El colibrí y la flor eterna

El colibrí y la flor eterna

El colibrí y la flor eterna

En un rincón del vasto y colorido México, donde los cielos se tiñen de un azul profundo y las montañas se abrazan con las nubes, se encontraba un pequeño pueblo llamado San Rosalía. Este lugar, famoso por sus vibrantes mercados y sus fiestas llenas de música y alegría, era también hogar de una leyenda que hablaba de un colibrí mágico y una flor eterna. La historia comenzaba en la casa de Doña Clara, una anciana sabia y amable que siempre tenía una sonrisa en el rostro y un consejo listo para quienes lo necesitaban.

Doña Clara, con su cabello canoso recogido en un moño deshecho y sus ojos brillantes como dos luceros, era conocida por su habilidad para contar historias. Cada tarde, los niños del pueblo se reunían a su alrededor, sentados en el suelo de tierra, mientras ella les relataba cuentos de amor, aventuras y magia. Pero había uno que siempre mantenía en secreto, uno que hablaba de un amor tan profundo que desafiaba el tiempo y el espacio.

Un día, mientras el sol se ocultaba detrás de las montañas, Doña Clara decidió que era hora de compartir la historia del colibrí y la flor eterna. “Escuchen bien, pequeños”, comenzó, “porque esta es una historia de amor que florece en los corazones más puros.”

La leyenda contaba que en lo más profundo de la selva, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, existía una flor de colores vibrantes que nunca marchitaba. Se decía que solo el colibrí más valiente podía encontrarla, y que quien la poseyera, tendría el amor eterno. El colibrí, llamado Xochitl, era un pequeño pájaro de plumas iridiscentes que brillaban como el oro al sol. Su corazón, sin embargo, estaba lleno de tristeza, pues había perdido a su amada, una hermosa mariposa llamada Itzel.

“¿Por qué no la buscas, Xochitl?” le preguntó un viejo búho que lo observaba desde una rama. “La flor eterna puede ayudarte a encontrarla.”

“Pero, ¿cómo puedo encontrarla si no sé dónde buscar?” respondió el colibrí, su voz temblorosa como el viento. “La selva es vasta y llena de peligros.”

“Confía en tu corazón”, aconsejó el búho. “Él te guiará.” Con esas palabras resonando en su mente, Xochitl decidió emprender su viaje. Voló entre los árboles, sintiendo la brisa acariciar sus alas, mientras su corazón latía con esperanza y determinación.

En su camino, se encontró con varios personajes que le ofrecieron su ayuda. Primero, conoció a una tortuga sabia llamada Tlaloc, que le dijo: “La flor eterna crece en el corazón de la selva, pero solo aquellos que son verdaderamente valientes pueden encontrarla.”

“Soy valiente”, respondió Xochitl, “pero tengo miedo de no encontrarla.”

“El miedo es natural, pequeño amigo. Pero recuerda, el amor es más fuerte que cualquier temor”, le dijo Tlaloc con una sonrisa tranquilizadora.

Con renovada determinación, Xochitl continuó su viaje. Después de volar durante horas, llegó a un claro iluminado por la luz de la luna. Allí, se encontró con una hermosa flor que brillaba con una luz propia. Era la flor eterna, y su aroma era tan dulce que llenaba el aire de una fragancia embriagadora.

“¡He llegado!” exclamó Xochitl, acercándose a la flor. Pero justo cuando estaba a punto de tocarla, una sombra oscura apareció ante él. Era un jaguar, imponente y feroz, que lo miraba con ojos de fuego.

“¿Qué haces aquí, pequeño colibrí?” rugió el jaguar, su voz resonando como un trueno. “Esta flor es mía, y no permitiré que nadie se acerque.”

“Solo busco el amor de mi vida”, respondió Xochitl, temblando de miedo pero decidido a no rendirse. “Si me dejas tocar la flor, prometo que te ayudaré a encontrar lo que más deseas.”

El jaguar, sorprendido por la valentía del colibrí, se detuvo a pensar. “¿Y qué es lo que deseo?” preguntó, su voz ahora más suave.

“Deseas ser libre, ¿no? Libre de la soledad que te consume”, contestó Xochitl, recordando las historias que había escuchado sobre el jaguar. “Si me dejas tocar la flor, te prometo que te ayudaré a encontrar la compañía que anhelas.”

El jaguar, tocado por las palabras del colibrí, decidió darle una oportunidad. “Está bien, pequeño. Toca la flor, pero recuerda tu promesa.”

Xochitl se acercó a la flor eterna y, al tocar sus pétalos, una luz brillante lo envolvió. En ese instante, sintió una conexión profunda con Itzel, su amada mariposa. “Itzel, estoy aquí”, susurró, y de repente, la mariposa apareció ante él, radiante y hermosa como siempre.

“Xochitl, te he estado esperando”, dijo Itzel, sus alas brillando con colores que nunca había visto. “Tu amor me ha traído de vuelta.”

El jaguar, al ver la escena, sintió una punzada de soledad en su corazón. “¿Y yo? ¿Qué hay de mí?” preguntó, su voz llena de anhelo.

“No te preocupes, amigo jaguar”, dijo Itzel con una sonrisa. “Hay muchas criaturas en la selva que también buscan compañía. Te ayudaré a encontrar a alguien que comparta tu vida.”

Con el corazón lleno de alegría, Xochitl e Itzel volaron juntos, mientras el jaguar los seguía, sintiendo que su soledad comenzaba a desvanecerse. Juntos, se adentraron en la selva, donde la magia de la amistad y el amor florecía en cada rincón.

Finalmente, encontraron a una hermosa pantera que también anhelaba compañía. El jaguar y la pantera se miraron a los ojos, y en ese instante, supieron que habían encontrado lo que buscaban. Con un suave roce de sus cuerpos, comenzaron a compartir su historia, mientras Xochitl e Itzel danzaban a su alrededor, celebrando el amor que había unido a todos.

Así, en el corazón de la selva, el colibrí y la flor eterna se convirtieron en símbolos de amor y amistad, recordando a todos que, aunque el camino pueda ser difícil, el amor siempre encuentra la manera de florecer.

Doña Clara terminó su relato, y los niños, con los ojos brillantes de emoción, se quedaron en silencio, soñando con el colibrí y la flor eterna. “Recuerden, pequeños”, dijo la anciana, “el amor verdadero siempre encuentra su camino, y nunca debemos dejar de buscarlo.”

Moraleja del cuento “El colibrí y la flor eterna”

El amor es un viaje que a veces puede ser difícil, pero siempre vale la pena recorrerlo. Nunca dejes de buscar lo que amas, porque el verdadero amor florece en los corazones que son valientes y sinceros.

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Abraham Cuentacuentos