Cuento: “La pócima de la bruja que sabía a chocolate”
En un rincón escondido de la vasta Sierra Madre, había un pequeño pueblo llamado San Dulce. Este lugar era famoso por sus hermosos paisajes, con montañas que se alzaban como guardianes y un cielo que brillaba como un manto de zafiros. Los habitantes de San Dulce eran gente amable, siempre dispuestos a compartir su comida y sus risas, pero había algo más que hacía especial a este pueblo: una bruja llamada Doña Chocolate.
Doña Chocolate era una mujer de estatura pequeña, con un cabello rizado y plateado que caía en cascadas sobre sus hombros. Sus ojos eran de un verde profundo, como las hojas de un bosque en primavera. Vestía siempre con colores vivos, uniendo telas que parecían contar historias de antaño. Sin embargo, no era su aspecto lo que atraía la curiosidad de los niños del pueblo, sino su misteriosa habilidad para crear pócimas que sabían a chocolate. ¡Sí, a chocolate! Una delicia que todos soñaban probar.
Un día, mientras el sol se escondía tras las montañas y la luna comenzaba a asomarse tímidamente, un grupo de niños, liderados por la valiente Valeria y el travieso Miguelito, decidió que era hora de visitar a Doña Chocolate. “¡Vamos a ver qué nuevas maravillas ha creado!”, exclamó Valeria con su cabello negro ondeando al viento.
“¡Sí! ¡Y tal vez nos dé un poco de su pócima mágica!”, añadió Miguelito, saltando de emoción. Los demás niños, entusiasmados, los siguieron por el sendero que conducía a la cabaña de la bruja, situada al borde del bosque.
Al llegar, el aire estaba impregnado de un dulce aroma a cacao y canela. Doña Chocolate los recibió con una sonrisa cálida y un abrazo que parecía envolverlos en un manto de cariño. “¿Qué les trae por aquí, mis pequeños amigos?”, preguntó, mientras movía con destreza una cuchara de madera en una enorme olla burbujeante.
“Queremos probar tu pócima de chocolate, Doña Chocolate”, dijeron los niños al unísono, sus ojos brillando de emoción.
“Ah, pero no es tan fácil, queridos”, respondió la bruja con un guiño. “La pócima de chocolate tiene un secreto. Necesito la ayuda de todos ustedes para encontrar los ingredientes mágicos que la hacen especial”.
Los niños, emocionados por la aventura, asintieron rápidamente. Doña Chocolate les explicó que para hacer su pócima mágica necesitaban tres ingredientes: un pétalo de flor de cempasúchil, una pizca de sal de mar, y un rayo de sol que debían atrapar en un frasco.
“¿Y cómo vamos a encontrar todo eso?”, preguntó Sofía, una niña de cabello rizado y sonrisa contagiosa. “¡Es muy complicado!”
“No se preocupen”, dijo Doña Chocolate. “El verdadero poder de la magia radica en la amistad y el trabajo en equipo. ¡Así que a la aventura!”
Con una lista de tareas, los niños se separaron en grupos. Valeria y Miguelito fueron al campo de cempasúchil, donde los brillantes pétalos amarillos danzaban al viento. Mientras recolectaban los pétalos, Valeria notó que Miguelito parecía distraído. “¿Qué te pasa?”, le preguntó.
“Creo que deberíamos encontrar algo más que solo un pétalo. ¡Podríamos sorprender a Doña Chocolate!”, dijo él, su mente traviesa comenzando a maquinar. Así, decidieron recoger algunas hojas de chocolate que crecían cerca, pensando que serían un buen complemento.
Mientras tanto, en la costa, Sofía y su amigo Carlos buscaban la sal del mar. “Mira, el mar es inmenso, pero si escuchamos con atención, la brisa nos dirá dónde encontrar la mejor sal”, sugirió Carlos. Y así, se acercaron a las olas, recogiendo conchas llenas de la brillante sal que relucía como pequeños diamantes.
Finalmente, llegó el momento más difícil: atrapar un rayo de sol. Todos se reunieron de nuevo en la cabaña de Doña Chocolate. “¿Cómo lo haremos?”, preguntó Sofía, un poco desanimada.
Doña Chocolate sonrió y dijo: “El sol brilla con más fuerza cuando todos están juntos. Formemos un círculo y dejemos que nuestra risa y alegría sean el rayo que necesitamos”.
Así, los niños se tomaron de las manos y comenzaron a reír y cantar, llenando el aire con su energía. De repente, un destello dorado apareció sobre ellos y un pequeño rayo de sol se concentró en un frasco que llevaban. “¡Lo logramos!”, gritaron con júbilo.
Con los ingredientes en mano, regresaron a la cabaña de Doña Chocolate. La bruja los recibió con un abrazo cálido. “¡Excelente trabajo, mis pequeños!”, exclamó mientras comenzaba a mezclar todo en la olla.
“¿Qué más necesitas, Doña Chocolate?”, preguntó Miguelito, ansioso por ayudar.
“Solo un poco de cariño y alegría. Eso es lo que realmente hace que la pócima sea mágica”, respondió la bruja, sonriendo mientras revolvía la mezcla.
Después de unos minutos, la olla burbujeó y de ella salió un aroma tan dulce que hizo que todos los niños se relamieran los labios. “¡Ya está lista!”, dijo Doña Chocolate, sirviendo la pócima en pequeños tazones. Cada sorbo era como un abrazo de chocolate, suave y reconfortante.
“¡Es deliciosa!”, exclamaron los niños al unísono, disfrutando cada gota de la mágica bebida.
Esa noche, mientras la luna iluminaba el cielo estrellado, los niños regresaron a sus casas, con el corazón lleno de alegría y la panza contenta. Doña Chocolate les había enseñado que la verdadera magia no solo estaba en sus pócimas, sino en la amistad y en la aventura compartida.
Moraleja del cuento “La pócima de la bruja que sabía a chocolate”
La magia se encuentra en la amistad y el trabajo en equipo, pues cuando unimos nuestras risas y corazones, podemos alcanzar hasta los rayos de sol más brillantes.
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