Cuento: “El maguey que enseñó a cuidar la naturaleza”
En un hermoso pueblo rodeado de montañas y valles verdes, vivía un maguey que se llamaba Miguelito. Era un maguey muy especial, no solo por su tamaño, que era mucho mayor que los demás, sino también porque tenía un brillo especial en sus hojas que atraía a todos los que pasaban por ahí. Miguelito había crecido en el corazón de un bosque, donde los pájaros cantaban y las mariposas danzaban entre las flores silvestres. Los niños del pueblo, al ver a Miguelito, siempre se detenían a admirarlo.
Un día, mientras Miguelito disfrutaba del cálido sol de la mañana, un grupo de niños se acercó a jugar. Estaban Lucía, con sus trenzas largas y su risa contagiosa, y su amigo Diego, un niño valiente que siempre tenía ideas emocionantes. “¡Mira, Miguelito!”, gritó Lucía, “hoy vamos a hacer una gran aventura en el bosque. ¿Quieres acompañarnos?”.
Miguelito sonrió, aunque no podía moverse, sabía que en su corazón era parte de esa aventura. Los niños, emocionados, se fueron a explorar el bosque. Sin embargo, mientras corrían y jugaban, no se dieron cuenta de que un grupo de personas llegó al pueblo con malas intenciones. Eran madereros que querían talar el bosque para hacer un nuevo camino.
Cuando Miguelito se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, sintió un profundo miedo. Sabía que si talaban los árboles, no solo destruirían su hogar, sino que también acabarían con la vida de muchos animales y plantas. Decidido a ayudar, comenzó a mover sus hojas con el viento, creando un susurro que llamó la atención de los animales del bosque. “¡Amigos! ¡Necesitamos ayuda!”.
Los animales, liderados por una astuta ardilla llamada Sofía, llegaron rápidamente. “¿Qué pasa, Miguelito?”, preguntó Sofía, inquieta. “Un grupo de hombres está intentando destruir nuestro hogar. Debemos detenerlos”, respondió Miguelito con voz firme.
“¡Podemos hacer algo!”, exclamó un zorro llamado León, que siempre tenía un plan. “Si hacemos ruido y nos unimos, asustaremos a los madereros y los haremos marcharse”. Los animales comenzaron a reunir a todos sus amigos, desde las aves que llenaban el cielo hasta los ciervos que habitaban el bosque.
Mientras tanto, en el pueblo, Lucía y Diego regresaron, cansados pero felices. “¡Miguelito! ¡Nos perdimos un poco! ¿Qué hiciste mientras tanto?”, preguntó Diego, sin saber del peligro que acechaba. Pero cuando miraron hacia el bosque, vieron a los madereros listos para empezar a talar.
“¡No podemos permitirlo!”, gritó Lucía, tomando la mano de Diego. “Debemos ayudar a Miguelito y a los animales”. Juntos corrieron hacia el bosque y se unieron a la gran reunión de animales.
“¿Qué vamos a hacer?”, preguntó Lucía, con preocupación en sus ojos. “Debemos hacer una protesta”, sugirió Sofía, “si todos gritamos y hacemos ruido, ellos se asustarán y se irán”. Los niños y los animales comenzaron a gritar juntos. “¡No a la tala! ¡Cuidemos nuestro hogar!”.
Los madereros, confundidos por el gran alboroto, comenzaron a mirar alrededor, y justo en ese momento, un grupo de aves voló en círculos, creando una hermosa danza en el cielo. “¿Qué está pasando?”, murmuró uno de los madereros. “¡Nunca había visto algo así!”.
“¡Sigamos!”, gritó León, el zorro, “no dejen de hacer ruido!”. Y así, los niños, junto con los animales, continuaron su protesta, creando un espectáculo tan sorprendente que los madereros decidieron irse, convencidos de que era mejor no enfrentarse a un grupo tan valiente.
Al final del día, cuando los madereros se marcharon, el bosque estalló en un grito de alegría. Miguelito, con sus hojas brillando más que nunca, agradeció a todos por su valentía. “Hoy hemos aprendido que juntos somos más fuertes y que la naturaleza es un tesoro que debemos cuidar”.
Lucía, con una gran sonrisa, dijo: “Prometamos cuidar de nuestro bosque siempre y ayudar a los animales. Miguelito, eres nuestro héroe”. Y todos los presentes aplaudieron, celebrando su victoria.
Desde aquel día, el pueblo aprendió a valorar la naturaleza y a cuidar del bosque. Miguelito, el maguey sabio, se convirtió en un símbolo de unión y amistad. Los niños visitaban a Miguelito a menudo, y siempre le llevaban flores y frutas para agradecerle por la lección que les había enseñado.
Moraleja del cuento “El maguey que enseñó a cuidar la naturaleza”
Cuidar de la naturaleza es cuidar de nosotros mismos; juntos, en unidad y amor, podemos hacer del mundo un lugar mejor.
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