La bruja del cerro de las luciérnagas

La bruja del cerro de las luciérnagas

Cuento: “La bruja del cerro de las luciérnagas”

En un pequeño pueblo llamado San Miguelito, rodeado de montañas y valles verdes, se contaba una historia que los abuelos relataban a sus nietos cada vez que caía la noche. La leyenda hablaba de una bruja que habitaba en el cerro de las luciérnagas, un lugar mágico donde miles de pequeñas luces danzaban entre los árboles al caer el sol. Su nombre era Doña Lupita, y aunque muchos la temían, en el fondo sabían que tenía un corazón amable.

Doña Lupita era una mujer de estatura baja, con cabello largo y canoso que siempre llevaba trenzado. Su piel morena, marcada por el sol y el paso de los años, reflejaba la sabiduría de sus vivencias. Los niños del pueblo, curiosos y valientes, a menudo se acercaban al cerro, deseando conocerla. “¿Crees que nos hará un hechizo?” preguntó Juanito, un niño de ojos brillantes y una risa contagiosa. “No sé, pero dicen que puede hablar con los animales”, respondió María, una niña con coletas y una imaginación desbordante.

Una noche de luna llena, Juanito y María decidieron aventurarse al cerro. Mientras subían por el sendero empedrado, el canto de las aves y el murmullo del viento acompañaban sus pasos. “Mira, ahí están las luciérnagas”, exclamó Juanito, señalando las pequeñas luces que parecían guiarles el camino. Las criaturas brillantes iluminaban el sendero como si fueran estrellas caídas del cielo.

Al llegar a la cima, encontraron a Doña Lupita sentada en una roca, rodeada de un aura de luz. Con su mirada sabia y profunda, los miró y sonrió. “Bienvenidos, pequeños. He estado esperando que vinieran”, dijo con una voz suave como el susurro del viento. “¿Por qué temen los demás de mí? Solo busco compañía y ayudar a quien lo necesita”.

Intrigados, Juanito y María se acercaron a ella. “Se dice que tienes poderes mágicos”, dijo María con timidez. “¿Es cierto?” Doña Lupita asintió, “Así es, pero mi magia no es para hacer mal. Solo utilizo mis poderes para curar y proteger a la naturaleza”. En ese momento, un pequeño colibrí se posó en su hombro, y ella sonrió. “Mira, este es Chispita, mi amigo. Él me ayuda a encontrar las plantas curativas en el bosque”.

Los niños, fascinados, pidieron a Doña Lupita que les enseñara sobre las plantas. “Claro, pero primero deben demostrarme que tienen un corazón puro. Ayúdenme a rescatar a un pequeño venado que se ha perdido en el bosque”, les dijo. Sin pensarlo dos veces, Juanito y María aceptaron el desafío. “¿Cómo lo encontraremos?” preguntó Juanito, con un brillo de emoción en sus ojos. “Sigamos a Chispita, él sabe dónde ir”, respondió Doña Lupita.

Así, los tres se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, Doña Lupita les enseñó sobre las hierbas medicinales y los árboles antiguos que contaban historias. “Este árbol es un ahuehuete, lleva más de mil años aquí”, explicó. “Su sabiduría es tan profunda como sus raíces”. María miró al árbol con asombro, mientras Juanito soñaba con aventuras que vivirían.

De repente, Chispita comenzó a revolotear inquieto. “¡Debemos apurarnos!”, dijo Doña Lupita, y los niños la siguieron con rapidez. Después de unos minutos de búsqueda, escucharon un suave llanto. “¡Allí!”, gritó Juanito, señalando a un pequeño venado atrapado entre unas ramas. Con mucho cuidado, María y Juanito comenzaron a despejar el camino. “¡No temas, pequeño!”, susurró María, intentando calmar al venado.

Con la ayuda de Doña Lupita, lograron liberar al venado, que se quedó mirándolos con ojos agradecidos. “Gracias, amigos”, dijo la bruja con una sonrisa. “Hoy han demostrado su valentía y compasión”. Los niños, llenos de alegría, se abrazaron al ver al venado correr libre hacia el bosque.

De regreso en la cima del cerro, Doña Lupita les regaló a cada uno un pequeño amuleto hecho de hojas y flores. “Este amuleto les recordará siempre que la verdadera magia está en el amor y en la amistad”, explicó. “Y nunca olviden cuidar de la naturaleza, pues ella también les cuidará”.

Los niños prometieron visitar a Doña Lupita con frecuencia y aprender de su sabiduría. Desde aquel día, el miedo se convirtió en amistad, y los habitantes de San Miguelito comenzaron a ver a la bruja como un ser querido. Cada noche de luna llena, Juanito y María subían al cerro de las luciérnagas para contarle sus sueños y aventuras.

Pasaron los años, y los niños crecieron, pero nunca olvidaron la lección que aprendieron aquella noche mágica. San Miguelito prosperó, y el cerro se llenó de vida, pues los pobladores empezaron a cuidar de la naturaleza con más amor y respeto. Y así, la bruja del cerro de las luciérnagas se convirtió en la protectora del pueblo, recordando a todos que la verdadera magia está en la bondad del corazón.

Moraleja del cuento “La bruja del cerro de las luciérnagas”

La verdadera magia reside en el amor y el respeto por la naturaleza, y la amistad puede transformar incluso los miedos más profundos en luz y esperanza.

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Abraham Cuentacuentos


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