Cuento: “La bruja que perdió su caldero en el pueblo”
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y verdes praderas, vivía una bruja llamada Doña Lucha. Tenía una larga cabellera blanca que caía como cascada sobre sus espaldas, y sus ojos, del color del ámbar, brillaban con sabiduría y un toque de travesura. A Doña Lucha le encantaba hacer pociones mágicas y ayudar a los habitantes del pueblo con sus remedios, aunque su aspecto espeluznante a veces asustaba a los niños. Sin embargo, los ancianos del pueblo siempre decían: “No se dejen engañar por su apariencia, pues en su corazón hay mucha bondad”.
Un día, mientras Doña Lucha preparaba una poción especial de hierbas en su caldero, algo inusual sucedió. El viento sopló con fuerza y, de repente, un torbellino se formó en su cabaña, levantando todo a su paso. ¡Oh, sorpresa! Su caldero voló por la ventana, girando en el aire como si estuviera bailando. Doña Lucha, asustada y desesperada, salió corriendo detrás de él, pero el caldero ya se alejaba en dirección al pueblo.
“¡Espera, calderito! ¡No te vayas!”, gritaba la bruja mientras corría. Los habitantes del pueblo miraban con asombro y un poco de miedo, pues no estaban acostumbrados a ver un caldero volador. Doña Lucha no se detuvo hasta que llegó a la plaza central, donde el caldero finalmente aterrizó en un charco de agua, salpicando a todos los que estaban cerca.
Los niños, que al principio se habían asustado, comenzaron a reírse y aplaudir. “¡Mira, mamá! ¡El caldero de la bruja!”, exclamó un niño llamado Miguel, con ojos grandes y curiosos. Al ver que todos se divertían, Doña Lucha sintió un alivio. Se acercó al caldero, que parecía estar sonriendo con sus burbujas.
“Perdón por la sorpresa, amigos”, dijo la bruja, sonriendo con calidez. “No era mi intención causar tanto revuelo”. Pero mientras intentaba recoger su caldero, se dio cuenta de que no podía hacerlo sola. Estaba atascado en el barro.
“¿Necesitan ayuda, Doña Lucha?”, preguntó Sofía, una niña valiente de trenzas negras. La bruja miró a los niños y a los adultos que se habían reunido a su alrededor, y comprendió que esta era una oportunidad perfecta para crear un vínculo con ellos.
“Claro, ¡si me ayudan, prometo compartir con ustedes una de mis mejores pociones!”, exclamó con entusiasmo. Los ojos de los niños brillaron ante la idea de una poción mágica, y juntos, comenzaron a empujar el caldero.
Mientras empujaban, Doña Lucha les contaba historias sobre las plantas que utilizaba en sus pociones y cómo cada una tenía un poder especial. “Esta aquí”, dijo, señalando una flor morada, “es la flor de la risa, y hace que las personas se sientan felices”. Todos se rieron, imaginando cómo sería tomar una poción que hiciera que todo el mundo riera.
Después de varios intentos y muchas risas, finalmente lograron sacar el caldero del barro. La bruja estaba tan emocionada que decidió que era hora de hacer la famosa poción de la felicidad. “¡Vamos a hacerla juntos!”, sugirió.
Los niños, con gran entusiasmo, se reunieron a su alrededor. Juntos, comenzaron a agregar ingredientes al caldero: pétalos de flores, un poco de miel y algunas hojas de hierbabuena. Doña Lucha les enseñó a mezclar los ingredientes con cuidado, y poco a poco, la poción empezó a burbujear y a emitir un aroma delicioso.
“¡Ahora hay que dejar que hierva un poco!”, dijo Doña Lucha. Mientras esperaban, los niños empezaron a contar chistes y a reírse, creando un ambiente alegre que envolvía a todos los presentes.
De repente, un fuerte ruido rompió la alegría. Un grupo de jóvenes, que solía asustar a los niños y que no creían en la magia de Doña Lucha, llegó al pueblo. “¿Qué hacen aquí, abuelitas?”, dijeron riendo. “¿Creen que pueden hacer magia con un simple caldero?”
Doña Lucha, sin perder la calma, sonrió y respondió: “A veces, la magia no está en lo que vemos, sino en lo que sentimos y en cómo compartimos con los demás”. Con un gesto mágico, agitó su mano y una lluvia de brillantes burbujas salió del caldero, llenando el aire con un dulce aroma que atrajo a todos.
Los jóvenes se quedaron boquiabiertos al ver cómo los niños comenzaban a reír aún más. “¿Qué está pasando?”, preguntaron confundidos. “¿Por qué todos están tan felices?”
“¡Es la poción de la felicidad!”, gritaron los niños al unísono. Doña Lucha les ofreció a los jóvenes un poco de la poción, y al probarla, sintieron un cosquilleo mágico que les hizo olvidar su mala actitud. En ese momento, comprendieron que la felicidad se compartía mejor en compañía.
Desde aquel día, el pueblo se llenó de risas y alegría, y Doña Lucha se convirtió en la amiga de todos. Ya no la veían como una bruja temida, sino como una sabia compañera que sabía cómo hacer que los corazones de los habitantes se iluminaran.
Y así, el caldero de Doña Lucha nunca volvió a volar, porque en el fondo, los verdaderos tesoros se encuentran en las conexiones y amistades que cultivamos en el camino.
Moraleja del cuento “La bruja que perdió su caldero en el pueblo”
La magia más grande no está en los calderos ni en las pociones, sino en la amistad y la alegría que compartimos con quienes nos rodean.
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