Cuento: “El ratoncito y su almohada de algodón”
En un rincón pintoresco de un vasto y vibrante campo mexicano, donde los cerezos florecían con esplendor y las mariposas danzaban al son del viento, vivía un pequeño ratón llamado Miguelito. Miguelito no era un ratón cualquiera; su pelaje grisáceo brillaba con destellos plateados bajo la luz del sol, y sus grandes ojos, color avellana, reflejaban una curiosidad infinita. A menudo, pasaba las tardes explorando su hogar, un acogedor agujero en un árbol viejo, donde la corteza se había vuelto suave con el tiempo.
Un día, mientras buscaba un lugar ideal para hacer una siesta, Miguelito encontró una pequeña almohada de algodón en el suelo del bosque. Estaba cubierta de suaves flores silvestres y parecía tan cómoda que no pudo resistirse. “¡Esto es perfecto!”, exclamó emocionado. Sin dudarlo, decidió llevarla a su casa. “Con esta almohada, mis sueños serán más dulces”, pensó mientras arrastraba el tesoro hacia su agujero.
Al llegar a casa, Miguelito se acomodó en su almohada y cerró los ojos, dejando que los aromas de las flores lo envolvieran. Pero antes de que pudiera caer en un profundo sueño, escuchó un fuerte ruido afuera. Era su amigo el pato, Juanito, quien se acercaba nadando por un arroyo cercano. “¡Miguelito! ¡Miguelito! ¡Necesito tu ayuda!”, gritó Juanito, agitando sus alas con nerviosismo.
“¿Qué sucede, Juanito?”, preguntó Miguelito, despertando de su ensueño. “He visto a una serpiente muy grande cerca del arroyo. Se ha llevado a varios de nuestros amigos y está asustando a todos los animales. No sé qué hacer”, respondió el pato, visiblemente preocupado.
Miguelito sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que tenía que actuar. “No te preocupes, Juanito. Vamos a resolver esto juntos. Pero primero, necesito mi almohada de algodón. Tal vez nos ayude”, dijo el ratón, decidido a utilizar su hallazgo de manera creativa. Juntos, se dirigieron hacia el arroyo, donde los demás animales se habían reunido en una pequeña colina.
Al llegar, vieron a los animales temblando de miedo. “¡Miguelito! ¡Juanito! ¡La serpiente está ahí!”, gritaron en coro, señalando un arbusto donde la serpiente se escondía, brillando bajo el sol. Miguelito se sintió pequeño y asustado, pero recordó que la valentía no siempre significa no tener miedo. “Escuchen, amigos. Tenemos que distraer a la serpiente para que nuestros amigos puedan escapar”, dijo, mirando a su alrededor en busca de ideas.
La primera idea que se le ocurrió fue utilizar su almohada de algodón. “Voy a lanzar la almohada hacia la serpiente. Tal vez le llame la atención y la haga salir”, sugirió Miguelito. Juanito, aunque escéptico, asintió con la cabeza. “Es un plan arriesgado, pero no tenemos muchas opciones. ¡Hagámoslo!”, dijo, tomando impulso.
Miguelito tomó su almohada con todas sus fuerzas y, con un salto valiente, la lanzó hacia el arbusto. La almohada aterrizó justo frente a la serpiente, que salió rápidamente para investigar. “¡Ahora es nuestro momento!”, gritó Miguelito. “Todos a correr hacia el bosque. ¡Rápido!”
Los animales comenzaron a correr hacia la seguridad del bosque, pero la serpiente, intrigada por la almohada, comenzó a seguir a Miguelito. “¡Ay, qué nervios!”, pensó el ratón, mientras corría a toda velocidad, zigzagueando entre los árboles. “¡Juanito, distrae a la serpiente! ¡Yo iré por ayuda!”
Juanito, con un poco de temor pero decidido a ayudar, comenzó a hacer ruido con sus alas, volando en círculos alrededor de la serpiente. “¡Mira aquí, mira aquí!”, gritaba, intentando atraer su atención. Miguelito corrió con todas sus fuerzas, buscando a su amiga la lechuza, que era sabia y siempre tenía una solución.
Finalmente, llegó a un gran árbol donde la lechuza, Doña Pajarita, descansaba en su rama. “Doña Pajarita, por favor, necesitamos tu ayuda. Hay una serpiente persiguiendo a nuestros amigos. ¿Puedes venir?”, le suplicó Miguelito, con el corazón latiendo con fuerza.
Doña Pajarita abrió sus ojos grandes y sabios. “¡Claro que sí, Miguelito! Vayamos rápido”, dijo mientras se alzaba en vuelo. Juntos regresaron al arroyo, donde la serpiente todavía estaba ocupada persiguiendo a Juanito. “¡Serpiente! ¡Vuelve a tu hogar!”, gritó Doña Pajarita, posándose en una rama baja y llamando la atención del reptil.
La serpiente, confundida por la voz autoritaria, se detuvo y miró hacia arriba. “¿Quién osa interrumpirme?”, siseó con desdén. “Soy Doña Pajarita, la guardiana de este bosque. Te advierto que si no dejas en paz a mis amigos, tendrás que enfrentarte a mí”, dijo la lechuza, con una mirada feroz que intimidaba a cualquier criatura.
La serpiente, sintiendo el poder de la lechuza, decidió que era mejor no seguir. “¡Está bien! ¡Me iré!”, siseó, desapareciendo entre los arbustos. Todos los animales vitorearon aliviados. “¡Lo logramos!”, exclamó Miguelito, corriendo hacia Juanito, quien estaba visiblemente emocionado. “¡Eres un héroe, Miguelito! Y tu almohada de algodón fue brillante”, dijo Juanito, aplaudiendo con sus alas.
Con la serpiente lejos, los animales comenzaron a celebrar. Miguelito, sintiéndose orgulloso de haber ayudado a sus amigos, decidió compartir su almohada de algodón con todos. “¡La almohada es de todos! Que cada uno la use para soñar”, proclamó. Así, esa noche, todos los animales del bosque se reunieron alrededor de la almohada, compartiendo historias y sueños bajo la luz de la luna llena.
La risa y la alegría llenaron el aire, y Miguelito, con su corazón lleno de felicidad, se dio cuenta de que no solo había resuelto un problema, sino que había creado un lazo más fuerte entre todos ellos. La almohada, que había comenzado como un simple objeto, se había convertido en un símbolo de amistad y unión.
Al caer la noche, Miguelito cerró los ojos sobre su almohada, ahora compartida. En sus sueños, se vio volando entre estrellas, acompañado de sus amigos, todos juntos en un viaje hacia un horizonte de posibilidades. “El amor y la amistad son más fuertes que cualquier miedo”, murmuró mientras se adentraba en un sueño profundo y dulce.
Moraleja del cuento “El ratoncito y su almohada de algodón”
En la vida, como en el bosque, la verdadera fuerza radica en la unión y la amistad; juntos, enfrentamos cualquier serpiente que se cruce en nuestro camino.