Cuento: “El tlacuache que encontró su sombra juguetona”
En un pequeño rincón de la vasta y hermosa Sierra Madre, donde los árboles susurran historias y los ríos cantan al caer, vivía un tlacuache llamado Tlachinollan. Era un tlacuache curioso, con un pelaje suave y gris que brillaba bajo el sol y unos ojos grandes y brillantes que reflejaban la luz de las estrellas. Tlachinollan disfrutaba de la vida en el bosque, explorando cada rincón y descubriendo maravillas en la naturaleza. Le encantaba jugar entre las hojas y correr por los senderos cubiertos de flores silvestres.
Un día, mientras paseaba bajo el sol brillante, Tlachinollan se dio cuenta de que algo lo seguía. Al mirar hacia atrás, vio una figura que se movía de forma divertida, igual que él. ¡Era su sombra! Al principio, Tlachinollan se asustó un poco. “¿Quién eres tú?” preguntó con un ligero temblor en su voz. Pero su sombra solo se limitó a imitarlo, moviéndose con él, saltando y corriendo. Tlachinollan empezó a reírse. “¡Eres muy divertida!” exclamó.
Así fue como comenzó la gran aventura de Tlachinollan y su sombra juguetona. Cada día, después de un delicioso desayuno de frutas y nueces, el tlacuache salía a jugar con su sombra. Corrían juntos por el campo, hacían piruetas entre las flores y se deslizaban por los troncos de los árboles. “¡Mira, sombra! ¡Vamos a ver quién puede llegar primero al gran roble!” decía Tlachinollan mientras se lanzaba a toda velocidad.
Un día, mientras exploraban un claro del bosque lleno de luz, se encontraron con una gran roca que parecía un enorme bisonte dormido. “¡Vamos a escalarla!” dijo Tlachinollan, lleno de emoción. Sin pensarlo dos veces, empezó a subir por la roca. Su sombra lo seguía con pasos ligeros, como si también quisiera disfrutar de la aventura. Cuando finalmente llegaron a la cima, Tlachinollan se sintió como el rey del mundo. Desde allí, podían ver todo el bosque: los árboles danzantes, el río brillante y hasta la aldea de los humanos en la distancia.
“¡Mira cuán lejos podemos ver!” dijo Tlachinollan, sintiéndose orgulloso. Pero, al asomarse más, se dio cuenta de que la sombra se estaba haciendo más larga y extraña. “¿Por qué estás cambiando, sombra?” preguntó el tlacuache, un poco confundido. “¡No te vayas a perder!” Su sombra parecía tener vida propia, danzando al ritmo del viento, y en un instante, ¡salió disparada colina abajo!
“¡Espera!” gritó Tlachinollan, sintiendo que un nudo de preocupación se formaba en su estómago. Decidido a no dejar que su amiga se alejara, saltó de la roca y corrió tras ella. “¡Ven aquí, sombra juguetona! ¡No puedo jugar sin ti!” Mientras corría, su corazón latía rápido, y sus patas se movían con fuerza. La sombra reía y giraba, como si quisiera jugar al escondite.
Tlachinollan se adentró en el bosque, persiguiendo a su sombra por entre los árboles. “¡Sombra, ven!” llamaba, pero la sombra continuaba brincando y escapándose, llevándolo a lugares desconocidos. En su carrera, Tlachinollan se encontró con varios amigos: la tortuga Tomás, que siempre tenía sabios consejos; la ardilla Mica, que siempre estaba llena de energía; y el búho sabio Don Gregorio, que observaba desde su rama.
“¿Qué te sucede, Tlachinollan?” preguntó Tomás con su voz pausada. “Estoy buscando a mi sombra, ¡se ha escapado!” dijo el tlacuache con un tono de angustia. “¿Por qué no te detienes y la llamas?” sugirió Mica, saltando de un lado a otro. “Las sombras no se van lejos, sólo están jugando. ¡Ven, ayudemos a Tlachinollan!” agregó Don Gregorio, guiñando un ojo.
Juntos, decidieron hacer una gran llamada para atraer a la sombra. “¡Sombra, ven aquí! ¡Es hora de jugar!” gritaron todos al unísono. Tlachinollan sintió cómo su corazón se llenaba de esperanza. Al instante, la sombra apareció, saltando alegremente. “¡Estaba jugando! ¡No te asustes, amigo!” dijo la sombra, que parecía reírse de la situación. Tlachinollan se sintió aliviado y al mismo tiempo un poco molesto. “¡No me asustes así otra vez!” le reclamó.
Después de ese emocionante día, Tlachinollan comprendió que su sombra no era solo una compañera de juegos, sino también un recordatorio de que a veces, es bueno dejarse llevar y disfrutar de las travesuras. Así que, a partir de ese momento, Tlachinollan y su sombra se volvieron inseparables, y juntos exploraron cada rincón del bosque, creando nuevas historias y compartiendo risas. Aprendieron que las aventuras más grandes se encuentran cuando se deja un poco de espacio para la diversión y la sorpresa.
Moraleja del cuento “El tlacuache que encontró su sombra juguetona”
La amistad, como la sombra, nos acompaña en los momentos más alegres, y aunque a veces juguetea lejos, siempre regresa a llenarnos de luz y sonrisas.
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