Cuento: “El día en que la familia plantó un árbol juntos”
Era un hermoso sábado por la mañana en el pequeño pueblo de San José de las Flores. El sol brillaba intensamente en el cielo, y una suave brisa movía las hojas de los árboles. En la casa de la familia López, se escuchaban risas y el aroma de las tortillas recién hechas llenaba el aire. Don Miguel, el padre de la familia, había propuesto un plan muy especial: ¡plantar un árbol juntos!
“¡Vamos a hacer algo grande por nuestro hogar!”, dijo Don Miguel con una gran sonrisa. “Hoy plantaremos un árbol que nos dará sombra y nos recordará la importancia de cuidar la naturaleza”.
Su esposa, Doña Rosa, siempre apoyando las ideas de su esposo, agregó: “Y además, este árbol será un símbolo de nuestra unión como familia”. Los hijos, Mariana y Tomás, estaban emocionados. Mariana, de diez años, era la más responsable y siempre estaba dispuesta a ayudar. Tomás, de siete, era un pequeño soñador, siempre lleno de preguntas.
“Mamá, ¿qué tipo de árbol plantaremos?”, preguntó Tomás, sus ojos brillando con curiosidad.
“Plantaremos un nopal, mi amor”, respondió Doña Rosa. “Los nopales son muy importantes en nuestra cultura, y además, nos darán deliciosos tunas”.
Mariana, emocionada, exclamó: “¡Sí! Y también podremos hacer ensaladas con los nopales. ¡Esto será divertido!”.
Después de desayunar, la familia se preparó para la tarea. Don Miguel trajo las herramientas: una pala, una azada y una regadera. Mientras tanto, Doña Rosa organizó algunos bocadillos para el camino, en caso de que el trabajo diera hambre.
“¡Vamos a la llanura detrás de la casa, allí hay suficiente espacio!”, sugirió Don Miguel. Todos asintieron, y juntos caminaron hacia el lugar. El sol iluminaba el campo lleno de flores silvestres, mariposas danzaban en el aire, y el canto de los pájaros se escuchaba a lo lejos.
Al llegar, Don Miguel mostró a sus hijos el lugar perfecto. “Aquí es donde el nopal crecerá fuerte y sano. ¿Qué les parece?”. Mariana y Tomás miraron el terreno y asintieron emocionados.
Mientras comenzaban a cavar, Mariana tomó la pala con determinación. “¡Voy a hacer el agujero más grande que podamos!”, gritó, riendo. Tomás, siempre competitivo, replicó: “¡Yo también! ¡Verás que yo puedo hacer un agujero más rápido!”.
La risa y los gritos de los niños llenaban el aire, mientras Don Miguel y Doña Rosa supervisaban con cariño. Pero, de repente, mientras cavaban, Mariana se encontró con algo duro en el suelo. “¡Papá! ¡Creo que encontré una piedra enorme!”, exclamó con sorpresa.
Don Miguel se acercó y examinó la piedra. Era un gran pedazo de piedra de obsidiana, brillante y negro. “¡Guau! Esto es interesante”, dijo, levantando la piedra. “Podemos usarla como un adorno para nuestro árbol cuando crezca”.
Mientras tanto, Tomás estaba muy entusiasmado. “¡Vamos a hacer un ritual para darle suerte a nuestro árbol!”, propuso. Todos se detuvieron y lo miraron con curiosidad.
“¿Qué tipo de ritual, Tomás?”, preguntó Doña Rosa.
“Podemos hacer una pequeña ceremonia, y cada uno de nosotros puede decir algo bonito sobre el árbol que plantaremos”, sugirió el pequeño, lleno de entusiasmo.
Así que se sentaron en círculo alrededor del agujero que habían hecho, con la piedra de obsidiana en el centro. Mariana fue la primera en hablar. “Yo deseo que nuestro árbol crezca fuerte y que nos dé muchas tunas. Quiero que siempre tengamos un lugar donde jugar”.
Tomás, emocionado, añadió: “Yo deseo que todos los animales vengan a visitarlo y que las aves hagan nido en sus ramas”. Don Miguel y Doña Rosa se miraron con una sonrisa, conmovidos por la creatividad de sus hijos.
“Yo deseo que nuestro árbol nos recuerde siempre que debemos cuidar de la naturaleza y ser una familia unida”, concluyó Don Miguel, con una voz profunda y serena. Doña Rosa, al ver la unión de sus hijos y su esposo, sintió una calidez en su corazón.
Finalmente, comenzaron a plantar el nopal. Mariana y Tomás, llenos de energía, llenaron el agujero con tierra, mientras Don Miguel sostenía el árbol y Doña Rosa lo regaba con cuidado. “Con cada palada de tierra, estamos creando un hogar para este árbol, así como nuestro hogar es un refugio para nosotros”, explicó Doña Rosa.
De repente, una nube oscura apareció en el horizonte. “¡Miren, se viene una tormenta!”, advirtió Mariana. La familia miró hacia el cielo, preocupada. “¿Qué hacemos?”, preguntó Tomás, un poco asustado.
“No podemos dejar el árbol desprotegido”, dijo Don Miguel. “¡Rápido! Cubramos el nopal con la piedra de obsidiana para protegerlo del agua!”
La familia se apresuró y colocó la piedra sobre el árbol, justo a tiempo antes de que la lluvia comenzara a caer. La tormenta rugió, pero la familia se abrazó y se protegió unos a otros. Mientras escuchaban el sonido de la lluvia, se sintieron afortunados de estar juntos.
Después de unos minutos, la tormenta pasó, y un arcoíris hermoso apareció en el cielo. “¡Miren! Es un signo de que nuestro árbol estará a salvo”, dijo Tomás con una gran sonrisa.
Al finalizar el día, el nopal estaba plantado, la piedra brillaba con el reflejo del sol y la familia se sintió más unida que nunca.
“Este día será recordado como el día en que nuestra familia plantó un árbol juntos”, dijo Doña Rosa con ternura.
Y así fue, el nopal creció fuerte y sano, convirtiéndose en un símbolo de la unión de la familia López y recordándoles la importancia de cuidar la naturaleza.
Moraleja del cuento “El día en que la familia plantó un árbol juntos”
La familia que siembra amor y cuidado, cosecha siempre la fuerza de la unidad y el respeto por la vida.
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