Cuento: “La nube que quería ser un osito”
Era una tarde de primavera en el pequeño pueblo de San Vicente, donde los ríos cantaban suavemente y los campos de maíz se mecía al ritmo del viento. Allí, entre los colores vivos de las flores y el brillo dorado del sol, flotaba una nube llamada Lulú. Lulú no era una nube cualquiera; soñaba con ser un osito de peluche, suave y cariñoso, que pudiera abrazar a todos los niños del pueblo. A menudo, se pasaba las horas mirando cómo los pequeños jugaban en el parque, riendo y correteando con sus juguetes.
“Si tan solo pudiera ser un osito”, suspiraba Lulú mientras se moldeaba en formas tiernas. Un día, vio a un niño llamado Juanito que abrazaba con fuerza a su osito de peluche. “¡Oh, cómo desearía ser como él!”, pensó con nostalgia. Su corazón, aunque hecho de vapor y aire, palpitaba con un deseo intenso de ser parte de esos momentos de felicidad.
Al caer la tarde, Lulú decidió que haría lo posible por convertirse en un osito. Se acercó al árbol más grande del parque, donde un anciano búho, conocido por su sabiduría, se posaba en una rama. “Señor Búho, ¿me podría ayudar a ser un osito de peluche?”, preguntó con timidez. El búho, con sus ojos grandes y sabios, la miró con curiosidad.
“Querida nube, ser un osito no es solo tener forma de peluche. Se trata de ser cálido y dar amor a los demás. Pero puedo ayudarte a encontrar el camino”, respondió el búho con voz profunda. “Debes visitar la montaña de los sueños, donde se encuentran las estrellas caídas que conceden deseos. Allí, podrías descubrir cómo ser lo que anhelas”.
Emocionada, Lulú emprendió su viaje hacia la montaña. Mientras flotaba, disfrutaba del paisaje que se extendía ante ella: campos de flores de colores brillantes, ríos de agua cristalina y cielos llenos de aves que cantaban alegres melodías. Pero, al llegar a la base de la montaña, se dio cuenta de que el camino no sería fácil. Una tormenta repentina se desató, lanzando fuertes vientos y lluvias que amenazaban con desviar su rumbo.
“¡Ayuda!”, gritó Lulú mientras las ráfagas la empujaban hacia atrás. Fue entonces cuando un grupo de mariposas de colores se acercó. “No temas, Lulú. Juntas podemos protegerte de la tormenta”, dijeron en unísono. Las mariposas se alinearon a su alrededor, formando un escudo que la resguardó del viento. Con su ayuda, Lulú logró avanzar hacia la montaña.
Al llegar a la cima, Lulú se encontró con un campo de estrellas brillantes, caídas del cielo. Allí, una estrella resplandeciente se acercó a ella. “Hola, pequeña nube. ¿Qué deseo traes en tu corazón?”, preguntó la estrella con voz melodiosa. “Quiero ser un osito de peluche y dar amor a los niños”, respondió Lulú con fervor.
La estrella, al escuchar su deseo, sonrió. “El amor que buscas no se encuentra en ser un osito, sino en los actos que realices. Debes aprender a dar y recibir amor tal como eres. Cada nube tiene su propósito, y tú puedes ser el abrazo de la lluvia que nutre la tierra”.
Lulú se sintió confundida. “¿Entonces, no puedo ser un osito?”, preguntó, un poco desanimada. La estrella, viendo su tristeza, le dijo: “Puedes ser más que un osito. Puedes ser la amiga que siempre acompaña a los niños en sus sueños y juegos. Recuerda, el amor es lo que realmente importa”.
Al regresar al pueblo, Lulú se sintió diferente. Empezó a jugar con los niños, transformándose en suaves gotas de lluvia que caían en sus jardines, llenándolos de vida. Cuando los pequeños levantaban la mirada al cielo, Lulú les enviaba formas divertidas: un perro, un castillo, e incluso un osito de peluche. “¡Mira, mamá, una nube!”, gritaban los niños llenos de alegría.
Así, Lulú se dio cuenta de que no necesitaba ser un osito de peluche para dar amor. Su esencia como nube le permitía abrazar al mundo de una manera única. Aprendió que cada ser tiene su valor y que, a veces, lo que deseamos no es lo que realmente necesitamos.
Con el paso del tiempo, Lulú se convirtió en la nube más querida del pueblo. Cada vez que llovía, los niños salían a jugar bajo la lluvia, sintiendo el cariño que ella les enviaba. Juanito, el niño que había inspirado su deseo, siempre miraba al cielo y decía: “Gracias, Lulú, por ser nuestra amiga”.
Así, la nube que quería ser un osito descubrió su verdadero propósito: ser la amiga que nunca se rinde, que siempre está ahí, en los momentos felices y en los difíciles, regando el mundo con amor y dulzura.
Moraleja del cuento “La nube que quería ser un osito”
No siempre lo que deseamos es lo que necesitamos; a veces, el amor y la amistad vienen en formas inesperadas. Cada uno de nosotros tiene un propósito único, y es en nuestra esencia donde encontramos la verdadera felicidad.