La abuelita que guardaba estrellas en su cocina

La abuelita que guardaba estrellas en su cocina

Cuento: “La abuelita que guardaba estrellas en su cocina”

En un pequeño pueblo de México, rodeado de montañas y flores de colores brillantes, vivía una abuelita llamada Doña Lupe. Tenía una casa sencilla, con paredes de adobe y un tejado de tejas rojas que parecían danzar al ritmo del viento. Doña Lupe era conocida por todos los niños del barrio, quienes la llamaban cariñosamente “La abuelita de las estrellas”. La razón de este apodo era un secreto que solo ella conocía.

Cada mañana, mientras el sol desperezaba su luz dorada sobre el pueblo, Doña Lupe se levantaba con el canto de los pájaros. Su cocina era un lugar mágico, lleno de aromas deliciosos que se mezclaban con la calidez del hogar. Desde temprano, ella comenzaba a preparar su famosa horchata, un brebaje que hacía con arroz, canela y un toque de amor. Pero lo que hacía que su cocina fuera verdaderamente especial eran las estrellas que guardaba en un frasco de cristal, colocado en la repisa más alta, donde los rayos del sol podían acariciarlo.

“¿Por qué guardas estrellas, abuelita?” preguntó una vez Miguelito, el niño más curioso del vecindario. “¿No sería mejor que las pusieras en el cielo para que todos las vean?” Doña Lupe sonrió, sus ojos chispeaban como el mar cuando el sol se ponía. “Mi querido Miguelito, estas estrellas son un regalo especial. Cada una de ellas contiene un deseo, un sueño que alguna vez alguien anheló. Y mi trabajo es cuidarlas, porque a veces los sueños necesitan un poco de tiempo para hacerse realidad.”

Los días pasaban y la vida en el pueblo transcurría con su habitual tranquilidad. Sin embargo, una tarde, una tormenta inesperada se desató. El viento soplaba con furia y la lluvia caía como si el cielo hubiera decidido llorar. Todos en el pueblo se refugiaron en sus casas, pero Doña Lupe, preocupada por sus estrellas, se apresuró a cerrar las ventanas y asegurar la puerta.

De repente, un fuerte golpe sonó en la cocina. Doña Lupe, asustada, miró hacia la repisa. ¡El frasco de estrellas! Había caído y ahora las estrellas estaban esparcidas por todo el suelo, brillando con una luz tenue pero hermosa. “¡No!” gritó la abuelita, arrodillándose para recogerlas. Pero antes de que pudiera hacer algo, una estrella brillante se deslizó bajo la mesa y desapareció.

“¡Oh, no! Esa estrella era muy especial. Era el deseo de una niña que quería ser bailarina”, suspiró Doña Lupe, sintiendo una punzada de tristeza en su corazón. Sin embargo, no podía rendirse. Decidió que tenía que salir a buscarla. “Miguelito, ven aquí, necesito tu ayuda”, llamó.

El niño, que había estado observando todo desde la puerta, corrió hacia ella. “¿Qué puedo hacer, abuelita?” preguntó con su voz llena de preocupación. “Debemos encontrar esa estrella antes de que se apague. Necesita estar con los demás”, explicó Doña Lupe. “Vamos, debemos salir al jardín. La tormenta está cesando, pero debemos ser rápidos.”

Juntos, salieron a la lluvia que aún caía, creando charcos en el suelo. Mientras caminaban, la abuelita le contó a Miguelito sobre cada estrella que había recogido a lo largo de los años. “Cada una tiene su propia historia”, decía. “Una fue un deseo de amor de una madre, otra el sueño de un niño que quería ser astronauta”. Miguelito escuchaba fascinado, imaginando las aventuras de cada estrella.

Después de buscar en el jardín y en el patio trasero, no encontraron nada. “¿Dónde podrá estar?” se preguntó Miguelito, frunciendo el ceño. De repente, escucharon un leve tintineo, como si algo estuviera llamando su atención. Sigilosamente, siguieron el sonido, que los llevó hasta un viejo árbol de guayabo. “¡Mira, abuelita!” exclamó Miguelito, apuntando con el dedo.

Allí, colgando de una de las ramas, estaba la estrella que habían perdido. Brillaba con una luz intensa, iluminando todo a su alrededor. “¡Lo logramos!” gritó Doña Lupe, saltando de alegría. Con cuidado, Miguelito extendió su mano y la tomó con suavidad. “Esta estrella volverá a casa”, dijo con una sonrisa.

Regresaron a la cocina, donde Doña Lupe colocó la estrella de nuevo en su frasco. “¿Ves, Miguelito? Nunca debemos rendirnos cuando algo valioso se pierde. Los sueños siempre encuentran su camino de regreso a casa si tenemos fe”, le dijo mientras lo abrazaba. “Además, juntos somos más fuertes”.

Esa noche, cuando la luna se alzó en el cielo y las estrellas comenzaron a brillar, Miguelito se sentó en el patio junto a Doña Lupe. “¿Qué haremos con las estrellas, abuelita?” preguntó. “Podemos hacer un deseo por cada una”, respondió ella, y juntos comenzaron a formular sus deseos, dejando que las palabras fluyeran como un río de esperanza.

Los días siguieron y el pueblo volvió a la normalidad. Doña Lupe y Miguelito continuaron cuidando las estrellas, y cada vez que alguien compartía un deseo con la abuelita, ella lo guardaba en el frasco. Las historias de los sueños se fueron multiplicando, y la cocina se llenó de risas, de amor y de esperanza.

Un día, mientras Doña Lupe y Miguelito preparaban horchata, una anciana llegó a la puerta. “Hola, abuelita, soy la mamá de Lucía, la niña que soñaba con ser bailarina. Quería agradecerte, porque cada vez que venía aquí, sentía que su sueño estaba más cerca”. La abuelita sonrió, y Miguelito se sintió orgulloso. Habían logrado que los sueños de las personas fueran escuchados y, sobre todo, que tuvieran la oportunidad de volar.

Moraleja del cuento “La abuelita que guardaba estrellas en su cocina”

Nunca dejes que los sueños se apaguen, porque en cada corazón hay una estrella lista para brillar; la amistad y la perseverancia pueden iluminar incluso las noches más oscuras.

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Abraham Cuentacuentos


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