Cuento: “El dragón que vivía en el Popocatépetl”
En un rincón mágico de México, donde los cielos se encuentran con las montañas y el aire se siente lleno de leyendas, se erguía majestuoso el volcán Popocatépetl. A su lado, la pequeña ciudad de Puebla se llenaba de color y vida, con sus casas de azulejos brillantes y sus mercados bulliciosos. Pero, más allá de todo esto, en las profundidades de la montaña, un secreto guardado desde tiempos inmemoriales aguardaba: un dragón de escamas brillantes como el oro y ojos que destilaban la sabiduría de los siglos.
El dragón se llamaba Xolotl. Era un ser amable, aunque su apariencia imponente a menudo asustaba a los que se atrevían a acercarse al volcán. Su gran cuerpo, cubierto de escamas que resplandecían al sol, le otorgaba una presencia majestuosa. A pesar de su tamaño, Xolotl tenía un corazón bondadoso y un espíritu curioso. Le encantaba observar a los humanos desde su hogar en la cima del Popocatépetl, admirando su forma de vivir, sus costumbres y su alegría.
Un día, mientras Xolotl miraba hacia abajo, notó que un grupo de niños jugaba en un campo de flores. Sus risas llenaban el aire, y Xolotl, intrigado, decidió bajar un poco para acercarse. Se deslizó suavemente por la ladera del volcán, asegurándose de que su sombra no asustara a los pequeños. Cuando finalmente se detuvo, se ocultó tras un grupo de árboles frondosos, su corazón palpitando con emoción.
Los niños, al notar algo inusual, comenzaron a explorar. Entre ellos estaban Valeria, una niña de ojos brillantes y cabello rizado, y su hermano pequeño, Miguel, un niño curioso y aventurero. “¿Vieron eso? Creo que algo se mueve entre los árboles”, dijo Valeria, con un tono lleno de emoción. “Vamos a ver”, respondió Miguel, con una sonrisa traviesa en su rostro.
Cuando se acercaron, Xolotl, temiendo ser descubierto, decidió mostrarles que no tenía nada de qué temer. Con un suave movimiento de su cola, hizo caer unas flores sobre ellos. “¡Miren! Es un regalo de la montaña”, exclamó Valeria, maravillada. “¿Qué tal si lo recogemos?” Miguel se rió y asintió, sin darse cuenta de que el verdadero regalo estaba por venir.
Justo cuando estaban a punto de irse, Xolotl decidió hacerse visible. Alzando su gran cabeza, dijo con voz profunda y melodiosa: “Hola, pequeños. No tengan miedo, soy Xolotl, el guardián de este volcán”. Valeria y Miguel se quedaron paralizados de asombro. “¿Un dragón? ¡Nunca hemos visto uno!” gritó Miguel, su voz temblando entre el miedo y la emoción.
“¡No se asusten! No vengo a hacerles daño. Solo quiero ser su amigo”, dijo Xolotl, mostrando su sonrisa amigable. Valeria, tras unos momentos de sorpresa, dio un paso adelante. “¿Podemos jugar contigo? ¡Siempre soñé con conocer un dragón!”, dijo emocionada. Xolotl sonrió aún más y aceptó gustosamente.
Así, comenzaron una hermosa amistad. Cada tarde, los niños subían al volcán, donde Xolotl les enseñaba sobre las plantas y animales que habitaban la montaña. Les contaba historias sobre el sol y la luna, sobre la tierra y los ríos, llenando sus corazones de maravillas. Pero no todo era diversión; un día, el volcán comenzó a temblar.
“¡Xolotl! ¿Qué está pasando?” preguntó Valeria, con el corazón latiendo con fuerza. “El volcán está enojado. Debo calmarlo, o podría erupcionar y poner en peligro a todos”, explicó Xolotl con seriedad. Los niños sintieron miedo, pero también un profundo deseo de ayudar a su amigo.
“¿Cómo podemos ayudarte?” preguntó Miguel, decidido a no quedarse de brazos cruzados. Xolotl pensó por un momento. “Necesito encontrar el canto del viento. Si logro hacerlo, podré apaciguar al volcán. Pero es un viaje peligroso y solitario”.
Valeria, con la mirada llena de determinación, dijo: “No, no irás solo. Vamos contigo”. Xolotl sonrió, conmovido por su valentía. “Está bien, pero deben seguir mis instrucciones con cuidado”, advirtió.
Juntos, emprendieron el camino hacia la cima del Popocatépetl. A medida que ascendían, el aire se tornaba más frío y el paisaje más rocoso. En el camino, se encontraron con una tormenta que los obligó a buscar refugio. “¡Rápido, detrás de esa roca!”, gritó Miguel. Mientras la lluvia caía, Xolotl se colocó a su lado, protegiéndolos con sus grandes alas.
“Esto es un desafío, pero debemos seguir adelante”, dijo Xolotl, y los niños asintieron, llenos de valor. Tras varias horas, llegaron a un claro donde el viento soplaba fuerte y libre. “Aquí es donde debo cantar”, dijo Xolotl. Con un profundo suspiro, comenzó a entonar una melodía hermosa y resonante. El viento pareció responder, llevándose su canto hacia el cielo.
De repente, la tierra tembló menos y el aire se llenó de calma. “¡Lo logramos!”, exclamó Valeria, abrazando a Miguel. “Sí, lo hicimos juntos”, respondió Miguel, con una gran sonrisa. Xolotl miró a los niños con orgullo y agradecimiento. “Gracias, amigos. Sin su valentía, no habría podido hacerlo”.
De regreso en el pueblo, los habitantes comenzaron a notar que el volcán ya no estaba tan inquieto. Las leyendas sobre el dragón que protegía el Popocatépetl se esparcieron rápidamente, y los niños, ahora conocidos como los “Guardianes de Xolotl”, eran los héroes del pueblo. Las familias, al ver la paz restaurada, empezaron a organizar festivales en honor a su dragón amigo, llenando el aire con risas y música.
Así, Xolotl y los niños continuaron su amistad, enseñando a los demás sobre el respeto por la naturaleza y la importancia de la valentía y la cooperación. Y cada vez que el viento soplaba en el Popocatépetl, la gente sabía que el dragón siempre estaría allí, cuidando de su hogar y de todos los que amaban la montaña.
Moraleja del cuento “El dragón que vivía en el Popocatépetl”
La amistad y el valor pueden mover montañas, y juntos, incluso los desafíos más grandes se vuelven pequeñas aventuras. En el corazón de cada uno, hay un dragón listo para proteger y aprender de la magia de la naturaleza.
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