La luna que velaba los sueños de la princesa
En un reino lejano, donde las montañas se abrazaban con las nubes y los ríos cantaban melodías antiguas, vivía una princesa llamada Isabela. Su belleza era tal que los lirios se sonrojaban al compararse con su piel, que brillaba como la luz de la luna. Isabela tenía una larga cabellera negra como la noche, que caía en suaves ondas sobre sus hombros, y unos ojos verdes que reflejaban la profundidad de los bosques que rodeaban su castillo. Sin embargo, a pesar de su esplendor, Isabela se sentía sola, atrapada en un mundo de obligaciones y formalidades.
Una noche, mientras la luna llena iluminaba el cielo estrellado, Isabela se asomó a su balcón. El aire fresco acariciaba su rostro y el canto de las chicharras resonaba en la distancia. “¿Por qué no puedo ser libre como el viento?”, susurró, sintiendo una punzada de tristeza en su corazón. En ese momento, una suave brisa trajo consigo un susurro mágico que parecía provenir de la luna misma.
“Isabela, querida princesa, si deseas ser libre, solo debes seguir el camino de las estrellas”, dijo la voz etérea. Isabela, sorprendida, miró hacia arriba y vio cómo la luna brillaba con una intensidad inusual. “¿Quién eres?”, preguntó, con una mezcla de asombro y curiosidad.
“Soy la guardiana de los sueños, y he venido a ofrecerte una aventura que cambiará tu vida”, respondió la luna. “Si sigues el sendero de luz que se dibuja en el bosque, encontrarás un mundo lleno de maravillas y sorpresas. Pero ten cuidado, pues no todo es lo que parece.”
Sin pensarlo dos veces, Isabela decidió seguir el consejo de la luna. Se vistió con un sencillo vestido blanco que le permitía moverse con libertad y, con el corazón palpitante de emoción, se adentró en el bosque. La luz de la luna la guiaba, iluminando su camino entre los árboles que parecían susurrar secretos antiguos.
Al poco tiempo, Isabela llegó a un claro donde un grupo de criaturas mágicas danzaba bajo la luz lunar. Había hadas de alas brillantes, duendes traviesos y un viejo búho que observaba con ojos sabios. “¡Bienvenida, princesa!”, exclamó una de las hadas, con una voz melodiosa. “Hemos estado esperando tu llegada. Aquí, los sueños se hacen realidad.”
Isabela, maravillada, se unió a la danza. “¿Qué debo hacer para quedarme aquí?”, preguntó, sintiendo que había encontrado un lugar donde pertenecía. “Solo debes ser tú misma y dejar que tu corazón guíe tus pasos”, respondió el búho, que se presentó como Don Sabio.
Mientras la noche avanzaba, Isabela se sumergió en un mundo de magia y alegría. Conoció a un valiente caballero llamado Alejandro, que había llegado al bosque en busca de aventuras. Alejandro era alto y fuerte, con una sonrisa encantadora que iluminaba su rostro. “He oído hablar de la belleza de la princesa, pero nunca imaginé que sería tan valiente”, le dijo, mientras ambos reían y compartían historias.
Sin embargo, la felicidad de Isabela se vio interrumpida cuando un oscuro hechicero apareció en el claro. Su nombre era Malvado, y su presencia era tan fría como la sombra que proyectaba. “¿Qué hace una princesa aquí, lejos de su castillo?”, preguntó con desdén. “Este lugar es mío, y no permitiré que nadie lo contamine con su luz.”
Isabela, temerosa pero decidida, se enfrentó al hechicero. “No tienes poder sobre nosotros, Malvado. La magia de la luna y la bondad de nuestros corazones son más fuertes que tu oscuridad”, declaró con valentía. Alejandro, a su lado, asintió. “Juntos, lucharemos contra ti.”
Malvado soltó una risa burlona. “¿Creen que pueden detenerme? ¡Verán lo que es el verdadero poder!” Y con un movimiento de su mano, lanzó un hechizo que oscureció el claro, sumiéndolo en una penumbra aterradora.
Pero Isabela, recordando las palabras de Don Sabio, cerró los ojos y se concentró en la luz de la luna. “¡Luz de la luna, ven a mí!”, gritó con todas sus fuerzas. De repente, un rayo de luz brillante emergió de la luna, iluminando el claro y desvaneciendo la oscuridad que Malvado había traído.
El hechicero, sorprendido, retrocedió. “¡No puede ser!”, exclamó, mientras la luz lo envolvía. “¡No puedo perder!” Y con un último grito de desesperación, fue absorbido por la luz, desapareciendo en un destello de sombras.
La oscuridad se disipó, y el claro volvió a brillar con la luz de la luna. Isabela y Alejandro se miraron, sus corazones latiendo al unísono. “Lo hicimos”, dijo ella, con una sonrisa radiante. “Juntos, somos más fuertes.” Alejandro tomó su mano y la miró a los ojos. “Siempre estaré a tu lado, princesa.”
Las criaturas mágicas aplaudieron y celebraron la victoria. Don Sabio se acercó a Isabela y le dijo: “Has demostrado que la verdadera fuerza reside en el amor y la amistad. Nunca olvides que siempre habrá luz, incluso en los momentos más oscuros.”
Con el corazón lleno de alegría, Isabela decidió regresar a su castillo, pero no sin antes prometer a sus nuevos amigos que volvería a visitarlos. “Este lugar es mágico, y siempre será parte de mí”, les dijo, mientras se despedía con un abrazo.
Al llegar al castillo, la luna la recibió con un brillo especial. Isabela se sintió diferente, más fuerte y más segura de sí misma. “Gracias, luna, por guiarme en esta aventura”, murmuró, mientras se asomaba a su balcón. “He aprendido que la verdadera libertad está en ser quien realmente soy.”
Desde aquel día, Isabela no solo fue conocida como la princesa del reino, sino también como la guardiana de los sueños. Cada noche, se asomaba a su balcón, esperando que la luna le contara nuevas historias y aventuras. Y así, el reino floreció, lleno de magia, amor y amistad, mientras la luna seguía velando los sueños de todos sus habitantes.
Moraleja del cuento “La luna que velaba los sueños de la princesa”
La verdadera fuerza reside en el amor y la amistad, y siempre habrá luz en los momentos más oscuros si seguimos el camino de nuestros sueños y nos atrevemos a ser quienes realmente somos.
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