La bruja de los tamales encantados

La bruja de los tamales encantados

Cuento: “La bruja de los tamales encantados”

En un pequeño pueblo llamado San Vicente, rodeado de verdes montañas y coloridos campos de maíz, vivía una bruja muy especial llamada Doña Mela. No era la típica bruja que se encuentra en los cuentos de miedo; más bien, Doña Mela era conocida por su habilidad para preparar los tamales más deliciosos y mágicos de todo el pueblo. Sus tamales, envueltos en hojas de maíz frescas y llenos de sabores que hacían agua la boca, no solo alimentaban a las personas, sino que también les traían suerte y felicidad.

Doña Mela tenía una pequeña cabaña al borde del bosque, adornada con flores de cempasúchil y una higuera que daba sombra a su hogar. Cada mañana, el aroma de sus tamales se esparcía por el aire, atrayendo a los niños del pueblo, quienes se acercaban con sus caritas llenas de emoción. “¡Doña Mela! ¡Doña Mela! ¿Nos regalas un tamalito?”, gritaban con entusiasmo. Y ella, con una sonrisa amplia y bondadosa, siempre les respondía: “¡Claro, mis amores! Pero solo si me ayudan a recoger hojas de maíz.”

Los niños se organizaban en pequeños grupos y, mientras recolectaban las hojas, Doña Mela les contaba historias sobre el bosque, las criaturas mágicas que allí habitaban y cómo, en tiempos antiguos, las brujas eran las guardianas de la naturaleza. Pero un día, una sombra oscura se cernió sobre el pueblo. Una bruja malvada, llamada Doña Luján, llegó de tierras lejanas con la intención de robar el secreto de los tamales encantados de Doña Mela.

Doña Luján, con su larga capa negra y su mirada fulminante, se instaló en una cueva en la montaña. “¿Cómo puede ser que en este pueblito haya una bruja que hace tamales que dan felicidad?”, se decía para sí misma. Decidida a apoderarse de la receta, ideó un plan malvado. Una mañana, cuando los niños estaban ayudando a Doña Mela, Doña Luján apareció de repente en la cabaña, causando un gran alboroto.

“¡Atrás, niños! ¡Esta bruja no es de fiar!”, exclamó Doña Mela, mientras protegía a los pequeños con su cuerpo. “He venido por tu receta, Doña Mela”, dijo Doña Luján con una sonrisa torcida. “Si no me la das, te haré un hechizo que te convertirá en un sapo.”

Los niños, aterrados, miraron a su querida Doña Mela, quien les devolvió la mirada con valentía. “No me importa si te conviertes en un sapo”, dijo, “mis tamales no son solo una receta; son un regalo del corazón”. La malvada bruja, furiosa por la respuesta, lanzó un hechizo oscuro que envolvió a Doña Mela en una nube de humo negro.

Los niños, con lágrimas en los ojos, no podían permitir que Doña Mela sufriera. “¡Debemos ayudarla!”, gritó un niño llamado Javier, el más valiente del grupo. “Vamos a buscar los ingredientes mágicos que ella siempre usa en sus tamales”. Así, los niños corrieron hacia el bosque en busca de la flor de la abundancia, la hierba de la alegría y el agua de la fuente encantada.

Mientras tanto, Doña Mela, atrapada en la nube oscura, recordó las historias que les contaba a los niños. “La verdadera magia está en la amistad y la unión”, pensó. Con todas sus fuerzas, comenzó a murmurar un canto suave, que llenó el aire de amor y esperanza.

Los niños regresaron con los ingredientes mágicos, sus corazones latiendo con fuerza. “¡Aquí está, Doña Mela! ¡Usa esto!”, dijeron mientras extendían sus manos. La bruja, sintiendo el amor de los pequeños, utilizó los ingredientes para preparar un tamal especial. Mientras lo cocinaba, una luz brillante comenzó a salir de la cabaña, y los aromas mágicos comenzaron a disipar el humo oscuro.

“¡No puede ser!”, gritó Doña Luján, quien se sintió amenazada por el poder de la bondad y la amistad. Justo cuando pensó en escapar, el tamal mágico de Doña Mela se convirtió en un remolino de luz y colores que rodeó a todos. Con un fuerte estallido, la maldad de Doña Luján se desvaneció, y ella fue atrapada en un tamal de su propia hechicería, que nunca podría comer.

Los niños vitorearon de alegría al ver que Doña Mela estaba a salvo. “¡Lo hicimos, lo hicimos!”, gritaban. “¡Nuestra amistad y valentía vencieron la maldad!”. Doña Mela, con una sonrisa, los abrazó uno por uno. “Gracias, mis pequeños héroes. Juntos somos más fuertes que cualquier hechizo”.

Desde ese día, Doña Mela y los niños continuaron preparando tamales encantados, compartiendo su alegría y amor con todos en San Vicente. Y cada vez que un niño disfrutaba de un tamal, recordaban que la verdadera magia reside en la amistad, el trabajo en equipo y la bondad que se tiene en el corazón.

Moraleja del cuento “La bruja de los tamales encantados”

La amistad y la unión son el ingrediente más poderoso, que transforma los sueños en realidad y ahuyenta cualquier oscuridad.

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Abraham Cuentacuentos


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