Cuento: “El mercado mágico de las brujas”
Era una noche estrellada en un pequeño pueblo mexicano llamado San Vicente. Las luces del mercado comenzaban a parpadear mientras la luna se asomaba tímidamente detrás de unas nubes suaves y algodonosas. En esta ocasión, el aire olía a maíz fresco y a dulces de cajeta, pero no era un mercado común; esta noche se celebraba el famoso Mercado Mágico de las Brujas, un evento anual que solo los más valientes se atrevían a visitar.
Entre los curiosos se encontraba Sofía, una niña de diez años con una melena rizada y una mirada brillante llena de curiosidad. Siempre había escuchado historias sobre las brujas que vendían pócimas, hechizos y amuletos en el mercado, y esa noche, decidida a descubrir la verdad, decidió que era el momento de aventurarse. Con un abrigo de lana que le había tejido su abuela y un farolito en la mano, se despidió de su madre, prometiendo regresar antes del amanecer.
Al llegar al mercado, Sofía se encontró rodeada de colores vibrantes y un bullicio inusual. Las mesas estaban llenas de productos mágicos: frascos de cristal llenos de polvos brillantes, hierbas secas con nombres exóticos, y pequeños objetos que parecían susurrar secretos al viento. “¡Bienvenida, pequeña!” exclamó una anciana con una nariz larga y puntiaguda, que vendía pociones de amor. “¿Buscas algo en particular?”
“Quiero ver magia de verdad”, respondió Sofía, con la voz temblorosa pero decidida. La anciana sonrió y le ofreció una pequeña botella de un líquido azul brillante. “Esto es un elixir de sueños, te permitirá ver lo que deseas con el corazón.” Pero justo cuando Sofía iba a aceptar la botella, un estruendo retumbó por todo el mercado.
Un enorme murciélago negro, más grande que cualquier cosa que Sofía hubiera visto, voló bajo, revolviendo los puestos y asustando a los clientes. “¡Rápido! ¡Hay que atraparlo!” gritó una joven bruja llamada Ximena, que se encontraba al otro lado del mercado. Con su cabello negro como el azabache y una mirada decidida, Ximena tomó una escoba y comenzó a volar detrás de la criatura.
Sofía, emocionada y aterrorizada al mismo tiempo, decidió unirse a la aventura. “¡Yo también quiero ayudar!” exclamó mientras se lanzaba hacia la escoba de Ximena. “¡Agarra fuerte!” gritó Ximena, y juntas despegaron en el aire, sintiendo el viento en sus rostros y la adrenalina corriendo por sus venas.
Mientras volaban, Sofía notó que el murciélago parecía estar huyendo de algo. “¿Por qué se va tan rápido?” preguntó, mientras intentaban mantener la distancia. “No lo sé, pero debemos atraparlo antes de que cause más caos”, respondió Ximena, su voz llena de determinación.
Tras un intenso vuelo que las llevó sobre los techos del pueblo, finalmente lograron acorralar al murciélago en un claro del bosque. Al acercarse, se dieron cuenta de que el murciélago no era un simple animal, sino un guardián de los secretos del mercado. Sus ojos brillaban con una luz misteriosa y, aunque parecía feroz, su expresión mostraba miedo.
“¡Espera! No queremos hacerte daño”, dijo Sofía con voz suave. “Solo queremos saber por qué estás asustado.” El murciélago, sorprendido por la dulzura en la voz de la niña, comenzó a transformarse. En lugar de un murciélago, se convirtió en un anciano de largas barbas plateadas. “Gracias, joven. Mi nombre es Don Silvestre, y he sido el guardián de este mercado por siglos. Un oscuro hechizo me ha mantenido atrapado en esa forma.”
Ximena y Sofía intercambiaron miradas, intrigadas. “¿Qué hechizo?” preguntó Ximena. Don Silvestre explicó que una bruja malvada había lanzado un encantamiento sobre él, robándole su poder y manteniéndolo en un estado de miedo. “Debemos unir nuestras fuerzas y encontrar la forma de romper el hechizo”, sugirió Sofía, su corazón latiendo con valentía.
Juntas, las tres comenzaron a buscar los ingredientes necesarios para crear un contrahechizo. La primera parada fue en un campo de flores de nochebuena, donde debían recoger pétalos rojos bajo la luz de la luna. “Debemos hacerlo rápido antes de que el mercado se cierre”, dijo Ximena mientras recolectaban las flores con destreza.
Después, se dirigieron a un río encantado donde debían encontrar una gota de agua de luna. “Ten cuidado, hay criaturas mágicas aquí”, advirtió Don Silvestre. Pero Sofía, recordando las historias de su abuela sobre los duendes, se acercó con respeto y pidió ayuda. A cambio de una canción, los duendes le otorgaron la gota.
Finalmente, se dieron cuenta de que necesitaban el último ingrediente: el abrazo sincero de una amistad pura. Sofía, sintiendo que había forjado un lazo especial con Ximena y Don Silvestre, propuso un abrazo en círculo. Con ese gesto, la magia comenzó a fluir, y un brillo dorado envolvió a los tres.
Al instante, un viento fuerte arrastró el hechizo malvado que mantenía cautivo a Don Silvestre. La transformación fue mágica; el anciano volvió a su forma de murciélago, pero esta vez, voló libremente en círculos sobre ellas, agradeciendo su valentía y bondad. “Ahora puedo proteger este mercado y asegurar que la magia siga fluyendo. Ustedes son verdaderas brujas en su corazón”, les dijo mientras desaparecía en la noche.
De regreso al mercado, las luces brillaban más que nunca y la música resonaba con alegría. Sofía y Ximena se despidieron, prometiendo mantenerse en contacto y compartir más aventuras. Mientras caminaba de regreso a casa, Sofía no solo había descubierto la magia, sino también el valor de la amistad y el poder de un corazón sincero.
Moraleja del cuento “El mercado mágico de las brujas”
La verdadera magia no reside en los hechizos o las pociones, sino en la bondad de nuestros corazones y el valor de la amistad. Cuando unimos nuestras fuerzas y compartimos con amor, podemos superar cualquier obstáculo y desatar la magia que llevamos dentro.
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