Cuento: “La estrella que tenía cosquillas”
Era una noche despejada en el pequeño pueblo de San Miguel de Allende, donde las luces de las casas brillaban como estrellas caídas del cielo. Sin embargo, en lo alto, una estrella en particular tenía un brillo especial. Su nombre era Luminita, y tenía un secreto: ¡tenía cosquillas! Cada vez que una suave brisa soplaba, Luminita no podía evitar reírse, llenando la noche con un sonido que parecía música. Los niños del pueblo la escuchaban y miraban al cielo con curiosidad.
Un día, un niño llamado Diego, conocido por su espíritu aventurero y su corazón lleno de sueños, decidió que debía descubrir de dónde venía esa risa estelar. “¡Voy a hablar con Luminita!”, exclamó un amanecer, con el brillo de la determinación en sus ojos. Se armó de valor y decidió escalar la montaña más alta, el Cerro de la Cruz, que se alzaba majestuosamente cerca del pueblo. La gente del lugar solía decir que allí, el cielo se sentía más cerca.
Diego emprendió su viaje con una mochila llena de provisiones: unas tortillas de maíz, un poco de frijoles y su fiel guitarra, un regalo de su abuelita. “Si Luminita me escucha, seguro que querrá que le cante”, pensó mientras subía por el sendero. Las piedras eran ásperas y la subida, empinada, pero el deseo de conocer a la estrella lo impulsaba. “Un paso más, Diego”, se decía a sí mismo, sintiendo que cada paso lo acercaba más a su sueño.
Mientras escalaba, el viento comenzó a soplar con fuerza, y Diego sintió cómo la risa de Luminita resonaba en su corazón. “¡Hola, estrella!”, gritó, mirando al cielo. “¡Voy a encontrarte!” En ese momento, el viento le trajo una respuesta en forma de suave melodía, como si la estrella jugara a contestar. Diego sonrió y siguió subiendo.
Al llegar a la cima, se sentó en una roca, mirando las luces del pueblo brillar a sus pies. “¿Qué puedo hacer para conocerte, Luminita?”, preguntó, mientras la luna se asomaba por detrás de una nube. Justo entonces, sintió una ráfaga de aire que le acariciaba la cara. “¡Ah! ¡Es como si me estuvieras diciendo algo!”, rió Diego, sintiendo la emoción en su pecho.
Luminita, desde su lugar en el firmamento, había escuchado a Diego. Decidió bajar un poco para verlo mejor. Con un destello de luz, se deslizó por el cielo, dejando un rastro de chispas doradas. “¡Hola, pequeño soñador!”, dijo Luminita con una voz melodiosa que sonaba como campanitas. “¿Por qué me buscas?”
Diego, asombrado, se quedó sin palabras por un momento. “Quería conocerte, porque tu risa ilumina mis noches”, finalmente respondió, un poco tímido. “¿Por qué tienes cosquillas?”
La estrella soltó una risita que resonó como música. “Cada vez que alguien sonríe o se divierte, siento cosquillas. Me encanta ver a los niños jugar y reír, por eso estoy siempre atenta al mundo.”
Diego se iluminó. “¡Debemos hacer que más personas te escuchen reír! Así, cada vez que se sientan tristes, tú les darás alegría.” Luminita sonrió con dulzura. “Tienes razón, pero necesito tu ayuda. En la Tierra hay quienes han olvidado cómo reír.”
“¿Qué puedo hacer?”, preguntó Diego, ansioso por ayudar. “¡Quiero que todos en el pueblo puedan escuchar tu risa!”
Luminita pensó por un momento. “Si juntas a los niños y les enseñas a disfrutar de la vida, mi risa resonará en el aire. Organiza un festival, y yo haré el resto.”
Diego, lleno de emoción, bajó de la montaña corriendo. Cuando llegó al pueblo, se reunió con sus amigos y les contó sobre su encuentro con Luminita. “¡Vamos a organizar un festival de risas!”, propuso. Los niños se miraron entre sí, intrigados, y poco a poco, fueron sumándose a la idea.
Durante semanas, el pueblo se llenó de color y alegría. Todos trabajaron juntos: decoraron el parque con papel picado, hicieron piñatas, y prepararon platillos típicos. Diego les enseñó juegos tradicionales y canciones. “Esto será maravilloso”, dijo Sofía, una de sus amigas. “Luminita debe estar muy emocionada”.
El día del festival llegó, y el parque se llenó de risas y música. Los adultos también se unieron, dejando de lado las preocupaciones y disfrutando del momento. Al caer la tarde, Diego miró al cielo y, de repente, Luminita brilló con más fuerza que nunca. La estrella estaba allí, iluminando la noche con su luz.
“¡Miren! ¡Es Luminita!”, gritó Diego, señalando hacia arriba. Todos levantaron la vista y vieron cómo la estrella danzaba en el cielo, llenando el aire de su risa. La música y las risas resonaban en el ambiente, y en ese instante, los corazones de todos se llenaron de alegría.
“Gracias, Diego”, dijo Luminita desde el cielo, su voz clara y brillante. “Hoy he sentido más risas que nunca. Has logrado recordarles a todos la magia de la alegría.”
Diego sonrió, sintiéndose satisfecho. “No podría haberlo hecho sin mis amigos. Todos hemos aprendido a valorar lo que realmente importa.”
Desde aquel día, la estrella que tenía cosquillas siguió brillando, recordando a los habitantes de San Miguel de Allende que la risa es un regalo que hay que compartir. Cada vez que un niño reía, Luminita respondía con un destello, haciendo que la noche se llenara de luz y alegría.
Moraleja del cuento “La estrella que tenía cosquillas”
La vida es un festival de risas, donde cada sonrisa puede iluminar la oscuridad. Comparte tu alegría y descubrirás que la felicidad crece cuando se siembra en el corazón de los demás.