El colibrí y el fuego del volcán
En un rincón mágico de México, donde las montañas se abrazan con el cielo y los ríos cantan melodías antiguas, vivía un pequeño colibrí llamado Tizón. Su plumaje era de un verde esmeralda brillante, y sus ojos, dos pequeños destellos de luz, reflejaban la curiosidad de su corazón. Tizón era conocido en todo el bosque por su valentía y su inquebrantable deseo de explorar lo desconocido.
Un día, mientras revoloteaba entre las flores de un jardín lleno de colores, escuchó un murmullo entre los árboles. Era su amiga, la tortuga llamada Lulú, quien se asomaba con su cabeza entre las hojas. “Tizón, ¿has oído hablar del volcán que está al norte? Dicen que su fuego es tan brillante que ilumina la noche como si fuera día”, dijo Lulú, con su voz pausada y sabia.
“¡No! Pero eso suena increíble. ¿Por qué no vamos a verlo?”, exclamó Tizón, sus alas vibrando de emoción.
“Es peligroso, Tizón. El fuego puede quemar y el volcán puede hacer erupción”, advirtió Lulú, moviendo su cabeza con preocupación.
“Pero, ¿y si el fuego es hermoso? ¿Y si hay algo mágico allí?”, insistió el colibrí, sus ojos brillando con la idea de la aventura.
Finalmente, Lulú cedió. “Está bien, pero debemos ser cuidadosos. Prométeme que no te alejarás demasiado.”
Así, con el sol brillando en lo alto, Tizón y Lulú emprendieron su viaje hacia el volcán. A medida que se acercaban, el aire se tornaba más cálido y el aroma a tierra húmeda y flores silvestres se mezclaba con el olor a azufre. “Mira, Tizón, allí está”, dijo Lulú, señalando una gran montaña que se alzaba majestuosamente, con humo danzando en su cima.
“¡Es impresionante!”, gritó Tizón, volando en círculos de alegría. “Voy a acercarme un poco más.”
“Ten cuidado, Tizón”, advirtió Lulú, mientras el colibrí se acercaba al borde del cráter. De repente, un rugido profundo resonó en el aire, y el volcán comenzó a temblar. “¡Regresa, Tizón!”
Pero el pequeño colibrí, embelesado por el espectáculo, no escuchó. En ese momento, una chispa brillante salió disparada del volcán, iluminando el cielo. Tizón, sorprendido, dio un giro en el aire y se encontró volando hacia el fuego. “¡Es hermoso!”, pensó, mientras las llamas danzaban como estrellas en la noche.
De pronto, una nube de ceniza se alzó, cubriendo todo a su alrededor. “¡Tizón, ven aquí!”, gritó Lulú, quien había comenzado a preocuparse. “¡No es seguro!”
El colibrí, en su intento de escapar, se dio cuenta de que había perdido el rumbo. “¡Oh no! ¿Dónde estoy?”, murmuró, sintiendo el pánico crecer en su pecho. “Lulú, ¿dónde estás?”
“Aquí, Tizón, aquí estoy”, respondió Lulú, quien había llegado a su lado. “Debemos salir de aquí, rápido.”
Con el corazón latiendo a mil por hora, Tizón siguió a su amiga. Juntos, volaron y caminaron, esquivando las rocas y el humo que salía del volcán. Finalmente, llegaron a un claro, donde el aire era más fresco y el cielo se despejaba.
“Lo hicimos, Tizón”, dijo Lulú, respirando aliviada. “Nunca más te alejes tanto, por favor.”
“Lo siento, Lulú. Solo quería ver lo hermoso que era”, respondió Tizón, sintiéndose un poco avergonzado.
“A veces, la belleza puede ser peligrosa. Pero lo importante es que aprendimos juntos”, dijo Lulú, sonriendo con ternura.
Desde ese día, Tizón y Lulú se convirtieron en los mejores amigos, explorando juntos, pero siempre con precaución. Y aunque el volcán seguía rugiendo en la distancia, sabían que lo más valioso era la amistad que habían forjado en su aventura.
Moraleja del cuento “El colibrí y el fuego del volcán”
La curiosidad es un hermoso regalo, pero siempre es importante recordar que la aventura debe ser acompañada de prudencia y cuidado. La verdadera belleza se encuentra en los momentos compartidos con quienes amamos.
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