Cuento: “El unicornio que cuidaba las flores de cempasúchil”
En un rincón mágico de México, donde el sol brilla con un resplandor dorado y las nubes parecen de algodón, se encontraba un hermoso prado lleno de flores de cempasúchil. Este prado era conocido como “El Jardín del Sol” y estaba custodiado por un unicornio llamado Luminia. Su crin resplandecía como los rayos del sol y su cuerno brillaba con un destello plateado que iluminaba todo a su alrededor. Luminia no era un unicornio cualquiera; era el guardián de las flores de cempasúchil, que con sus colores vibrantes adornaban el paisaje y llenaban el aire de un dulce aroma.
Luminia amaba su jardín. Pasaba los días saltando entre las flores, cuidando cada pétalo con ternura. A menudo se sentaba en la cima de una colina, contemplando cómo el viento acariciaba las flores, haciéndolas bailar como si estuvieran celebrando una fiesta. Pero había un pequeño problema. A veces, algunos niños del pueblo cercano se acercaban a jugar y, sin querer, pisaban las flores o las arrancaban. Aunque les encantaban los colores y el aroma, no entendían que las flores necesitaban cuidado y respeto.
Un día, mientras Luminia estaba disfrutando de la brisa fresca, escuchó risas a lo lejos. Se acercó sigilosamente y vio a un grupo de niños jugando entre las flores. Había una niña llamada Sofía, con trenzas doradas y ojos curiosos, que reía mientras intentaba alcanzar una flor de cempasúchil. “¡Mira, mira! ¡Quiero esa!” exclamó, estirando su mano. Luminia, con un ligero suspiro, decidió intervenir.
—¡Hola, pequeños! —dijo Luminia, su voz melodiosa resonando en el aire—. Soy Luminia, el unicornio que cuida de estas flores.
Los niños se quedaron boquiabiertos, admirando la majestuosidad de Luminia. Sofía, temblando de emoción, respondió:
—¡Eres real! ¡Nunca había visto un unicornio!
Luminia sonrió, pero su expresión se tornó seria.
—Quiero pedirles un favor. Estas flores son muy especiales. Ellas necesitan crecer y vivir en paz. ¿Podrían jugar en otro lugar?
Los niños se miraron entre sí, un poco avergonzados, pero Sofía, que siempre había sido valiente, se adelantó y dijo:
—Lo siento, Luminia. No queríamos hacerles daño. Prometemos cuidarlas.
Luminia se sintió aliviada y, en ese momento, una idea brillante cruzó por su mente.
—Si realmente desean ayudarme, puedo mostrarles cómo cuidar de ellas.
Los ojos de los niños brillaron con entusiasmo. Aceptaron de inmediato la propuesta. Así, Luminia los llevó a través del jardín, enseñándoles a regar las flores con agua fresca, a limpiar las hojas marchitas y a protegerlas del sol abrasador. Los niños aprendieron rápidamente y se divirtieron mucho en el proceso.
Un día, mientras estaban ocupados cuidando las flores, se dieron cuenta de que el cielo comenzaba a oscurecerse. Nubes negras cubrieron el sol y, de repente, comenzó a llover torrencialmente. Los niños se asustaron, pensando en las flores.
—¡Luminia! ¿Qué vamos a hacer? —gritó un niño llamado Miguel, que siempre había sido el más temeroso del grupo.
—No se preocupen, amigos. Hay que llevarlas a un lugar seguro —dijo Luminia, su voz llena de confianza.
Con un destello de su cuerno, Luminia hizo que las flores comenzaran a brillar. Luego, un suave viento las rodeó, levantándolas y llevándolas a una colina cercana donde había un pequeño refugio natural. Los niños miraban maravillados mientras las flores flotaban en el aire.
Cuando la tormenta pasó, el sol regresó, más brillante que nunca. Las flores, ahora a salvo, comenzaron a reir y bailar al ritmo de la brisa.
—¡Lo hicimos! —exclamó Sofía, con los ojos brillantes de alegría.
Luminia sonrió y les dijo:
—Siempre que trabajemos juntos y cuidemos de la naturaleza, todo es posible.
Desde aquel día, los niños del pueblo no solo jugaron en el Jardín del Sol, sino que también se convirtieron en sus guardianes. Luminia los visitaba con frecuencia, y juntos crearon un lazo de amistad y respeto por las flores de cempasúchil.
El jardín floreció como nunca antes. Las flores crecieron más vibrantes y hermosas, llenando el aire con su fragancia dulce. La amistad entre Luminia y los niños se volvió legendaria, y todos en el pueblo aprendieron la importancia de cuidar la naturaleza y de trabajar juntos.
Así, el unicornio y los niños demostraron que con amor y dedicación, se pueden lograr cosas maravillosas. Y así, el Jardín del Sol siguió brillando por generaciones, recordando a todos la magia de cuidar y respetar el mundo que nos rodea.
Moraleja del cuento “El unicornio que cuidaba las flores de cempasúchil”
La verdadera magia se encuentra en el cuidado y el respeto que le damos a la naturaleza; cuando trabajamos juntos, creamos un mundo lleno de maravillas y colores.
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