Cuento: “La carrera del unicornio y el venado en la sierra”
En una hermosa sierra mexicana, donde los pinos se alzan como guardianes del cielo y las flores silvestres pintan el paisaje con sus colores vibrantes, vivía un unicornio llamado Luz. Luz era un ser mágico, con un pelaje blanco como la nieve y un cuerno brillante que reflejaba los rayos del sol. Era conocido en todo el valle no solo por su belleza, sino también por su corazón amable y su risa contagiosa.
Un día, mientras exploraba un claro del bosque, Luz escuchó una suave melodía que flotaba en el aire. Intrigado, siguió el sonido y se encontró con un venado elegante, llamado Diego, que tocaba un pequeño tambor hecho de corteza de árbol. Diego era ágil y veloz, con ojos marrones que destellaban inteligencia y curiosidad.
—¡Hola, venado! —exclamó Luz, acercándose con un salto—. ¿Qué música tan hermosa es esa?
—¡Hola, Luz! —respondió Diego, sonriendo—. Estoy practicando para la gran carrera que se llevará a cabo en el valle este fin de semana. ¡Quiero que me acompañes!
La idea de una carrera emocionó a Luz. Nunca había participado en algo así. Aunque sabía que los venados eran rápidos, Luz tenía un secreto: podía correr tan rápido como el viento cuando se lo proponía. Así que aceptó la invitación con entusiasmo.
—¡Por supuesto! —dijo Luz, su voz llena de alegría—. Será divertido. Pero, ¿no crees que me ganarás?
Diego se rió, moviendo su cabeza en un gesto juguetón.
—Quizás, pero la verdadera diversión está en participar, no solo en ganar.
Los días pasaron rápidamente y el día de la carrera llegó. Todos los animales de la sierra se reunieron para presenciar el evento. Conejos, aves y hasta un viejo coyote que se acercó a curiosear, todos estaban emocionados por ver quién sería el más veloz.
—¡Bienvenidos a la carrera de la sierra! —anunció el águila, el juez del evento, con su potente voz—. Los participantes de hoy son Luz el unicornio y Diego el venado. ¡Que comience la competencia!
Los dos amigos se colocaron en la línea de salida, mirando al horizonte donde los altos cerros se encontraban con el cielo. Con un gran grito, el águila dio la señal y los dos amigos comenzaron a correr.
Al principio, Luz y Diego iban casi al mismo ritmo, disfrutando del viento en sus caras y de la energía que los rodeaba. Los árboles pasaban a su lado como sombras, y el canto de los pájaros parecía animarlos. Sin embargo, a medida que avanzaban, Diego empezó a tomar la delantera, su cuerpo esbelto se movía con una gracia impresionante.
—¡Vamos, Luz! —gritó Diego mientras miraba hacia atrás, lleno de energía—. ¡No te quedes atrás!
Luz sonrió y decidió que era momento de mostrar de qué estaba hecha. Con un gran salto, comenzó a acelerar, sus patas tocaban el suelo como si fueran plumas. El cuerno en su frente brillaba con fuerza y la magia que llevaba dentro lo impulsaba hacia adelante.
Sin embargo, en un giro inesperado, Luz se encontró con un obstáculo: un gran arroyo que había crecido con las lluvias recientes. No podía cruzar con un simple salto, y Diego se dio cuenta de que estaba a punto de perder a su amiga.
—¡Luz, ven! —gritó el venado—. ¡Usa tus alas de magia!
Luz frunció el ceño, porque en su interior sabía que, aunque tenía magia, no tenía alas. Pero recordó que la magia también estaba en su valentía. Así que, sin dudarlo, corrió hacia el arroyo y, usando toda su fuerza y determinación, se lanzó en un salto que lo llevó justo al otro lado.
Diego aplaudió, maravillado. —¡Eso fue increíble! ¡Eres la mejor!
A medida que se acercaban a la meta, el terreno se volvió más difícil. Una pendiente empinada les esperaba, y ambos sabían que tendrían que esforzarse al máximo. Pero algo inusual sucedió: Diego, que había estado liderando, tropezó con una raíz expuesta. Cayó al suelo, aturdido, y Luz se detuvo inmediatamente.
—¡Diego! —exclamó Luz, volviendo hacia él—. ¿Estás bien?
Diego, un poco adolorido, se rió débilmente. —Sí, creo que sí. Pero estoy muy atrás ahora.
Luz miró hacia la meta, y luego de regreso a su amigo. No podía dejarlo solo en ese momento. Así que se acercó y le ofreció su ayuda.
—Vamos, Diego. No se trata de quién gana, sino de que lleguemos juntos.
Diego sonrió, sintiendo el calor de la amistad que los unía. Juntos, comenzaron a subir la pendiente, Luz ayudando a Diego cuando lo necesitaba. Sus corazones latían al unísono, y la verdadera carrera se convirtió en un viaje de apoyo mutuo.
Finalmente, llegaron a la cima de la sierra. El aire fresco y puro les llenó los pulmones y el sol brillaba con fuerza, como si celebrara su llegada. Los demás animales vitorearon, no por quién había llegado primero, sino por la amistad y el compañerismo que habían demostrado.
Cuando cruzaron la línea de meta, el águila se acercó volando. —¡Felicitaciones, Luz y Diego! Ustedes son los verdaderos ganadores de esta carrera.
Los dos amigos se miraron, llenos de alegría. Comprendieron que el verdadero valor no estaba en la velocidad, sino en la amistad y el apoyo incondicional que se habían brindado el uno al otro.
Moraleja del cuento “La carrera del unicornio y el venado en la sierra”
En la vida, no siempre se trata de llegar primero, sino de compartir el camino con aquellos que amamos; porque la verdadera victoria radica en la amistad y en el amor que cultivamos en cada paso de nuestra carrera.
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