Cuento: “El tren que viajaba a los sueños”
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y vastos campos de flores silvestres, donde el aire estaba impregnado del aroma del maíz tostado y la risa de los niños resonaba como música en el viento, vivía un niño llamado Emiliano. Su curiosidad era tan grande como el cielo que contemplaba cada noche antes de dormir. Soñaba con aventuras y lugares lejanos, pero había un deseo en su corazón: encontrar el tren que viajaba a los sueños.
Una tarde, mientras exploraba el mercado local con su abuela, Emiliano escuchó un murmullo entre la multitud. “¡El tren de los sueños llegará esta noche!”, decía una anciana con ojos brillantes como estrellas. “Solo aquellos que crean en la magia pueden abordarlo”. La noticia se esparció como el fuego en la leña seca, y Emiliano, con su espíritu intrépido, decidió que debía encontrar ese tren.
Cuando la luna llena comenzó a elevarse en el horizonte, Emiliano se despidió de su abuela y se dirigió hacia el viejo ferrocarril que había estado inactivo durante años. Las vías estaban cubiertas de hierba y flores, pero él sabía que en esa oscuridad se escondía la promesa de un viaje mágico. Mientras caminaba, la brisa nocturna le susurraba secretos y las estrellas parecían guiarlo con su luz plateada.
Al llegar a la estación, un sonido melodioso empezó a llenar el aire, como un canto de sirena. Allí, ante sus ojos, apareció un tren antiguo, reluciente con una pintura brillante que reflejaba todos los colores del arcoíris. “Bienvenido, pequeño soñador”, dijo el maquinista, un hombre de barba canosa y ojos llenos de sabiduría. “Soy Don Alejandro, y este es el tren que viaja a los sueños. ¿Estás listo para abordar?”
Emiliano asintió con entusiasmo, sintiendo que su corazón latía como un tambor. Subió al tren y se encontró con un mundo sorprendente. Cada vagón era un universo diferente: uno estaba lleno de libros voladores que susurraban cuentos antiguos, otro estaba habitado por criaturas fantásticas que danzaban y reían, y en el último, un jardín de flores que hablaban sobre sus aventuras.
“¡Mira, Emiliano!” exclamó una niña de cabellos dorados que se le acercó. “Soy Sofía, y aquí todos los sueños son posibles. ¿Cuál es tu sueño más grande?” Emiliano, sintiéndose emocionado, respondió: “Quiero conocer el mundo y ser valiente como un héroe”.
“Entonces, serás nuestro héroe esta noche”, dijo Sofía, con una sonrisa radiante. De repente, el tren empezó a moverse, y Emiliano sintió una mezcla de miedo y emoción. Los paisajes que pasaban por la ventana eran como pinceladas de un pintor loco: desiertos dorados, océanos azules, y montañas nevadas que parecían tocar el cielo.
Pero no todo era diversión y alegría. En un instante, el tren se detuvo en un oscuro bosque, y el maquinista advirtió: “Cuidado, aquí vive el monstruo de los miedos. Solo quienes enfrenten sus temores podrán continuar el viaje”. El corazón de Emiliano se aceleró, pero recordó su deseo de ser valiente.
“Yo puedo hacerlo”, se dijo a sí mismo. “Debo enfrentar al monstruo”. Con determinación, se adentró en el bosque, donde sombras danzaban y susurros aterradores llenaban el aire. Allí, encontró a una criatura enorme, con escamas de sombras y ojos que brillaban como el fuego. “¿Qué quieres, niño?”, rugió el monstruo, y su voz resonó como un trueno.
“Vengo a enfrentar mis miedos”, respondió Emiliano, tratando de mantener la voz firme. “No tengo miedo de ti”. El monstruo se detuvo, sorprendido. “La valentía no siempre significa no tener miedo. A veces, significa avanzar a pesar de él”.
Emiliano respiró hondo y, en lugar de huir, comenzó a hablarle sobre sus sueños y esperanzas. “Quiero conocer el mundo y ser valiente”, confesó. Para su sorpresa, el monstruo comenzó a encogerse, sus escamas se desvanecieron, y lo que antes era terrorífico se convirtió en un pequeño lobo de ojos tristes. “Solo quería compañía”, murmuró el lobo.
“Siempre puedes acompañarnos”, le ofreció Emiliano, y juntos regresaron al tren. Don Alejandro sonrió, mientras el tren comenzaba a moverse de nuevo. Ahora, con un nuevo amigo a su lado, Emiliano sentía que la aventura apenas comenzaba.
A medida que el tren viajaba por tierras lejanas, conocieron a personas maravillosas, ayudaron a resolver problemas y compartieron risas y lágrimas. Un día, mientras el tren cruzaba un puente colgante sobre un río resplandeciente, Emiliano vio una imagen reflejada en el agua: un niño feliz rodeado de amigos y aventuras.
Al llegar a su destino final, una mágica ciudad llena de luces y colores, Don Alejandro se volvió hacia Emiliano y le dijo: “Este viaje no termina aquí. Los sueños siempre están al alcance, solo debes seguir creyendo en ti mismo”. Emiliano comprendió que su verdadera aventura era vivir con valentía y seguir explorando el mundo que lo rodeaba.
Con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de gratitud, Emiliano regresó a casa, donde su abuela lo esperaba. Ella le preguntó sobre su aventura, y él, emocionado, compartió cada detalle. A partir de ese día, cada noche, Emiliano miraba hacia el cielo estrellado, sabiendo que el tren que viajaba a los sueños siempre estaría ahí, esperando su próximo viaje.
Moraleja del cuento “El tren que viajaba a los sueños”
Los sueños son faros que iluminan nuestro camino; la valentía no está en no sentir miedo, sino en seguir adelante a pesar de él. A veces, la amistad y la empatía pueden transformar lo aterrador en algo hermoso, y siempre habrá un tren que nos lleve a nuevas aventuras si creemos en nosotros mismos.