El dulce arrullo del xoloitzcuintle
Era una noche tranquila en el pequeño pueblo de Santa Paloma, donde las estrellas bailaban en el cielo y la luna sonreía cómplice. En el corazón del pueblo, una pequeña casa de adobe se iluminaba tenuemente, y desde dentro se escuchaban risas y suaves cantos. En esa casa vivía una niña llamada Valentina, una pequeña de cabellos lacios y negros como el ébano, con ojos grandes y curiosos que parecían reflejar el brillo de las estrellas.
Valentina era conocida en el pueblo por su risa contagiosa y su insaciable curiosidad. Tenía un amigo inseparable, un xoloitzcuintle llamado Tezcatlipoca, un perro sin pelo que resaltaba por su pelaje suave y gris, y cuyas grandes orejas estaban siempre alerta. Tezcatlipoca, con su carácter noble y juguetón, seguía a Valentina a todas partes y juntos compartían aventuras que enriquecían sus corazones.
Esa noche, mientras la abuela de Valentina tejía una manta colorida, la niña decidió que era el momento perfecto para disfrutar de una nueva aventura. “¡Abuelita, cuéntame sobre las leyendas de la luna!”, pidió Valentina con ansias. La abuela sonrió, consciente de que estaba a punto de encender la imaginación de su pequeña nieta. “Claro, mi amor. La luna está llena de historias. Una de ellas habla de un xoloitzcuintle que ayudó a un espíritu a encontrar el camino de regreso a casa”, dijo la abuela mientras las agujas de su telar chisporroteaban en la luz.
“¿De verdad? ¿Cómo se llamaba ese xoloitzcuintle?”, inquirió Valentina con los ojos brillantes. “Se llamaba Iztatl, y se dice que tenía la habilidad de comunicarse con las estrellas. Cada noche, Iztatl se sentaba bajo el cielo y les contaba a las estrellas sus sueños y anhelos”, explicó la abuela con un tono nostálgico. “Me encantaría conocer a Iztatl”, murmuró Valentina. “Quizás podamos ayudar a un espíritu también”.
Su alma aventurera despertó, y antes de que la abuela terminara de contar la historia, Valentina se armó de valor y decidió buscar a Iztatl en el campo. “¡Vamos, Tezcatlipoca!”, exclamó. El xoloitzcuintle ladró con alegría mientras la niña se precipitaba hacia la puerta.
La luna brillaba intensamente mientras Valentina y Tezcatlipoca caminaban, saltando en medio de los campos de flores y hierbas que susurraban con el viento. El ambiente nocturno estaba impregnado del olor fresco de la tierra y del canto lejano de las ranas que entonaban un canto alegre. “Estoy segura de que Iztatl estará por aquí, ¡las estrellas lo están llamando!”, decía Valentina emocionada.
Al pasar por un pequeño arroyo que serpenteaba entre las piedras, Valentina escuchó un susurro que llenó el aire. “¿Quién anda ahí?”, preguntó con la voz cautelosa. Tezcatlipoca, al escuchar el susurro, se quedó alerta, su hocico en alto. “Soy el espíritu de una estrella perdida”, dijo una voz melodiosa desde la oscuridad.
Desde la sombra de un gran árbol de guayabo, apareció un destello de luz suave. “Tezcatlipoca, Valentina, he estado esperando su llegada”, continuó el espíritu y, de repente, la sombra se convirtió en una figura resplandeciente. Tenía forma de un hermoso xoloitzcuintle, pero su pelaje brillaba como las estrellas mismas. “Yo soy Iztatl”, se presentó con una sonrisa encantadora, “y he venido a que juntos cumplamos un deseo”.
Valentina quedó maravillada. “¡Eres tú! He oído hablar de ti. ¿Cómo podemos ayudarte?”, preguntó con emoción. “Necesito que me ayuden a encontrar un camino de regreso al cielo, donde mis hermanas están esperando por mí. Pero para hacerlo, debemos resolver tres acertijos que los ancianos de las estrellas han planteado”, explicó Iztatl con una mirada sabia.
Valentina a lo largo de su vida había escuchado historias sobre acertijos y sabía que debía concentrarse. “¡Estoy lista!”, dijo con determinación. “¿Cuál es el primer acertijo?”, preguntó.
Iztatl les miró con gracia y dijo: “Primero, escuchen con atención. Si el sol es un rey y la luna su reina, ¿qué es el amanecer?”. Valentina entrecerró los ojos, y después de un momento de reflexión exclamó: “¡Es el puente entre el día y la noche!”. Iztatl sonrió ampliamente. “Correcto, querida. ¡Un paso más cerca de mi hogar!”
El segundo acertijo llegó rápidamente. “¿Qué camina con cuatro patas por la mañana, con dos patas al mediodía, y con tres patas por la tarde?” Valentina se pudo ver reflejando en los recuerdos de las historias de su abuela y de la vida. Después de un instante de silencio, la niña gritó: “¡Es el hombre, que gatea de bebé, camina cuando adulto y usa un bastón cuando viejo!”. Iztatl, completamente emocionado, comenzó a danzar alrededor de ellos. “¡Han resuelto el segundo acertijo! Solo queda uno más, y sabrán lo que necesitan”.
Esa noche, bajo la luz suave de la luna y las estrellas brillantes, Valentina no podía dejar de asombrarse por cómo caminaba Iztatl, como si fluyera con el aire. “Dime, ¿cuál es el último acertijo?”, preguntó Valentina con una voz llena de determinación. “El último acertijo es el siguiente: ¿Qué siempre tiene el mismo tamaño sin importar las circunstancias?” La niña pensó profundamente. Miró las estrellas, el cielo y finalmente exclamó: “¡Es el amor! Siempre permanece constante”.
“¡Correcto!”, celebró Iztatl, llenando la noche con su luz reconfortante. “Gracias, Valentina. Mi espíritu está tan agradecido. Ahora, juntos, vamos a buscar el camino hacia el cielo”. Con un movimiento suave de su cola, Iztatl guió a Valentina y a Tezcatlipoca hacia un sendero brillante que iluminaba el cielo nocturno.
Mientras ascendían hacia las estrellas, Valentina sintió una calidez en su corazón, como si todos sus sueños se hicieran realidad. “Desearía que este momento nunca terminara”, susurró. Cuando finalmente llegaron al límite del cielo, Iztatl se volvió y dijo: “Recuerden siempre que el amor y la amistad son el camino hacia la luz”.
Con una suave despedida, Iztatl ascendió al cielo, mientras Valentina y Tezcatlipoca comenzaban su descenso de vuelta al pueblo. La niña abrazó a su amigo con fuerza y dijo llena de alegría: “Hoy hemos vivido una gran aventura, Tezcatlipoca, y siempre recordaremos nuestra conexión con las estrellas”.
Regresaron a casa con el corazón lleno de alegría y sus almas radiantes. Aquella noche, mientras Valentina se acomodaba en su cama, miró por la ventana y vio a Iztatl brillando como una estrella. “Buenas noches, Iztatl”, susurró mientras se quedaba dormida, sintiendo el dulce arrullo de su xoloitzcuintle a su lado.
A partir de esa noche, Valentina contaba su historia a todos los habitantes del pueblo, y cada vez que miraba al cielo, sabía que el amor las unía a todos en un abrazo eterno.
Moraleja del cuento “El dulce arrullo del xoloitzcuintle”
El amor y la amistad nos guían en nuestro camino, incluso en las noches más oscuras, y nos muestran que siempre estamos conectados a quienes amamos, sin importar la distancia.
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