El tlacuache que descubrió un portal en el cerro

El tlacuache que descubrió un portal en el cerro

Cuento: “El tlacuache que descubrió un portal en el cerro”

En un rincón del hermoso México, donde los cerros se vestían de verde y los cielos eran de un azul profundo, vivía un pequeño tlacuache llamado Tito. Tito era un tlacuache curioso, siempre con los ojos abiertos al mundo que lo rodeaba. Sus amigos, los demás animales del bosque, a menudo lo llamaban “el soñador”, porque pasaba horas mirando las nubes y preguntándose qué habría más allá de las montañas. Su pelaje era suave y gris, y sus ojos brillaban como dos pequeñas estrellas en la noche.

Un día, mientras exploraba una parte del cerro que nunca había visto, Tito se topó con algo extraordinario. Entre las rocas y la maleza, había un brillo que lo hipnotizó. “¿Qué será eso?”, murmuró para sí mismo, acercándose con cautela. Al llegar, se encontró con un gran portal de luz brillante, que giraba como un remolino de colores. Era redondo y parecía flotar en el aire, emitiendo un sonido suave, como un canto lejano.

—¡Tito! ¡Tito! —gritó su amiga, la ardilla Lila, que llegó saltando de entre los árboles—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Mira, Lila, ¡hay un portal! —exclamó Tito, señalando con su patita.

Lila se detuvo en seco, sus ojos se agrandaron de asombro. —¿Un portal? ¿A dónde lleva?

Tito se encogió de hombros. —No lo sé, pero ¡tenemos que averiguarlo!

Con una mezcla de emoción y un poco de miedo, Tito y Lila se acercaron al portal. Al instante, una brisa suave los envolvió y los hizo sentir como si estuvieran flotando. Sin pensarlo dos veces, ambos se tomaron de las patas y dieron un salto hacia la luz.

Al cruzar el portal, Tito y Lila se encontraron en un mundo completamente diferente. Era un lugar lleno de colores brillantes y extrañas criaturas que nunca habían visto. Había árboles que hablaban y flores que bailaban al son del viento. En el aire flotaban pequeños globos de aire caliente, y los animales se movían con una alegría contagiosa.

—¡Mira, Tito! —gritó Lila—. ¡Es como un sueño!

Mientras exploraban este nuevo mundo, se toparon con un grupo de criaturas que parecían una mezcla entre un perro y un dragón. Se llamaban “Dracolitos”, y eran amistosos y juguetones. Uno de ellos, llamado Dimi, se acercó a Tito y Lila con una gran sonrisa.

—¡Bienvenidos, amigos! —dijo Dimi, agitando su cola—. Nunca antes había visto a un tlacuache y una ardilla. ¿De dónde vienen?

—¡Venimos de un cerro cercano! —respondió Tito, aún aturdido por la belleza del lugar.

Dimi les explicó que su mundo estaba en peligro. Un malvado hechicero había robado la luz del sol, y sin ella, todo empezaba a marchitarse. Los Dracolitos habían estado buscando ayuda y pensaban que Tito y Lila podían ser la clave para recuperar la luz.

—Pero… ¿qué podemos hacer? —preguntó Tito, con una mezcla de miedo y determinación.

—¡Necesitamos valentía y un poco de magia! —dijo Dimi—. Tienen que encontrar la fuente de la luz, que se encuentra en lo más alto de la Montaña Brillante.

Con el corazón latiendo rápido, Tito y Lila aceptaron la misión. Se despidieron de los Dracolitos y comenzaron su ascenso hacia la Montaña Brillante. En el camino, enfrentaron varios desafíos. Una vez, tuvieron que cruzar un río que hablaba y les planteó un acertijo.

—Si queréis pasar, debéis responder: ¿qué es lo que vuela sin alas y llora sin ojos? —preguntó el río, con una voz profunda.

Tito pensó por un momento y dijo: —¡Es el viento!

El río se rió alegremente y les permitió cruzar. Siguieron su camino, pero pronto se encontraron con un gran muro de espinas. Tito miró a su alrededor y se sintió abrumado.

—No sé cómo pasar esto… —dijo, con la voz temblorosa.

—¡Yo tengo una idea! —dijo Lila, con un destello de inspiración—. ¡Usaremos mi velocidad!

Lila comenzó a correr de un lado a otro, distrayendo a las espinas, mientras Tito se escabullía por debajo. Finalmente, lograron atravesar el muro, sintiéndose más fuertes y unidos que nunca.

Al llegar a la cima de la Montaña Brillante, se encontraron con el hechicero. Era un hombre alto, con una capa oscura y ojos fríos.

—¿Qué hacen aquí, pequeños intrusos? —rugió, su voz resonando como un trueno.

Tito, sintiendo un empujón de valentía, dio un paso al frente. —Hemos venido a devolver la luz a su hogar. ¡No te dejaremos ganar!

El hechicero se rió de manera burlona. —¿Creen que pueden detenerme?

Con astucia, Lila empezó a hacer piruetas y movimientos rápidos, llamando la atención del hechicero. Tito, aprovechando la distracción, se lanzó hacia el altar donde estaba la luz.

—¡Atrápalo! —gritó el hechicero, lanzando un hechizo.

Pero con un salto, Tito logró tomar la esfera brillante entre sus patas. En ese instante, una ola de energía recorrió el lugar. La luz se expandió y envolvió a todos.

El hechicero, aturdido por el brillo, empezó a retroceder. Tito y Lila se unieron, levantando la esfera hacia el cielo.

—¡Devuélvele la luz a su mundo! —gritó Lila.

Con un resplandor brillante, la luz regresó a su lugar en el cielo. El hechicero, furioso, se desvaneció entre las sombras, y la alegría llenó el aire.

De regreso al cerro, Tito y Lila fueron recibidos como héroes por todos sus amigos del bosque.

—¡Lo hiciste! —exclamó Lila, abrazando a Tito—. ¡Regresamos con la luz!

Tito sonrió, sintiéndose más valiente y fuerte que nunca. Desde ese día, los dos amigos continuaron explorando, siempre buscando nuevas aventuras, y recordando que la verdadera luz proviene de la amistad y la valentía.

Moraleja del cuento “El tlacuache que descubrió un portal en el cerro”

La amistad y la valentía son luces que iluminan el camino, y con ellas, podemos enfrentar cualquier sombra que se interponga en nuestra vida.

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Abraham Cuentacuentos


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