Cuento: “El xoloitzcuintle que cuidaba a los bebés del valle”
En un hermoso y vibrante valle de México, rodeado de montañas altas y árboles frondosos, vivía un xoloitzcuintle llamado Cuco. Cuco no era un perro cualquiera; su piel era de un color negro azabache, y sus ojos, grandes y brillantes, parecían reflejar las estrellas de la noche. Era un xoloitzcuintle especial, conocido en toda la región por su corazón amable y su valentía.
Cada mañana, cuando el sol asomaba por el horizonte, Cuco salía de su pequeña cueva, ubicada en la base de un antiguo árbol de ceiba. Con su paso ligero y elegante, recorría el valle, asegurándose de que todos los bebés estuvieran bien. Las mamás del pueblo confiaban en él; sabían que Cuco siempre estaba pendiente, cuidando a sus pequeños mientras ellas trabajaban en los campos de maíz o en la cocina.
Una mañana soleada, mientras Cuco paseaba por el valle, escuchó un llanto suave y angustiado. Sigilosamente, se acercó a la fuente del sonido y descubrió a una bebé llamada Lila, quien había dejado caer su juguete favorito, un pequeño muñeco de trapo que su abuela le había hecho. Cuco, con su gran corazón, se acercó a Lila y, con un movimiento ágil, le devolvió su muñeco.
—¡Mira, Lila! —dijo Cuco con una voz suave—, aquí está tu muñeco. No llores, pequeña.
Lila, al ver a Cuco, sonrió con alegría y sus ojos brillaron como dos luceros. —¡Gracias, Cuco! —exclamó mientras abrazaba su muñeco. Desde ese día, se formó una hermosa amistad entre Cuco y Lila. Todos los días, Cuco se aseguraba de que Lila estuviera feliz y cuidaba de ella como si fuera su propia hermana.
Pero un día, algo inesperado sucedió. Una tormenta fuerte se avecinaba sobre el valle, con relámpagos que iluminaban el cielo y vientos que susurraban oscuros secretos. Las mamás, preocupadas, corrieron a recoger a sus bebés y llevarlos a casa. Cuco, sin embargo, sintió que algo no estaba bien. Decidió que debía actuar y proteger a todos los bebés del pueblo.
Con valentía, Cuco se dirigió hacia la colina donde jugaban los otros niños. Cuando llegó, encontró a un grupo de bebés, entre ellos a Lila, jugando alegremente, ajenos a la tormenta que se acercaba.
—¡Bebés! —ladró Cuco, con un tono urgente—, deben venir conmigo, la tormenta está cerca.
Los bebés, sorprendidos, miraron a Cuco. Pero Lila, al reconocer su voz, se levantó y dijo: —¡Vamos, amigos! Cuco nos está llamando, debemos ir a un lugar seguro.
Así, con Lila al frente, los bebés comenzaron a seguir a Cuco. El xoloitzcuintle los guió a través del valle, mientras las nubes oscuras cubrían el sol y la lluvia comenzaba a caer. En su camino, Cuco tuvo que enfrentarse a varios obstáculos: un pequeño arroyo que se había desbordado y ramas caídas por el viento. Con su ingenio y rapidez, Cuco encontró la forma de ayudar a los bebés a cruzar.
—Sujétense de mí, yo los llevaré —decía Cuco mientras saltaba ágilmente sobre las ramas y guiaba a los bebés con su cálido ladrido.
Finalmente, llegaron a una cueva cercana, un lugar seguro donde podrían resguardarse de la tormenta. Todos los bebés se acomodaron dentro, temerosos pero agradecidos por la valentía de Cuco.
Mientras la lluvia caía con fuerza afuera, Cuco les contaba historias sobre el sol, la luna y las estrellas, manteniendo sus espíritus en alto. —No se preocupen, amigos, esta tormenta pasará y volverá a brillar el sol —les decía, mientras sus ojos brillaban con determinación.
La tormenta duró horas, pero Cuco no se separó ni un instante de los bebés. Finalmente, cuando la lluvia cesó y el sol comenzó a asomarse nuevamente, los bebés aplaudieron con alegría.
—¡Cuco, eres nuestro héroe! —gritó Lila, llenando la cueva con su risa.
Cuco, sonriendo, respondió: —No soy un héroe, solo soy su amigo. Siempre estaré aquí para cuidar de ustedes.
A partir de ese día, la amistad entre Cuco y los bebés se volvió más fuerte que nunca. Cada tarde, después de sus aventuras, Cuco se reunía con los pequeños para jugar y contar historias. Aprendieron que, aunque la vida a veces traiga tormentas, siempre hay un amigo valiente que está dispuesto a cuidar de ellos.
Moraleja del cuento “El xoloitzcuintle que cuidaba a los bebés del valle”
La amistad y la valentía son faros en la tormenta, y quienes cuidan con amor siempre encontrarán el camino a casa.
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