Cuento: “El xoloitzcuintle que enseñó a ser valiente”
En un pequeño pueblo llamado Xochitlán, donde los coloridos murales narraban las historias de antiguos dioses y héroes, vivía un joven llamado Emiliano. Él era un niño alegre, pero a menudo se sentía un poco diferente a los demás. Mientras sus amigos corrían y jugaban sin miedo, Emiliano se asustaba con facilidad. Los truenos, la oscuridad de la noche y hasta las sombras de los árboles lo hacían temblar de miedo. Pero lo que más le aterrorizaba era la leyenda del xoloitzcuintle, el perro sin pelo que, según decían, aparecía en las noches de luna llena para proteger a los valientes y espantar a los cobardes.
Una tarde, mientras paseaba por el mercado, Emiliano escuchó a unos ancianos platicar sobre un xoloitzcuintle que vivía en la montaña. “Ese perro es un guardián de las emociones, un maestro que enseña a los que se atreven a buscarlo”, decía la abuela Rosa, con su voz temblorosa pero firme. Emiliano sintió que algo dentro de él despertaba, un deseo de enfrentarse a sus miedos y aprender de ese perro mágico. Sin embargo, también le invadió el temor de no ser lo suficientemente valiente.
Decidido a encontrarse con el xoloitzcuintle, Emiliano partió al amanecer, con su mochila llena de tortillas, frijoles y un frasco de agua. Caminó durante horas por senderos cubiertos de flores de cempasúchil que iluminaban su camino. El aire fresco y el canto de los pájaros le dieron un poco de ánimo, pero su corazón seguía latiendo con fuerza por el miedo a lo desconocido. Cuando llegó a la base de la montaña, la sombra de las rocas le hizo sentir un escalofrío.
“¿Y si no puedo encontrarlo? ¿Y si no me quiere ayudar?”, murmuró para sí mismo. De pronto, una voz profunda resonó en el aire. “¿Qué es lo que temes, pequeño?”, preguntó un perro de pelaje grisáceo que apareció de entre los arbustos. Era el xoloitzcuintle. Sus ojos eran dos luceros que brillaban con sabiduría y compasión.
Emiliano se sorprendió, pero el xoloitzcuintle no parecía amenazante. “He estado esperando por ti. Sé que sientes miedo, pero es el primer paso para encontrar la valentía. ¿Quieres aprender a ser valiente?”, le preguntó el perro con un tono suave y envolvente.
“Sí”, respondió Emiliano, aunque su voz temblaba un poco. “Pero no sé si puedo”.
“Primero, debes enfrentarte a tus miedos”, dijo el xoloitzcuintle, mientras guiaba a Emiliano hacia un claro iluminado por el sol. “Aquí, en este lugar, los miedos se convierten en sombras que se pueden desvanecer. Dime, ¿cuál es tu mayor temor?”
“Temo a la oscuridad”, confesó Emiliano, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. “No me gusta no saber qué hay a mi alrededor”.
“Entonces, comencemos por ahí”, dijo el xoloitzcuintle. “Cada noche, cuando el sol se oculta, el miedo a la oscuridad se hace más fuerte. Pero tú puedes cambiar eso. Te enseñaré a mirar la oscuridad con otros ojos”.
Y así, cada noche, el xoloitzcuintle guiaba a Emiliano. Le enseñó a buscar la belleza en la noche: las estrellas que brillaban como diamantes, el canto lejano de los búhos, el susurro del viento que acariciaba su piel. Emiliano empezó a notar que la oscuridad no era solo un lugar de miedo, sino un mundo lleno de maravillas.
Un día, mientras practicaban en el bosque, un fuerte trueno retumbó en el cielo, y Emiliano se encogió. “No temas”, le dijo el xoloitzcuintle, “el trueno es solo el sonido de la naturaleza. Si aprendes a escuchar, te dirá que está vivo, que tiene su propio ritmo”.
Emiliano cerró los ojos y respiró hondo. En lugar de correr, se quedó allí, sintiendo el viento y escuchando la lluvia que comenzaba a caer. Por primera vez, no se sintió asustado. Sintió una conexión con el mundo a su alrededor, y su corazón se llenó de valentía.
Pero una noche, mientras se encontraban en el claro, algo inesperado sucedió. Una sombra oscura se acercaba velozmente. Emiliano sintió el miedo volver a invadirlo, pero el xoloitzcuintle le miró y dijo: “Recuerda todo lo que has aprendido. Debes enfrentarte a lo que viene”.
Era un grupo de hombres que habían perdido su camino en la montaña. “¡Ayuda! Nos hemos perdido y tenemos miedo”, gritaron. Emiliano miró al xoloitzcuintle, que le dio un asentimiento. Entonces, sin dudarlo, se acercó a los hombres. “No tengan miedo, están a salvo. Yo puedo guiarlos”, dijo con firmeza.
Los hombres lo miraron sorprendidos. “¿Tú? ¿Un niño?”, cuestionó uno de ellos. Pero Emiliano se sintió valiente. “Sí, un niño que ha aprendido a no tener miedo. Síganme”.
Los hombres lo siguieron, y Emiliano, con la ayuda del xoloitzcuintle, logró llevarlos de regreso al camino correcto. Cuando llegaron al pueblo, todos los habitantes aplaudieron y vitorearon a Emiliano, quien se dio cuenta de que había enfrentado su mayor miedo: el miedo a ser valiente.
Desde aquel día, Emiliano ya no se sintió diferente. Comprendió que ser valiente no significa no tener miedo, sino enfrentarlo. Aprendió que cada emoción, incluso el miedo, tiene su lugar en el corazón, y que el verdadero valor está en aprender a vivir con ellas. El xoloitzcuintle se convirtió en su amigo y guardián, siempre recordándole que la valentía se encuentra en el interior de cada uno.
Moraleja del cuento “El xoloitzcuintle que enseñó a ser valiente”
La valentía no es la ausencia de miedo, sino la decisión de enfrentarlo. Con cada paso hacia lo desconocido, aprendemos que en el corazón hay un guerrero dispuesto a luchar, y en cada sombra, la oportunidad de brillar.
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