El colibrí y la magia de los jacarandás

El colibrí y la magia de los jacarandás

Cuento: “El colibrí y la magia de los jacarandás”

Era una mañana de primavera en el pequeño pueblo de San Luis del Río, donde los rayos del sol se filtraban entre las hojas de los árboles, creando un espectáculo de luces y sombras. Las flores empezaban a despertar, llenando el aire con sus fragancias dulces, y el canto de los pájaros resonaba alegremente. En el centro del pueblo, se alzaban majestuosos los jacarandás, cuyos troncos fuertes y hojas verdes eran el hogar de muchos pequeños seres del bosque.

Entre estos seres, destacaba un colibrí llamado Chispita. Chispita era un colibrí pequeño, de plumas iridiscentes que brillaban con los colores del arcoíris. Su corazón era tan ligero como sus alas, y siempre estaba en busca de aventuras. “¡Hoy será un gran día!”, pensó mientras zumbaba alrededor de un jacarandá. “Debo encontrar la flor más hermosa para mi colección”.

Chispita se acercó a la rama de un jacarandá, donde un grupo de mariposas de colores vibrantes se posaba, danzando al ritmo de la brisa. “¡Hola, amigas! ¿Cuál es la flor más bonita que han visto hoy?”, preguntó entusiasmado.

“¡En el campo de flores de la abuela Elena hay unas que brillan como estrellas!”, respondió una mariposa llamada Lulú, moviendo sus alas con alegría. “Pero cuidado, Chispita, porque también hay un pequeño río que hay que cruzar”.

“¡No hay problema!”, contestó Chispita con confianza. “Volaré sobre el río como un rayo”. Con un rápido aleteo, se despidió de las mariposas y partió hacia el campo de flores.

El cielo estaba despejado y Chispita disfrutaba del suave viento que acariciaba su plumaje. Al llegar al campo, sus ojos se iluminaron al ver un mar de flores en tonos de rosa, amarillo y morado. Pero lo que más llamó su atención fue una flor brillante en el centro del campo. Era de un color azul profundo, y Chispita sintió que tenía que acercarse.

Sin embargo, justo cuando estaba a punto de aterrizar, un ruido fuerte rompió la tranquilidad del lugar. “¡Prrr! ¡Prrr!”, sonó una voz grave. Era Don Chucho, un viejo zorro que siempre había sido un poco gruñón. “¡Fuera de aquí, colibrí! ¡Esta es mi zona!”, exclamó mientras se acercaba.

Chispita se detuvo en el aire, nervioso. “Pero, Don Chucho, solo quiero ver la flor”, dijo con respeto. “No te haré daño”.

“¡No me importa! ¡Las flores son mías!”, bramó el zorro, mostrando sus dientes afilados. Chispita, con el corazón latiendo fuerte, pensó rápido. “Tal vez si le ofrezco algo, se calmará”, se dijo a sí mismo.

“Está bien, Don Chucho. Si me dejas ver la flor, prometo traerte la fruta más dulce del pueblo”, sugirió Chispita, recordando los dulces higos que crecían cerca de la casa de la abuela Elena.

Don Chucho se quedó en silencio, pensativo. “¿Fruta dulce, dices? Hmm… ¿Cuántos higos me traerás?”, preguntó con curiosidad.

“Te prometo tres de los más jugosos”, respondió Chispita, sintiéndose más seguro. Don Chucho sonrió, y sus ojos se iluminaron. “De acuerdo, colibrí. Solo por esta vez”.

Con cuidado, Chispita se acercó a la flor y quedó maravillado. “¡Es aún más hermosa de lo que pensé!”, exclamó. Los pétalos eran tan suaves que parecía que estaban hechos de seda, y el aroma era embriagador. Mientras disfrutaba de la belleza, recordó su promesa. “Debo volver rápido a traer los higos”.

Y así lo hizo. Chispita voló rápidamente hacia la casa de la abuela Elena, donde recogió los higos más jugosos y dulces que pudo encontrar. Al regresar al campo, Don Chucho lo esperaba ansioso.

“¡Aquí tienes, Don Chucho! Tres higos, como prometí”, dijo Chispita, dejando caer la fruta a los pies del zorro.

Don Chucho, emocionado, se agachó para probar uno de los higos. “Mmm… ¡delicioso!”, dijo mientras saboreaba el dulce. “Tal vez no seas tan malo, colibrí”.

Chispita sonrió. “Y tú tampoco, Don Chucho. Las flores y la primavera son para todos. Podemos compartirlas”.

Desde ese día, una inesperada amistad nació entre el colibrí y el zorro. Chispita visitaba a Don Chucho a menudo, trayendo higos frescos, y a cambio, Don Chucho le contaba historias de las antiguas leyendas del bosque. Juntos aprendieron a apreciar la belleza de la primavera y a cuidarse mutuamente.

Los jacarandás florecieron más que nunca esa temporada, y sus ramas se llenaron de color, creando un espectáculo digno de admirar. Chispita, al volar entre las flores, sentía que la magia de los jacarandás estaba viva, uniendo corazones y creando amistades inesperadas.

Moraleja del cuento “El colibrí y la magia de los jacarandás”

A veces, una pequeña promesa puede florecer en una gran amistad; compartiendo lo que somos, encontramos la magia que une nuestros corazones.

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Abraham Cuentacuentos


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