Cuento: “El mercado nocturno de las hadas mágicas”
Era una noche estrellada en el corazón de un bosque mágico en México, donde las hojas de los árboles susurraban secretos antiguos y las flores brillaban con un fulgor dorado. La luna llena iluminaba el sendero que serpenteaba entre los árboles, guiando a los más curiosos hacia un lugar donde los sueños y la magia se entrelazaban: el mercado nocturno de las hadas mágicas. Cada año, durante la noche de San Juan, las hadas se reunían para vender sus maravillosos productos, desde pociones encantadas hasta joyas hechas de rocío.
En el centro del bosque, entre los altos pinos y los coloridos cempasúchiles, se erguía un enorme roble. Este árbol milenario era el corazón del mercado, su tronco grueso estaba adornado con luces brillantes que danzaban como luciérnagas. Las hadas, diminutas y etéreas, volaban de un lado a otro, sus alas brillando con los colores del arcoíris. Algunas llevaban canastas repletas de frutos exóticos, mientras que otras exhibían sus encantadoras creaciones: collares de flores, pociones de colores y dulces que prometían alegrías infinitas.
Entre las hadas, se encontraba una pequeña hada llamada Citlali. Tenía ojos grandes como dos esmeraldas y un cabello largo que parecía estar tejido con hilos de oro. Citlali era conocida por su gran bondad y su deseo de ayudar a los demás. Pero había un pequeño problema: su habilidad para crear pociones mágicas no era tan buena como la de sus amigas. Mientras las demás hacían maravillas, Citlali solo lograba hacer burbujas que se desvanecían al instante.
“¡Oh, Citlali! ¿Por qué no te animas a vender algo diferente?”, le dijo su amiga Xochitl, que siempre había sido su apoyo. “Tu risa es mágica por sí sola”.
“Gracias, Xochitl, pero quiero que mis pociones sean tan grandiosas como las tuyas”, suspiró Citlali, mirando cómo sus amigas llenaban sus mesas de productos. Sin embargo, ese anhelo de ser como ellas la llenaba de tristeza.
La noche continuaba y el mercado estaba lleno de risas, luces y melodías encantadoras. De repente, un ruido extraño rompió la armonía de la velada. Un estruendo sordo se escuchó, y todas las hadas se detuvieron en seco. Un enorme monstruo, con escamas verdes y ojos feroces, apareció entre los árboles, causando un revuelo. Era el Dragón de la Desgracia, un ser que se alimentaba de la felicidad de las criaturas mágicas.
“¡Dame todo lo que tengan! ¡Si no, me llevaré sus risas!” rugió el dragón, mientras las hadas se acurrucaban unas contra otras, temerosas.
“¡No podemos dejar que se lleve nuestra felicidad!”, gritó Xochitl, con valentía. “Debemos enfrentarlo”.
Citlali, aunque asustada, sintió que debía hacer algo. Se acercó a sus amigas y dijo: “Si trabajamos juntas, tal vez podamos encontrar una manera de detenerlo”. Las demás asintieron, uniendo fuerzas en medio de la confusión.
Entonces, Citlali recordó una historia que su abuela le había contado sobre la importancia de la alegría y cómo la risa puede iluminar incluso los corazones más oscuros. Con determinación, decidió que debía crear una poción especial. Reunió flores de diferentes colores, rocío de la mañana y un poco de su propia risa, que hacía tiempo había guardado en un pequeño frasco. “Esto será un poco diferente”, pensó.
“¡Xochitl, ven aquí! Necesito tu ayuda”, exclamó Citlali, mientras su amiga se acercaba rápidamente. Juntas comenzaron a mezclar los ingredientes en una pequeña olla mágica que había pertenecido a la abuela de Citlali. Al poco tiempo, la mezcla empezó a burbujear y a brillar intensamente.
“¿Qué haremos con esta poción?”, preguntó Xochitl, mientras observaban cómo la mezcla adquiría un brillo dorado.
“¡Vamos a invitar al dragón a unirse a nosotros en el mercado!”, sugirió Citlali, con una chispa de valentía en sus ojos. “Si le mostramos la alegría que tenemos aquí, tal vez se sienta diferente y se aleje”.
Las hadas miraron a Citlali con asombro, pero sabían que debían intentarlo. Con el frasco de poción en mano, se acercaron al dragón que seguía gruñendo y amenazando. “¡Dragón de la Desgracia!”, gritó Citlali con todo su coraje. “No necesitamos pelear contigo. Te invitamos a unirte a nosotros en el mercado nocturno de las hadas mágicas”.
El dragón se detuvo, confundido. “¿Unirme? ¿A ustedes? No me interesa la felicidad”, replicó con desdén.
“¡Pero sí deberías! Tenemos cosas que te harán reír”, insistió Citlali. “Esta poción que hemos creado te traerá alegría y paz”.
Intrigado, el dragón se acercó y miró la poción que brillaba intensamente. “¿Y si no me gusta? ¿Qué me ofrecerán entonces?”
“Te prometemos que una vez que la pruebes, verás el mundo de otra manera”, dijo Xochitl, mientras las hadas sonreían, tratando de transmitir la felicidad que las rodeaba.
El dragón, tras un momento de duda, tomó un sorbo de la poción. En ese instante, su rostro comenzó a cambiar. Las escamas que antes eran oscuras comenzaron a brillar y su expresión feroz se suavizó. Se sintió tan ligero como una pluma y una risa profunda y resonante brotó de su pecho.
“¿Qué es esto? ¡Me siento… feliz!”, exclamó el dragón, mientras sus ojos brillaban de alegría. “Nunca había sentido algo así”.
Citlali, Xochitl y las demás hadas sonrieron al ver cómo el dragón, ahora transformado, se unía a las celebraciones. Juntos bailaron, cantaron y compartieron dulces, llenando el bosque con risas y luces.
Desde ese día, el dragón de la Desgracia se convirtió en el dragón de la Alegría, protegiendo el mercado nocturno y asegurándose de que nunca faltara la felicidad. Citlali aprendió que la magia más poderosa no siempre se encontraba en las pociones, sino en la bondad y la valentía de compartir con los demás.
El mercado nocturno de las hadas mágicas continuó floreciendo, lleno de amor, risas y amistades inesperadas. Citlali ya no se sentía menos que sus amigas; ahora sabía que cada una tenía su propia magia y que la verdadera fuerza radicaba en la unidad.
Moraleja del cuento “El mercado nocturno de las hadas mágicas”
La magia de la vida se encuentra en la alegría compartida, en la valentía de ayudar y en la amistad que nos transforma, porque en el corazón de cada ser, hay un destello de luz esperando brillar.
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