La flor de cempasúchil que contaba hasta diez

La flor de cempasúchil que contaba hasta diez

Cuento: “La flor de cempasúchil que contaba hasta diez”

Era un día soleado en un pequeño pueblo mexicano llamado San Alegría. El aire estaba lleno de la fragancia de las flores, y en el centro del pueblo, había un jardín mágico donde crecían las flores más hermosas de todas. Entre ellas, una destacaba por su brillante color amarillo y su peculiar habilidad: ¡la flor de cempasúchil que contaba hasta diez!

La flor, que se llamaba Cempasuchitlita, era muy especial. Desde su tallo fuerte hasta sus pétalos dorados, ella siempre decía: “¡Hola, amigos! Hoy contaré hasta diez para todos ustedes.” Los niños del pueblo se reunían alrededor de ella, emocionados, y repetían: “¡Cuento, cuento, Cempasuchitlita!” Y así, la flor comenzaba su divertida rutina.

“Uno, dos, tres,” contaba con voz melodiosa. “Cuatro, cinco, seis, siete,” seguía mientras los niños la aplaudían. “Ocho, nueve y… ¡diez!” Al terminar, todos gritaban: “¡Bravo, Cempasuchitlita!” Su alegría iluminaba el jardín y todos los que pasaban por allí sonreían al escuchar su contagiosa risa.

Un día, mientras contaba con sus amigos, Cempasuchitlita notó que un pequeño niño llamado Diego estaba triste. Se acercó a él y le preguntó: “¿Por qué estás tan triste, pequeño amigo?” Diego, con sus ojos llenos de lágrimas, respondió: “Hoy es el Día de Muertos, y he perdido mi juguete favorito. Sin él, no puedo jugar y no sé cómo celebrar.”

Cempasuchitlita, al escuchar esto, sintió que debía ayudar a Diego. “No te preocupes, yo te ayudaré a encontrar tu juguete,” dijo con determinación. “Juntos podemos hacer algo mágico. ¡Contemos hasta diez y hagamos un deseo!”

Diego sonrió por primera vez y dijo: “Está bien, Cempasuchitlita, ¡contemos juntos!” Y así, ambos comenzaron a contar. “Uno, dos, tres,” repitieron con fuerza. “Cuatro, cinco, seis,” continuaron con esperanza. “Siete, ocho, nueve… ¡diez!” Y al decir la última palabra, una brisa suave recorrió el jardín.

De repente, los pétalos de Cempasuchitlita comenzaron a brillar intensamente. “¡Mira, Diego!” exclamó emocionada. “Vamos a buscar tu juguete en el bosque encantado. Los números siempre nos guiarán.” Con eso, la flor tomó la mano de Diego y juntos se adentraron en el bosque que rodeaba el pueblo.

El bosque era mágico, lleno de árboles altos y frondosos que susurraban historias antiguas. A medida que avanzaban, encontraron animales curiosos. Un pequeño venado se acercó a ellos y les dijo: “¿Buscan algo, amigos?” Diego respondió: “Buscamos mi juguete perdido.” El venado, con ojos bondadosos, ofreció su ayuda: “Sigamos el camino de las flores, allí donde la luz brilla más.”

Así que, siguiendo el consejo del venado, se adentraron en un sendero lleno de flores de colores vibrantes. “Mira, Cempasuchitlita, ¡hay tantas flores aquí!” dijo Diego maravillado. “Sí, pero debemos concentrarnos en tu juguete,” respondió la flor, siempre atenta.

De pronto, encontraron a un grupo de mariposas que danzaban alegremente. Una de ellas, que era la más grande y hermosa, se acercó y les preguntó: “¿Qué hacen en nuestro jardín?” Diego explicó su situación y la mariposa sonrió. “¡Conozco el lugar perfecto para encontrar tu juguete! Sigamos a la luz de la luna llena.”

Así, con la mariposa guiando el camino, llegaron a un claro donde la luna iluminaba un pequeño cofre de madera. “¡Ahí está!” gritó Diego emocionado. “Es mi juguete favorito.” Pero justo cuando estaba a punto de tocarlo, un gran oso apareció y dijo: “¡Alto! Este es mi tesoro.”

Diego, asustado, miró a Cempasuchitlita. La flor, con valentía, dijo: “Querido oso, no queremos hacerte daño. Solo deseamos que Diego recupere su juguete. ¿No puedes compartirlo con nosotros?” El oso, sorprendido por la valentía de la flor, reflexionó. “Está bien, pero deben contar hasta diez antes de llevarlo.”

“¡Claro!” exclamó Diego, lleno de emoción. Juntos, contaron de nuevo: “Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… ¡diez!” Al llegar a diez, el oso, sorprendido, sonrió y les dijo: “Ahora pueden llevarlo, pero prométanme que siempre serán amigos de los animales.”

Diego y Cempasuchitlita asintieron con alegría y, después de agradecer al oso, regresaron al pueblo. Allí, todos celebraron el Día de Muertos con música, risas y, por supuesto, los maravillosos cuentos de Cempasuchitlita.

A partir de ese día, Diego nunca olvidó la lección que había aprendido. Siempre que contaba hasta diez, recordaba a su amiga Cempasuchitlita y a todos los amigos que había hecho en su aventura. La flor continuó contando en su jardín, ahora con un nuevo amigo a su lado, y el pueblo de San Alegría floreció en alegría y amistad.

Moraleja del cuento “La flor de cempasúchil que contaba hasta diez”

En la vida, siempre habrá un momento de dificultad, pero con valentía y la ayuda de amigos, cualquier obstáculo se puede superar. Compartir y cuidar a los demás nos llena de alegría y nos une como una hermosa flor en el jardín de la vida.

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Abraham Cuentacuentos


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