La fiesta de los alebrijes en la montaña

La fiesta de los alebrijes en la montaña

Cuento: “La fiesta de los alebrijes en la montaña”

En un rincón mágico de México, donde las montañas besan el cielo y los ríos susurran secretos a los árboles, existía un pequeño pueblo llamado Xochitlán. Este pueblo, rodeado de coloridas flores y un aire fresco lleno de fragancias, era famoso por sus artesanos que creaban maravillosos alebrijes. Estos seres fantásticos, hechos de madera y pintados con los colores más vibrantes, eran conocidos por sus formas caprichosas y sus habilidades mágicas.

Un día, mientras los niños jugaban en la plaza del pueblo, se escuchó un gran bullicio. Era Doña Lupita, la abuela del pueblo, que venía con una noticia extraordinaria. “¡Escuchen, pequeños! ¡Este sábado será la fiesta de los alebrijes en la montaña! Todos están invitados a traer sus creaciones para que bailen bajo la luz de la luna.”

Los ojos de los niños brillaron como estrellas al escuchar la noticia. Entre ellos, estaban Emiliano y Sofía, dos amigos inseparables. Emiliano era un niño aventurero, con una sonrisa traviesa y una imaginación desbordante. Sofía, por otro lado, era dulce y sabia, siempre buscando maneras de ayudar a los demás. Juntos, decidieron que participarían en la fiesta y crearían el alebrije más espectacular de todos.

“¿Qué tal si hacemos un jaguar con alas de mariposa?” propuso Emiliano, moviendo sus manos con entusiasmo. “¡Sería el más veloz de todos!” Sofía pensó un momento y respondió: “Sí, pero también debemos hacerlo mágico, como un guardián del bosque que proteja a la naturaleza.” Así, comenzaron a recolectar madera, pinturas y todos los materiales que necesitarían.

Día y noche trabajaron en su alebrije, al que decidieron llamar “Tzitzimitl”. Le dieron un cuerpo esculpido con gran detalle, sus alas fueron pintadas de colores brillantes y llenas de destellos dorados. Con cada pincelada, Emiliano y Sofía compartían risas y sueños sobre la fiesta. Sin embargo, en medio de su alegría, no sabían que una sombra oscura se cernía sobre la montaña.

A medida que se acercaba el día de la fiesta, el viento trajo consigo noticias de un antiguo ser llamado Nahual, que estaba muy molesto porque los alebrijes estaban desatando una energía mágica que había mantenido bajo control por siglos. “¡Si continúan así, la montaña se volverá un lugar peligroso!” decía, su voz resonando entre los árboles.

Una noche, mientras Emiliano y Sofía dormían, el Nahual apareció en su taller. “¡Detengan esto! ¡Si siguen creando más alebrijes, mi poder se debilitará!” Les gritó con una voz que retumbaba como un trueno. Sofía, al despertar, sintió miedo, pero Emiliano, lleno de valentía, le respondió: “No queremos hacer daño, solo queremos celebrar la belleza de la naturaleza. Los alebrijes son parte de nuestro corazón.”

El Nahual, sorprendido por la respuesta de los niños, decidió probar su valor. “Si realmente creen en la bondad de sus alebrijes, deberán enfrentar una prueba. Esta noche, antes de la fiesta, tendrán que recuperar un fragmento de la luna que se ha caído en el fondo del lago encantado.”

Emiliano y Sofía miraron hacia el lago, cuyo brillo era más oscuro de lo habitual. “¡No podemos hacerlo solos!” exclamó Sofía, y Emiliano asintió. “Necesitamos ayuda de nuestros amigos.” Así, convocaron a sus compañeros del pueblo, quienes se unieron a la aventura.

Al llegar al lago, se dieron cuenta de que había criaturas que protegían el fragmento de la luna. Eran unos pequeños duendes, guardianes del agua. “¿Por qué quieren el fragmento?” preguntó uno de ellos, con una mirada curiosa. “Queremos traer alegría y celebrar con nuestros alebrijes, sin dañar la montaña,” explicó Emiliano, su voz llena de sinceridad.

Los duendes, tocados por la valentía y la honestidad de los niños, decidieron ayudarles. “Si logran hacer que el alebrije vuele sobre el lago y lo haga reír, les daremos el fragmento,” dijeron. Emiliano y Sofía se miraron, y juntos, idearon un plan. Comenzaron a danzar y cantar, imitando los movimientos de Tzitzimitl. Los niños reían y hacían sonidos divertidos, y de repente, el alebrije cobró vida, volando sobre el lago y brillando como nunca antes.

Los duendes, encantados con la actuación, soltaron el fragmento de luna, que iluminó todo a su alrededor. “¡Lo han logrado! Aquí está lo que buscan,” dijeron, y el fragmento flotó hacia ellos como un pequeño faro.

Contentos y con el fragmento en mano, regresaron a la montaña justo a tiempo para la fiesta. Con la luna llena brillando en el cielo, Emiliano y Sofía presentaron su alebrije ante todos. “¡Miren, aquí está Tzitzimitl, el guardián del bosque!” gritó Emiliano. Todos aplaudieron y bailaron alrededor del alebrije, que iluminaba la noche con su magia.

El Nahual, al ver la alegría que los alebrijes traían a los corazones de los niños y los adultos, comprendió que no todo lo mágico era peligroso. Se acercó y les dijo: “Quizás no entendía el verdadero poder de la alegría. Pueden seguir creando, pero siempre con amor y respeto hacia la naturaleza.”

Desde ese día, el Nahual se convirtió en el protector de los alebrijes y de Xochitlán, ayudando a los niños a mantener el equilibrio entre la magia y la naturaleza. La fiesta de los alebrijes se volvió una tradición, y cada año, Emiliano y Sofía, junto con sus amigos, celebraban con más color y amor que nunca.

Moraleja del cuento “La fiesta de los alebrijes en la montaña”

La magia nace del amor y la amistad; al cuidarla con respeto, siempre florecerá en nuestros corazones.

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Abraham Cuentacuentos


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