Cuento: “La ceiba que guardaba los sueños de la selva”
En lo más profundo de la selva mexicana, donde los ríos susurran secretos y las hojas de los árboles danzan al ritmo del viento, se alzaba una majestuosa ceiba. Sus raíces se extendían como brazos fuertes que abrazaban la tierra, y su copa, verde y frondosa, parecía tocar el cielo. Esta ceiba, que los habitantes de la selva llamaban “El Árbol de los Sueños”, era especial; se decía que guardaba los sueños de todos los seres que vivían en su alrededor.
Una mañana, el pequeño Mono Lucas, curioso y juguetón, decidió acercarse a la ceiba. Tenía un gran deseo en su corazón: quería aprender a volar. Mirando hacia la copa del árbol, suspiró: “Oh, cómo quisiera ser un ave y sentir el viento bajo mis alas”. De repente, una voz suave y melodiosa emergió de la ceiba. “Querido Lucas, los sueños son como las semillas; si los cuidas con amor, pueden crecer y hacerse realidad”.
“¿Quién habla?” preguntó Lucas, sorprendido, mientras miraba hacia arriba, buscando la fuente de la voz. “Soy la ceiba, guardiana de los sueños. Si deseas volar, debes primero creer en ti mismo y en tus capacidades”, respondió el árbol con ternura.
Lucas, entusiasmado, decidió que no se rendiría. Se acercó a su amigo, el colorido Pájaro Tizón, y le dijo: “Tizón, ¡quiero aprender a volar! ¿Me ayudarías?” El pájaro, con su plumaje brillante y su espíritu alegre, sonrió y contestó: “Claro que sí, amigo. Pero necesitarás mucha práctica y valentía”.
Así, comenzaron sus entrenamientos. Todos los días, Lucas trepaba por las ramas más bajas de la ceiba y se lanzaba al vacío, intentando abrir sus brazos como alas. Sin embargo, siempre terminaba cayendo en la suave hierba. “No te desanimes, Lucas. Cada caída te hace más fuerte”, lo alentaba Tizón. Pero Lucas a veces se sentía frustrado y pensaba: “Quizás nunca aprenderé”.
Un día, mientras practicaban, escucharon un gran estruendo. Mirando hacia la selva, vieron que un grupo de animales se había reunido alrededor de un árbol caído. “¿Qué sucede?”, preguntó Tizón. “Una gran tormenta se llevó el árbol donde el Jaguar Leo había construido su hogar”, explicó la Tortuga Mariana, que se acercó con su andar lento y seguro. “Ahora no sabe dónde refugiarse”.
Lucas sintió una punzada en el corazón. Recordó cómo la ceiba lo había alentado a perseguir su sueño. “¡Debemos ayudarlo!”, exclamó. “¡Vamos a encontrar un nuevo hogar para Leo!”. Tizón y Lucas, junto con Mariana y otros amigos de la selva, se unieron para buscar un lugar seguro.
Después de un largo día de búsqueda, encontraron un hermoso lugar junto a la ceiba, donde el sol iluminaba el espacio y la hierba era fresca. “Este será un gran hogar para ti, Leo”, dijo Lucas, con una gran sonrisa. El jaguar, emocionado, les agradeció a todos. “No solo me han dado un hogar, sino que también me han mostrado lo que significa la amistad”.
Aquel gesto de bondad hizo que Lucas sintiera un calor en su corazón. “Quizás mi sueño de volar no sea solo para mí”, pensó. En ese momento, una idea brillante iluminó su mente. “¿Y si hacemos una competencia de vuelo? Así puedo compartir la alegría de volar con todos mis amigos”, sugirió Lucas.
Los animales de la selva se entusiasmaron con la idea. Así que comenzaron a preparar el evento, y Lucas se dedicó a practicar aún más. A medida que los días pasaban, el pequeño mono comenzó a creer en sí mismo, y aunque aún no podía volar como Tizón, sí podía saltar y deslizarse de rama en rama con una gracia que sorprendía a todos.
Finalmente llegó el día de la competencia. La ceiba, decorada con flores de colores brillantes, se convirtió en el escenario perfecto. Animales de todas partes se reunieron para ver el espectáculo. Tizón, volando alto, mostró sus mejores acrobacias, mientras Lucas, con sus saltos audaces, encantaba a la multitud.
“¡Bravo, Lucas!”, gritaban todos. El mono, sintiéndose libre y feliz, comprendió que volar no solo era un sueño personal, sino un sentimiento que podía compartirse con sus amigos. Al final del día, se sintió más ligero que nunca. La ceiba, que siempre observaba con ternura, sonrió con satisfacción.
Y así, la ceiba que guardaba los sueños de la selva no solo se convirtió en el refugio de los sueños de Lucas, sino en un símbolo de la amistad y la unión de todos los animales. Con el tiempo, Lucas aprendió que a veces, los sueños se vuelven más grandes cuando se comparten con aquellos a quienes amamos.
Moraleja del cuento “La ceiba que guardaba los sueños de la selva”
Los sueños florecen cuando los cuidamos con amor y amistad; juntos, volamos más alto, porque en la unión se encuentra la verdadera magia de la vida.
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