El susurro del mezquite

El susurro del mezquite

El susurro del mezquite

En un pequeño pueblo de la sierra, donde el sol se desperezaba entre las montañas y el aire fresco traía consigo el aroma de la tierra húmeda, vivía una joven llamada Ximena. Su risa era como el canto de un ave al amanecer, y su corazón, tan grande como el cielo estrellado que adornaba las noches. Ximena pasaba sus días cuidando de su abuela, Doña Clara, una mujer de ojos sabios y manos arrugadas que contaba historias de tiempos pasados, llenas de magia y misterio.

Una tarde, mientras el sol se ocultaba tras las colinas, Ximena decidió salir a dar un paseo por el campo. Caminó entre los altos mezquites que se alzaban como guardianes de la naturaleza, sus hojas susurrando secretos al viento. Fue entonces cuando escuchó un suave murmullo que parecía llamarla. Intrigada, se acercó a un mezquite más grande que los demás, cuyas ramas se extendían como brazos abiertos.

—¿Quién está ahí? —preguntó Ximena, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

—Soy yo, el espíritu del mezquite —respondió una voz suave, como el roce de una pluma sobre la piel—. He estado esperando tu llegada.

Ximena se sorprendió, pero su curiosidad era más fuerte que su miedo. —¿Qué deseas de mí? —inquirió, con la voz temblorosa.

—He visto tu bondad y el amor que ofreces a tu abuela. Te necesito para ayudar a los que sufren en el pueblo. Hay un niño, Diego, que ha perdido su risa. Su tristeza ha oscurecido su hogar y su madre, Doña Rosa, llora cada noche por él.

—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó Ximena, sintiendo que su corazón latía con fuerza.

—Debes encontrar la flor del sol, que crece en la cima de la montaña. Solo con su esencia podrás devolver la alegría a Diego —explicó el mezquite—. Pero ten cuidado, el camino es peligroso y está custodiado por sombras que intentarán detenerte.

Sin pensarlo dos veces, Ximena se despidió del mezquite y se dirigió hacia la montaña. El sendero era empinado y rocoso, y las sombras danzaban a su alrededor, susurrando palabras de desánimo.

—No lo lograrás, pequeña —decían—. Regresa a casa.

Pero Ximena, con el recuerdo de la risa de Diego en su mente, continuó avanzando. Al llegar a la cima, encontró un claro iluminado por la luz de la luna, donde crecía la flor del sol, radiante y dorada. Al acercarse, sintió una energía cálida que la envolvía.

—¡Por fin! —exclamó, mientras recogía la flor con delicadeza—. Esto es para Diego.

De repente, las sombras se abalanzaron sobre ella, intentando arrebatarle la flor. Pero Ximena, con valentía, alzó la flor hacia el cielo y gritó: —¡La alegría nunca se apaga!

Las sombras se desvanecieron, y un resplandor iluminó el claro. Con la flor en mano, Ximena descendió rápidamente hacia el pueblo, donde encontró a Diego sentado en la puerta de su casa, con la mirada perdida.

—Diego, ven aquí —lo llamó, y el niño levantó la vista, curioso.

Ximena le ofreció la flor del sol. —Huele su esencia, y recuerda que la risa es el mejor regalo que podemos compartir.

Diego tomó la flor y, al inhalar su fragancia, una sonrisa iluminó su rostro. En un instante, su risa resonó en el aire, clara y melodiosa, como el canto de un arroyo.

—¡Mamá! —gritó Diego, corriendo hacia Doña Rosa, quien lo abrazó con lágrimas de felicidad.

Ximena sonrió, sintiendo que su corazón se llenaba de luz. El pueblo, al escuchar la risa de Diego, se unió en celebración, y la tristeza se desvaneció como el rocío al amanecer.

Esa noche, bajo el susurro del mezquite, Ximena y su abuela compartieron historias de amor y esperanza, mientras las estrellas brillaban en el cielo, testigos de un nuevo comienzo.

Moraleja del cuento “El susurro del mezquite”

La alegría se encuentra en los pequeños actos de bondad y en el amor que compartimos con los demás. Nunca subestimes el poder de una sonrisa; puede iluminar incluso los días más oscuros.

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Abraham Cuentacuentos