Cuento: “La mariposa que enseñaba a compartir”
Había una vez, en un hermoso bosque de México, un lugar lleno de flores de todos los colores y aromas. Allí vivía una mariposa llamada Lila, cuyo brillo y elegancia la hacían destacar entre todas las criaturas del bosque. Lila tenía alas de un azul profundo, como el cielo despejado, y un delicado borde dorado que brillaba al sol. Era la mariposa más hermosa de todas, pero también la más solitaria.
Lila pasaba sus días revoloteando entre las flores, disfrutando del néctar dulce y las suaves brisas que acariciaban sus alas. Sin embargo, a pesar de su belleza, no tenía amigos. Los otros insectos del bosque la admiraban desde lejos, pero Lila siempre se mantenía distante, convencida de que su belleza la hacía diferente. “No necesitan mi compañía”, pensaba, mientras danzaba sola entre las flores.
Un día, mientras Lila exploraba un rincón del bosque, se encontró con una colmena llena de abejitas. Al acercarse, escuchó a las abejitas hablando entre ellas. “Hoy, la miel que hemos recolectado es suficiente para compartir con todos los habitantes del bosque”, dijo una de ellas con entusiasmo. “¡Sí! Vamos a organizar una fiesta en la que todos puedan disfrutar”, agregó otra, llenando el aire con su alegría.
Lila, intrigada por la idea de una fiesta, decidió volar un poco más cerca. Observó cómo las abejitas trabajaban juntas, recolectando miel y preparando deliciosos bocados. Sin embargo, cuando una abeja se acercó a Lila y le preguntó si quería unirse, Lila, asustada de perder su espacio, respondió con desdén: “No, gracias. No tengo tiempo para fiestas. Prefiero estar sola”.
Las abejitas se miraron sorprendidas, pero siguieron con sus preparativos. Mientras tanto, Lila sintió una punzada de tristeza. “¿Por qué no puedo disfrutar como ellas?”, se preguntó. “Quizás, si tuviera a alguien con quien compartir mis momentos, no me sentiría tan sola”. Fue entonces que decidió ir a la fiesta, aunque su corazón estaba lleno de dudas.
La fiesta fue un despliegue de colores, risas y deliciosos sabores. Las flores estaban decoradas con guirnaldas de hojas y los aromas de la miel flotaban en el aire. Lila observaba desde lejos, sintiendo una mezcla de tristeza y anhelo. En un momento, se le acercó un pequeño saltamontes llamado Pedro. “¿Por qué no vienes a unirte a nosotros?”, le preguntó con una sonrisa. “¡Hay suficiente miel para todos!”
Lila titubeó. “No creo que necesiten a una mariposa solitaria como yo”, respondió, bajando la mirada. Pedro, sin rendirse, le dijo: “Pero la fiesta es más divertida cuando hay más amigos. ¡Ven! Podemos compartir risas y cuentos”.
Las palabras de Pedro hicieron eco en su corazón. Lila decidió acercarse y, poco a poco, se unió a la celebración. Mientras probaba la miel, se dio cuenta de lo deliciosa que era y cómo todos se reían y compartían historias. “¡Esto es maravilloso!”, exclamó. En ese instante, se dio cuenta de que no había disfrutado de la miel sola, sino que era aún más rica al compartirla con otros.
Pasaron los días y Lila comenzó a visitar a las abejitas y a sus nuevos amigos todos los días. Aprendió que cada vez que compartía algo, ya fuera su miel o una hermosa flor, el bosque se llenaba de más risas y alegría. Se convirtió en la mariposa más querida, no solo por su belleza, sino por su generosidad.
Un día, una tormenta inesperada azotó el bosque. Los vientos soplaban con fuerza, y las flores comenzaron a caer. Las abejitas, asustadas, se refugiaron en su colmena, y Lila decidió que era el momento de actuar. Voló por todo el bosque, reuniendo a sus amigos, “¡Todos necesitamos unirnos y ayudarnos!”, gritó. Con su valentía y liderazgo, guiaron a los pequeños animales y ayudaron a las flores a recuperarse después de la tormenta.
Cuando la calma regresó, todos los habitantes del bosque se reunieron para celebrar. “Gracias a Lila, nuestra valiente mariposa, pudimos mantenernos juntos y superar la tormenta”, dijeron las abejitas. Lila, sonriendo, comprendió que la verdadera belleza radica en compartir momentos, risas y ayuda. Desde entonces, el bosque nunca fue el mismo.
Las criaturas aprendieron a valorar la amistad y a compartir no solo los buenos momentos, sino también los difíciles. Lila se convirtió en un símbolo de generosidad y compañerismo. “Cada vez que compartimos, hacemos el mundo un lugar más bonito”, solía decir, mientras revoloteaba entre sus amigos.
Moraleja del cuento “La mariposa que enseñaba a compartir”
La amistad florece cuando compartimos, y en el dar encontramos la verdadera belleza de la vida. Juntos, hacemos del mundo un lugar más alegre y lleno de amor.
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