, sorprendidos por su determinación, le dieron un reto: “Si quieres las flores, tendrás que hacer un hechizo de amistad con nosotros.”

Los niños se miraron confundidos. “¿Un hechizo de amistad? ¿Cómo se hace?” preguntó Valentina. “Es sencillo,” dijo uno de los duendes, “solo deben bailar y reír, y prometer que siempre se ayudarán entre ustedes.”

Sin pensarlo dos veces, los niños comenzaron a bailar, girando en círculos, riendo y cantando. Los duendes, contagiados por su alegría, comenzaron a unirse a ellos. Después de un rato, los duendes, felices y emocionados, les entregaron las flores. “Tomen, valientes amigos. Las flores son suyas,” dijeron, desapareciendo entre risas.

Con las flores en mano, continuaron su búsqueda de los demás ingredientes. Encontraron las hojas de eucalipto en un árbol que parecía contarles historias, y la miel en un panal escondido bajo la sombra de un viejo roble. Al regresar a la casa de Doña Meche, estaban llenos de energía y emoción.

“¡Lo logramos!” gritaron juntos. Doña Meche, orgullosa, los guió hacia la cocina. “Ahora, veamos cómo funciona esta poción,” dijo mientras colocaba los ingredientes en una olla de barro. Al mezclarlos, una nube de vapor multicolor llenó la habitación. “Esta poción es especial. Puede darles un pequeño toque de magia, pero deben usarla sabiamente.”

Los niños, con ojos deslumbrados, tomaron un pequeño sorbo de la poción. En un instante, comenzaron a levitar suavemente. “¡Mira, Valentina, estoy volando!” gritó Miguel, girando en el aire como un pequeño pájaro. Valentina también se elevó, riendo de alegría.

Sin embargo, al poco tiempo, la risa se tornó en preocupación. “¿Qué pasará si no podemos volver a bajar?” preguntó Valentina, con el corazón acelerado. Doña Meche, al ver su angustia, les sonrió con dulzura. “No se preocupen, mis pequeños. La magia siempre puede ser controlada con un buen corazón y una mente clara. Solo piensen en lo que quieren y regresarán a la tierra.”

Miguel cerró los ojos y, concentrándose, deseó descender. Al instante, sintió que sus pies tocaban el suelo nuevamente. “¡Lo logré!” exclamó. Valentina lo imitó, y en un abrir y cerrar de ojos, también estaba de vuelta en el suelo.

“Recuerden, la verdadera magia está en ustedes mismos,” les dijo Doña Meche, mientras les daba un abrazo. “No necesitan volar para ser especiales; su valentía y amistad son el verdadero hechizo.”

Con el corazón lleno de alegría y un nuevo entendimiento sobre la magia, los niños regresaron a casa. A partir de ese día, aprendieron que las aventuras y los desafíos eran parte de su viaje, y que siempre podían contar el uno con el otro.

Moraleja del cuento “La poción secreta de Doña Meche”

La verdadera magia no está en pociones o encantos, sino en el valor de la amistad y en la unión de los corazones que siempre se ayudan, dejando que la alegría y el amor vuelen tan alto como los sueños.

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Abraham Cuentacuentos


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