El guardián de los sueños lunares
En un pequeño pueblo llamado San Esteban, donde las noches eran tan claras que la luna parecía un faro que guiaba a los viajeros perdidos, vivía un joven llamado Mateo. Mateo era un soñador empedernido, con ojos grandes y curiosos que reflejaban la luz de las estrellas. Desde pequeño, había escuchado las historias de su abuela sobre la luna, esa esfera plateada que, según decía, era el guardián de los sueños de todos los habitantes del pueblo.
Una noche, mientras el viento susurraba entre los árboles y las luciérnagas danzaban en el aire, Mateo decidió que era el momento de descubrir el secreto de la luna. Se sentó en su patio, rodeado de flores de cempasúchil que brillaban como el oro bajo la luz lunar, y cerró los ojos. En su mente, visualizó un camino que lo llevaría hasta la luna, un sendero de luz que solo él podía ver.
De repente, sintió una suave brisa que acariciaba su rostro y, al abrir los ojos, se encontró en un lugar mágico. Era un bosque encantado, donde los árboles eran altos y sus hojas brillaban como si estuvieran cubiertas de polvo de estrellas. Mateo se sintió emocionado y un poco asustado, pero su curiosidad lo impulsó a seguir adelante.
Mientras caminaba, escuchó un murmullo. Era un grupo de criaturas fantásticas, pequeñas hadas de luz que danzaban alrededor de un lago cristalino. Una de ellas, con alas de colores vibrantes, se acercó a Mateo y le dijo: “Bienvenido, viajero de los sueños. Soy Lira, la guardiana de este bosque. ¿Qué te trae a nuestro mundo?”
Mateo, con la voz temblorosa, respondió: “He venido a descubrir el secreto de la luna. Quiero saber cómo se cuidan los sueños de mi pueblo.” Lira sonrió, mostrando una serie de diminutos dientes brillantes. “La luna es un ser mágico que cuida de los sueños, pero también necesita ayuda. Ven, te mostraré.”
Juntos, caminaron hacia un claro donde la luna brillaba intensamente. Allí, Mateo vio a un anciano de larga barba blanca, sentado en una roca, con una mirada sabia y profunda. “Soy el guardián de los sueños lunares”, dijo el anciano con voz serena. “Mi nombre es Don Celestino. He estado cuidando de los sueños de San Esteban durante siglos, pero ahora necesito tu ayuda.”
Mateo, sorprendido, preguntó: “¿Cómo puedo ayudar, Don Celestino?” El anciano explicó que un oscuro hechizo había caído sobre la luna, impidiendo que los sueños de los habitantes del pueblo llegaran a ella. “Si no recuperamos la luz de la luna, los sueños se perderán para siempre”, añadió con un tono de preocupación.
“¿Qué debo hacer?” insistió Mateo, sintiendo que su corazón latía con fuerza. “Debes encontrar tres cristales de luz que están escondidos en este bosque. Cada cristal representa un sueño olvidado. Solo así podremos restaurar la luz de la luna y devolver los sueños a tu pueblo.”
Con determinación, Mateo se adentró en el bosque, guiado por Lira. El primer cristal se encontraba en la cueva de los ecos, un lugar donde los susurros del pasado resonaban. Al entrar, escuchó voces familiares, risas de su infancia y palabras de aliento de su abuela. “Recuerda, Mateo, los sueños son el reflejo de nuestro corazón”, resonó la voz de su abuela. Con cada eco, su determinación creció, y finalmente encontró el primer cristal, brillando con una luz suave y cálida.
El segundo cristal estaba en el Jardín de las Sombras, un lugar donde las flores eran de colores oscuros y misteriosos. Allí, Mateo se encontró con una mariposa negra que le dijo: “Solo aquellos que enfrentan sus miedos pueden encontrar la luz.” Recordando sus temores, Mateo cerró los ojos y se enfrentó a ellos. Al abrirlos, el segundo cristal apareció ante él, resplandeciendo con una luz intensa.
Finalmente, el tercer cristal se encontraba en la cima de la Montaña de los Susurros, donde el viento contaba historias de valentía y amor. Mateo, cansado pero decidido, subió la montaña. Allí, encontró a un anciano que le dijo: “Los sueños son el hilo que une a las personas. ¿Qué sueñas tú, joven?” Mateo, con el corazón lleno de esperanza, respondió: “Sueño con un mundo donde todos sean felices y puedan compartir sus sueños.” El anciano sonrió y le entregó el tercer cristal, que brillaba con una luz radiante.
Con los tres cristales en mano, Mateo regresó al claro donde Don Celestino lo esperaba. “Has hecho un gran trabajo, joven soñador”, dijo el anciano, mientras colocaba los cristales en un altar de piedra. “Ahora, juntos, restauraremos la luz de la luna.”
Don Celestino levantó sus manos hacia el cielo, y una luz brillante comenzó a emanar de los cristales. La luna, que había estado oscurecida, comenzó a brillar con una intensidad asombrosa. “Los sueños de San Esteban han sido restaurados”, proclamó el anciano, mientras una lluvia de estrellas caía del cielo, llenando el aire de magia y esperanza.
Mateo sintió una oleada de alegría y gratitud. “Gracias, Don Celestino, gracias, Lira. Ahora sé que los sueños son importantes y que todos debemos cuidarlos.”
Con una sonrisa, Lira le dijo: “Recuerda, Mateo, la luna siempre estará ahí para guiarte. Nunca dejes de soñar.” Y así, con el corazón lleno de luz, Mateo regresó a su hogar, donde la luna brillaba más que nunca, iluminando sus sueños y los de todos los habitantes de San Esteban.
Desde esa noche, cada vez que Mateo miraba al cielo, sabía que la luna era su amiga, su guardiana, y que siempre estaría cuidando de sus sueños y los de su pueblo. Y así, los sueños de San Esteban florecieron, llenos de esperanza y alegría, como las flores de cempasúchil que adornaban el patio de Mateo.
Con el tiempo, Mateo se convirtió en un gran cuentacuentos, compartiendo las historias de la luna y los sueños con todos los niños del pueblo. Y cada noche, antes de dormir, miraba al cielo y sonreía, sabiendo que la luna siempre estaría ahí, iluminando su camino.
Y así, con el corazón lleno de sueños y la luna brillando en el cielo, Mateo se quedó dormido, soñando con nuevas aventuras y con la certeza de que siempre habría luz en la oscuridad.
Moraleja del cuento “El guardián de los sueños lunares”
Los sueños son el reflejo de nuestro corazón y, al cuidarlos, podemos iluminar nuestro camino y el de los demás. Nunca dejes de soñar, porque en cada sueño hay una chispa de magia que puede cambiar el mundo.