La hada que le regaló alas al colibrí

La hada que le regaló alas al colibrí

Cuento: “La hada que le regaló alas al colibrí”

Era una mañana radiante en el corazón de la Sierra Madre, donde los rayos del sol danzaban entre las hojas verdes de los árboles. En este mágico lugar, lleno de colores vibrantes y aromas dulces, vivía una pequeña hada llamada Luminia. Con su cabello dorado como el sol y un vestido hecho de pétalos de flores, Luminia era conocida por su risa contagiosa y su amor por la naturaleza. Su hogar era un hermoso jardín lleno de flores exóticas y mariposas que revoloteaban, creando un espectáculo de luces y colores.

Un día, mientras Luminia recogía néctar de una flor de cempasúchil, escuchó un ligero susurro que provenía de un arbusto cercano. Curiosa, se acercó y descubrió a un pequeño colibrí llamado Tico, quien estaba sentado, con su cabecita gacha y un brillo de tristeza en sus ojos. “¿Por qué estás tan triste, pequeño amigo?” le preguntó Luminia, mientras se agachaba a su lado.

“Soy un colibrí, y siempre he soñado con volar alto, tocar las nubes y jugar con los vientos. Pero mis alas son muy débiles, y nunca podré alcanzar el cielo,” respondió Tico, su voz temblando como una hoja al viento. Luminia sintió una punzada en su corazón al ver al colibrí tan desalentado.

“¿Qué tal si te ayudo?” propuso la hada con una sonrisa. Tico levantó la vista, sorprendido. “¿De verdad lo harías? Pero… ¿cómo podrías ayudarme?” preguntó con incredulidad.

“Soy un hada de la naturaleza, y tengo el poder de otorgar alas fuertes a quienes lo necesiten. Pero, Tico, deberás prometeme que siempre usarás tus alas para hacer el bien y cuidar de nuestro hogar,” explicó Luminia, mientras su varita mágica brillaba con un destello plateado.

Tico, emocionado, asintió rápidamente. “¡Lo prometo! Haré todo lo posible por proteger a la naturaleza y ayudar a mis amigos,” exclamó, su corazón rebosante de esperanza. Luminia sonrió, y alzó su varita. Un resplandor iluminó el lugar y, en un instante, las alas de Tico comenzaron a brillar y transformarse, volviéndose fuertes y hermosas, adornadas con colores que recordaban a un arcoíris.

“¡Wow! ¡Son increíbles!” gritó Tico, saltando de alegría. Probó sus nuevas alas y, al dar su primer vuelo, sintió una ligereza que nunca había experimentado. Con un rápido movimiento, se elevó hacia el cielo, donde las nubes parecían abrazarlo con suavidad. Desde las alturas, Tico miró hacia abajo y vio a Luminia sonriendo, y supo que todo había cambiado.

Sin embargo, la alegría de Tico no duró mucho. Un día, mientras volaba entre los árboles, vio a un grupo de criaturas del bosque aterrorizadas. Un gran búho, llamado Don Silvestre, había comenzado a atacar a los pequeños pájaros para robarles sus nidos. Tico, con valentía, se acercó volando. “¡Alto, Don Silvestre! No puedes hacer esto, todos tienen derecho a un hogar,” le gritó con firmeza.

“¿Y quién te crees para darme órdenes, pequeño colibrí?” replicó el búho, abriendo sus alas con desdén. “Soy el rey del bosque, y aquí mando yo.” Pero Tico no se dejó amedrentar. “Quizá seas grande, pero eso no te da derecho a ser cruel. Debes respetar a los demás,” insistió.

Al ver la determinación de Tico, las criaturas del bosque comenzaron a unirse a él. “¡Tico tiene razón!” exclamó una ardilla. “¡No dejemos que Don Silvestre nos atemorice!” Todos juntos comenzaron a rodear al búho, formando un frente de amistad y unidad. Ante tal valentía, Don Silvestre se sintió acorralado y, aunque era poderoso, no podía enfrentarse a la fuerza de la comunidad. “Está bien, lo dejaré, pero solo porque ustedes son más que yo. Pero no se olviden de que yo soy el rey,” murmuró, y con un batir de alas, se alejó volando.

El bosque estalló en vítores. “¡Hurra por Tico! ¡Nuestro héroe!” gritaban las ardillas, las aves y los conejos. Tico sonrió, su corazón lleno de felicidad. Pero, en ese momento, recordó la promesa que le había hecho a Luminia. Corrió al jardín de la hada y la encontró en su florido hogar.

“¡Luminia! ¡Te agradezco tanto! Gracias a tus alas pude defender a mis amigos y juntos logramos que Don Silvestre se fuera,” exclamó, sus ojos brillando de emoción. Luminia lo miró con orgullo. “Tico, has demostrado que las alas no solo sirven para volar, sino también para hacer el bien. Estoy muy orgullosa de ti,” dijo, mientras acariciaba su cabeza.

Los días pasaron y Tico se convirtió en el protector del bosque, siempre ayudando a quienes lo necesitaban. Un día, mientras volaba cerca de un río, escuchó el llanto de una pequeña tortuga atrapada entre unas rocas. Sin pensarlo dos veces, voló hacia ella y la ayudó a liberarse. “¡Gracias, Tico! Eres muy valiente,” le dijo la tortuga, agradecida.

Así, la fama de Tico se extendió por toda la sierra, y pronto todos los animales sabían que podían contar con él. Pero un día, una tormenta inesperada llegó. Vientos fuertes comenzaron a soplar, y la lluvia azotaba sin compasión. Los árboles temblaban, y muchos animales se encontraban en peligro. Tico, decidido a ayudar, voló de un lado a otro, guiando a sus amigos hacia un lugar seguro, bajo una cueva que ofrecía refugio.

“¡Rápido, todos aquí! ¡No se asusten!” gritaba Tico mientras sus alas relucían con la luz de la tormenta. Sus amigos le seguían, confiando en su valentía. Después de muchas horas, la tormenta finalmente cesó, y cuando la calma regresó, todos salieron de la cueva, agradecidos por la valentía de su pequeño héroe.

Con el tiempo, Tico comprendió que sus alas eran un regalo valioso que debía ser utilizado con amor y responsabilidad. No solo había volado alto, sino que había encontrado su propósito: proteger a sus amigos y el hermoso bosque que tanto amaba. Y así, en el corazón de la Sierra Madre, la leyenda del colibrí valiente y su hada amiga se convirtió en una historia que se contaba de generación en generación, recordando a todos la importancia de cuidar la naturaleza y ayudarse mutuamente.

Moraleja del cuento “La hada que le regaló alas al colibrí”

El valor no siempre se mide por el tamaño, sino por el corazón que tenemos para ayudar y cuidar de quienes nos rodean. Cuando unimos nuestras fuerzas y luchamos por el bien, somos capaces de lograr grandes cosas.

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Abraham Cuentacuentos


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