El viento que llevaba los secretos del otoño

El viento que llevaba los secretos del otoño

El viento que llevaba los secretos del otoño

Era una tarde de octubre en el pequeño pueblo de San Javier, donde las hojas de los árboles se tornaban doradas y el aire fresco traía consigo el aroma de la tierra húmeda. Las calles empedradas, adornadas con flores de cempasúchil, parecían susurrar historias antiguas mientras el viento jugueteaba con los cabellos de los transeúntes. En una de las casas más antiguas del pueblo, vivía Doña Clara, una mujer de cabello plateado y ojos chispeantes que, a sus setenta años, era conocida por ser la guardiana de los secretos del lugar.

Doña Clara tenía un don especial: podía escuchar los susurros del viento. Desde que era niña, había aprendido a descifrar los mensajes que traía el aire, y en cada otoño, esos secretos se volvían más intensos. Aquella tarde, mientras tejía un suéter de lana color mostaza, sintió que el viento traía consigo un murmullo diferente, un eco de risas y llantos que resonaban en su corazón.

“¿Qué será lo que traes hoy, viento travieso?” murmuró, dejando de lado su labor. Con curiosidad, se asomó por la ventana y vio a un grupo de niños jugando en la plaza. Entre ellos estaba Emiliano, un niño de diez años con una sonrisa contagiosa y una imaginación desbordante. Siempre estaba rodeado de amigos, pero había algo en su mirada que delataba una tristeza oculta.

“¡Emiliano! Ven aquí, hijo,” llamó Doña Clara, haciendo un gesto con la mano. El niño se acercó, su rostro iluminado por la luz del sol que se filtraba entre las nubes. “¿Qué te preocupa, pequeño?”

“Es que… es que mis amigos dicen que el otoño es triste porque las hojas se caen y los días se hacen más cortos,” respondió Emiliano, con un tono de voz que parecía un susurro. “No entiendo por qué, si a mí me gusta el viento y las calabazas.”

Doña Clara sonrió, sus ojos brillando con complicidad. “El otoño es un tiempo de cambios, Emiliano. Las hojas caen para dar paso a nuevas historias. Ven, te contaré un secreto.”

Se sentaron en el porche, y mientras el viento acariciaba sus rostros, Doña Clara comenzó a relatar la leyenda de los cuatro vientos. “Dicen que cada viento tiene su propia personalidad. El viento del norte es fuerte y decidido, el viento del sur es cálido y cariñoso, el viento del este trae nuevas oportunidades, y el viento del oeste… el viento del oeste es el que lleva los secretos.”

“¿Los secretos?” preguntó Emiliano, intrigado.

“Sí, querido. Cada otoño, el viento del oeste recoge los secretos de las personas y los lleva a donde deben ser escuchados. Este año, parece que hay un secreto muy especial que necesita ser revelado,” explicó Doña Clara, mirando hacia el horizonte.

Mientras hablaban, el viento comenzó a soplar con más fuerza, trayendo consigo un murmullo que parecía llamar a Emiliano. “¿Lo escuchas?” preguntó el niño, con los ojos abiertos de par en par.

“Sí, el viento nos está hablando. Quizás deberíamos seguirlo,” sugirió Doña Clara, levantándose con determinación. Emiliano asintió, emocionado por la aventura que se avecinaba.

Ambos se adentraron en el bosque cercano, donde los árboles se alzaban como guardianes de secretos antiguos. Las hojas crujían bajo sus pies mientras el viento guiaba sus pasos. “¿A dónde nos llevará?” preguntó Emiliano, sintiendo una mezcla de miedo y emoción.

“Donde los secretos necesitan ser escuchados,” respondió Doña Clara, con una sonrisa enigmática. “Recuerda, a veces los secretos son solo historias esperando ser contadas.”

Después de caminar un rato, llegaron a un claro iluminado por la luz del sol que se filtraba entre las ramas. En el centro, había un viejo roble, su tronco grueso y retorcido parecía estar lleno de vida. “Este es el lugar,” dijo Doña Clara, acercándose al árbol. “Aquí es donde el viento guarda los secretos.”

De repente, una ráfaga de viento sopló con fuerza, y Emiliano sintió que algo lo envolvía. “¿Qué está pasando?” exclamó, asustado.

“Escucha,” le dijo Doña Clara, colocando una mano en su hombro. “El viento está revelando un secreto.” Y así, entre susurros y risas, comenzaron a escuchar las historias de aquellos que habían pasado por el pueblo: la historia de un amor perdido, un sueño olvidado, y un niño que había encontrado su voz.

“¿Por qué el viento guarda estos secretos?” preguntó Emiliano, maravillado.

“Porque cada secreto tiene su tiempo y su lugar. A veces, las personas necesitan compartir sus historias para sanar,” explicó Doña Clara, mientras el viento parecía danzar a su alrededor.

En ese momento, Emiliano sintió una conexión profunda con el bosque y sus secretos. “¿Podemos ayudar a que estas historias sean escuchadas?” preguntó con determinación.

“Por supuesto, querido. Cada historia necesita un oyente,” respondió Doña Clara, sonriendo. “Y tú, Emiliano, tienes un gran corazón.”

Decididos a ayudar, regresaron al pueblo y organizaron una tarde de cuentos en la plaza. Invitaron a todos los vecinos, y mientras el sol se ponía, comenzaron a compartir las historias que el viento les había revelado. La gente se reunió, riendo y llorando, recordando sus propias historias y secretos.

Emiliano, con su voz clara y llena de emoción, relató la historia del amor perdido, mientras Doña Clara contaba sobre el niño que había encontrado su voz. La plaza se llenó de risas y abrazos, y el viento, como un espectador silencioso, acariciaba a todos con su suave brisa.

Al final de la tarde, mientras las estrellas comenzaban a brillar en el cielo, Emiliano se sintió feliz. “El otoño no es triste, Doña Clara. Es un tiempo de compartir y recordar,” dijo, con una sonrisa radiante.

“Así es, querido. El viento nos ha enseñado que los secretos son solo historias esperando ser contadas. Y cada vez que compartimos, el viento se vuelve más fuerte, llevando nuestras risas y nuestras historias a lugares lejanos,” respondió Doña Clara, abrazándolo con cariño.

Desde aquel día, el pueblo de San Javier celebró cada otoño con una tarde de cuentos, donde las historias y los secretos se entrelazaban, creando un lazo entre los corazones de todos. Y así, el viento siguió llevando los secretos del otoño, transformando la tristeza en alegría y recordando a todos que cada historia tiene su lugar en el mundo.

Moraleja del cuento “El viento que llevaba los secretos del otoño”

A veces, los secretos que guardamos son solo historias esperando ser contadas. Compartir nuestras vivencias nos une y transforma la tristeza en alegría, recordándonos que cada uno de nosotros tiene un lugar en el corazón de los demás. En el viento del otoño, encontramos la oportunidad de sanar y celebrar la vida juntos.

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Abraham Cuentacuentos