El volcán que aprendió a controlar su enojo

El volcán que aprendió a controlar su enojo

Cuento: “El volcán que aprendió a controlar su enojo”

Había una vez, en un rincón hermoso de México, un volcán llamado Teocalli. Este volcán era conocido por su majestuosa altura y su imponente figura que se alzaba por encima de los verdes valles y los brillantes campos de flores. Teocalli no solo era famoso por su belleza, sino también por su temperamento. A menudo, cuando algo le incomodaba, lanzaba grandes nubes de humo y fuego, asustando a los habitantes del pueblo cercano, llamado San Isidro.

Los habitantes de San Isidro vivían en armonía con la naturaleza, cuidando sus cultivos de maíz y frijoles, y siempre estaban dispuestos a ayudar a los demás. Sin embargo, cuando Teocalli se enojaba, el aire se llenaba de cenizas y el cielo se oscurecía. Los niños del pueblo se asustaban y se escondían, mientras los adultos corrían a proteger sus hogares.

Un día, mientras los niños jugaban en el campo, escucharon un estruendo proveniente del volcán. “¡Es Teocalli! Se enoja de nuevo”, gritó la pequeña Lucía, con sus trenzas negras ondeando al viento. “Vamos, rápido, ¡escondámonos!” dijo su amigo Miguel, con sus ojos grandes llenos de temor. Pero antes de que pudieran huir, apareció el sabio anciano del pueblo, Don Alejandro, quien les dijo: “Niños, no debemos temer a Teocalli. Debemos entender su enojo”.

Intrigados, los niños se acercaron al anciano. “¿Por qué se enoja, abuelo?” preguntó Lucía, mientras se acurrucaba cerca de Miguel. Don Alejandro, con su voz serena, comenzó a relatar la historia de Teocalli. “Hace mucho tiempo, cuando era joven, Teocalli era un volcán feliz. Su lava fluía como ríos dorados, y su humo era una suave bruma que alimentaba las plantas. Pero un día, un grupo de viajeros llegó y, sin saberlo, comenzó a talar árboles a su alrededor. Teocalli, al ver que su hogar se desvanecía, sintió un profundo enojo”.

Los niños escuchaban con atención, sus corazones latiendo al compás de la historia. “Teocalli, en su furia, empezó a lanzar lava y cenizas, creyendo que así recuperaría lo que había perdido. Pero el pueblo no comprendía su dolor y temía su furia. Con el tiempo, Teocalli se dio cuenta de que su enojo solo causaba más tristeza. Sin embargo, no sabía cómo controlarlo”, concluyó Don Alejandro.

“¿Y qué pasó después?” preguntó Miguel, emocionado. “Teocalli se sentía solo y aislado. Un día, decidió hacer un viaje a las estrellas para buscar ayuda. En su viaje, conoció a una estrella brillante llamada Xóchitl, que le enseñó a respirar y a liberar su enojo de manera tranquila. ‘No necesitas explotar para ser escuchado’, le dijo Xóchitl. ‘Solo debes aprender a comunicarte’”.

Don Alejandro miró a los niños con una sonrisa. “Teocalli regresó y, en lugar de hacer erupción, comenzó a hablar con los habitantes del pueblo. Les contó sobre su dolor y su deseo de proteger su hogar. Los habitantes, al escuchar su historia, se dieron cuenta de que debían cuidar el entorno de Teocalli y respetar la naturaleza. Así, juntos, encontraron un equilibrio”.

Inspirados por la historia, los niños decidieron que debían hacer algo por Teocalli. “¿Qué tal si organizamos una fiesta en su honor?” sugirió Lucía con entusiasmo. “Podemos invitar a todos y hacerle ofrendas de flores y maíz”. Miguel asintió, “Sí, así sabrá que lo apreciamos”.

Los niños comenzaron a trabajar. Juntos recolectaron flores de colores vibrantes y prepararon deliciosos platillos con los mejores ingredientes del pueblo. El día de la fiesta, todos en San Isidro se unieron para honrar al volcán. Colocaron ofrendas en la base de Teocalli, mientras que la música y las risas llenaban el aire. “¡Teocalli, Teocalli! ¡Eres nuestro amigo!”, coreaban los niños con alegría.

A medida que la fiesta avanzaba, algo mágico ocurrió. Teocalli, sintiendo el amor y la alegría de su pueblo, comenzó a dejar escapar pequeñas fumarolas de vapor, pero esta vez no eran de enojo, sino de felicidad. “Gracias, amigos. Gracias por entenderme”, parecía decir con su suave bramar. Desde aquel día, Teocalli aprendió a controlar su enojo, recordando siempre la importancia de comunicarse y cuidar de su hogar.

Los años pasaron y Teocalli se convirtió en un símbolo de amistad y respeto en San Isidro. Los niños crecieron y, con ellos, la tradición de cuidar la naturaleza. El volcán ya no era temido, sino amado, y cada vez que los habitantes del pueblo se sentían frustrados, recordaban a su querido volcán y cómo había aprendido a manejar su enojo.

Un día, durante una tarde brillante, mientras las nubes jugaban en el cielo, Don Alejandro se reunió nuevamente con los niños que ahora eran jóvenes. “Hoy les cuento esta historia, no solo para recordar a Teocalli, sino para que siempre sepan que nuestras emociones son parte de nosotros, y que, con amor y comprensión, podemos aprender a controlarlas”.

Moraleja del cuento “El volcán que aprendió a controlar su enojo”

A veces, en medio del enojo y la tristeza, se esconde un profundo deseo de ser escuchado. Al igual que el volcán Teocalli, debemos aprender a comunicar nuestros sentimientos con amor, para encontrar paz en nuestro interior y en el mundo que nos rodea.

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Abraham Cuentacuentos


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