Cuento: “La corona hecha de flores de cempasúchil”
Érase una vez, en un reino lleno de magia y colores vibrantes, un lugar donde las montañas se abrazaban con las nubes y los ríos danzaban entre los árboles. Este reino, llamado Florandia, era conocido por sus extensos campos de flores de cempasúchil, que brillaban como el sol durante el día y llenaban el aire con su dulce aroma. En el corazón de Florandia, vivía la Princesa Citlali, una joven de cabello negro como el ala de un cuervo y ojos que reflejaban el cielo estrellado. Citlali era conocida por su amabilidad y su amor por la naturaleza.
Cada año, el pueblo celebraba el Festival de las Flores, una festividad donde todos se reunían para rendir homenaje a la belleza del reino. La tradición más especial era la creación de una magnífica corona hecha de flores de cempasúchil, que se colocaba sobre la cabeza de la princesa, simbolizando su conexión con la tierra y el amor de su pueblo. Este año, sin embargo, un oscuro presagio se cernía sobre el festival. La reina, madre de Citlali, había caído enferma y su salud empeoraba con cada día que pasaba.
Una mañana radiante, mientras los rayos del sol iluminaban su alcoba, Citlali decidió que haría todo lo posible para encontrar la cura para su madre. “Si encuentro la corona más hermosa, tal vez eso le devuelva la alegría”, pensó con determinación. Así, salió al jardín, donde los cempasúchiles crecían en abundancia, y comenzó a recolectar flores.
“¡Citlali, espera!” llamó su amiga, Ximena, quien corría detrás de ella. Ximena era una niña inquieta, siempre lista para una aventura. Tenía cabello rizado y una risa contagiosa que iluminaba cualquier lugar. “¿Puedo ayudarte? ¡Podemos hacer la corona juntas!”, sugirió emocionada.
“Claro, Ximena. Pero quiero que esta corona sea especial, que tenga un brillo único”, respondió Citlali, mientras sus dedos delicadamente elegían las flores más vibrantes.
Juntas, las dos amigas comenzaron a trenzar las flores con gran cuidado. Pero a medida que trabajaban, una sombra oscura apareció sobre el campo. Era el hechicero Malvado Mictlán, un antiguo rival de la familia real, que había llegado al reino con la intención de sembrar el caos. “¡Ja! ¿Qué hacen ustedes aquí, pequeñas princesas? Ese festival no ocurrirá si yo lo impido”, rugió con voz aterradora.
Citlali, aunque asustada, se mantuvo firme. “No dejaré que arruines nuestra celebración. ¡El amor de nuestro pueblo es más fuerte que cualquier hechizo maligno!” exclamó con valentía.
Mictlán, sorprendido por la valentía de la princesa, decidió ponerlas a prueba. “Muy bien, entonces, enfrentarán tres desafíos. Si los superan, la corona será suya, y la reina sanará. Pero si fallan, Florandia será mía para siempre”, dijo, mientras una risa malévola resonaba en el aire.
El primer desafío fue atravesar el Bosque Susurrante, donde los árboles murmuraban secretos y las sombras jugaban trucos. “Debemos mantenernos unidas y confiar en nuestras intuiciones”, dijo Ximena. A medida que caminaban, los árboles intentaron confundirlas, pero Citlali recordó las historias que su madre le contaba sobre los espíritus del bosque. “Debemos hablarles con respeto”, sugirió. Juntas, se detuvieron y dijeron en voz alta: “¡Nosotros honramos su sabiduría y belleza!”. Sorprendentemente, los árboles se abrieron, permitiéndoles pasar.
El segundo desafío era encontrar el Lago de los Suspiros, que tenía aguas cristalinas pero que ocultaba un enigma. “Debemos resolverlo si queremos seguir adelante”, dijo Citlali. Una vez allí, una sirena hermosa apareció, sus ojos eran como el océano. “¿Cuál es el regalo más grande que pueden ofrecerme?”, preguntó con un tono melodioso. “El amor”, respondieron las niñas al unísono. La sirena, emocionada por su respuesta, les permitió tomar agua del lago para llevarla a su madre.
Finalmente, el último desafío era escalar la Montaña de los Vientos. Con determinación, comenzaron a escalar, enfrentándose a ráfagas de viento que intentaban derribarlas. “No podemos rendirnos, Citlali. ¡Lo haremos por tu madre!” gritó Ximena mientras se aferraba a una roca. Con un último esfuerzo, lograron alcanzar la cima y, al mirar hacia el valle, se dieron cuenta de que desde allí se podía ver toda Florandia. “Lo hemos logrado”, susurró Citlali, sintiendo que el amor por su madre y su pueblo les había dado la fuerza necesaria.
Al regresar, encontraron a Mictlán esperando con impaciencia. “¿Lo lograron?”, preguntó con una sonrisa torcida. Citlali levantó la cabeza, sosteniendo la corona de cempasúchil que habían creado. “No solo hemos pasado tus desafíos, sino que hemos demostrado que el amor y la amistad son más poderosos que cualquier maldad”.
Con un gesto de su mano, Mictlán se vio envuelto en una nube de flores, y al desaparecer, su magia se desvaneció. Las dos amigas regresaron triunfantes al palacio, donde la reina, al recibir el agua del lago y la corona, sonrió y se sintió renovada.
La fiesta fue una celebración del amor y la unidad, donde todos en Florandia se reunieron para agradecer a Citlali y Ximena por su valentía. Al final de la noche, la reina puso la corona de cempasúchil sobre la cabeza de Citlali, y el pueblo estalló en vítores.
“Hoy hemos aprendido que la verdadera fuerza reside en la unión y en el amor que compartimos”, dijo Citlali, con una sonrisa radiante.
Moraleja del cuento “La corona hecha de flores de cempasúchil”
La amistad y el amor son la magia más poderosa, capaces de vencer cualquier oscuridad y traer luz a los corazones.