Cuento: “El colibrí que susurraba canciones de cuna”
Era una hermosa mañana en el corazón de la selva mexicana, donde el sol se asomaba tímidamente entre las hojas verdes y las flores de colores vibrantes. En este mágico lugar, vivía un pequeño colibrí llamado Cielo. Su plumaje brillaba como el oro al sol, y sus alas revoloteaban con una rapidez que dejaba a todos boquiabiertos. Cielo no era un colibrí cualquiera; tenía un don especial: podía susurrar canciones de cuna que hacían que cualquier ser vivo se sintiera tranquilo y feliz.
Un día, mientras Cielo volaba de flor en flor, se encontró con una pequeña ardilla llamada Lala. Lala tenía una mirada triste y su pequeño corazón estaba preocupado. “¿Qué te pasa, amiga Lala?”, preguntó Cielo, aterrizando suavemente sobre una rama cercana.
“Oh, Cielo,” suspiró Lala, “mis pequeños amigos, los pajaritos, no pueden dormir. Están asustados por el ruido del viento y las sombras de la noche. No sé cómo ayudarles.”
Cielo, con su corazón generoso, decidió que haría todo lo posible para ayudar a Lala y a sus amigos. “No te preocupes, Lala. Yo les cantaré una canción de cuna esta noche. Ellos dormirán plácidamente, como si estuvieran flotando en nubes de algodón”, prometió.
Cuando llegó la noche, la selva se iluminó con un manto de estrellas. Cielo voló hasta el nido de los pajaritos, que estaban temerosos y con los ojos muy abiertos. “Hola, pequeños amigos,” dijo Cielo con voz suave. “Soy Cielo, el colibrí que susurra canciones de cuna. No tengan miedo, esta noche les cantaré una melodía mágica que los llevará a un mundo de sueños.”
Los pajaritos, al escuchar la dulzura de su voz, comenzaron a calmarse. Cielo se acomodó en una rama cercana y, con su hermoso canto, empezó a cantar una canción llena de ternura. Sus notas eran suaves como la brisa y su melodía danzaba entre las hojas, envolviendo a los pajaritos en un abrazo cálido.
“Duérmanse, pequeños, que la luna ya llegó, el viento sopla suave, y el mundo es un rincón de amor…” cantaba Cielo, mientras los ojos de los pajaritos comenzaban a cerrarse lentamente.
Sin embargo, justo cuando parecía que todos iban a caer en un profundo sueño, un fuerte estruendo interrumpió la paz de la selva. Era un jaguar que había decidido que era hora de jugar y estaba saltando entre los árboles. “¡Ja, ja, ja! ¿Por qué todos están tan callados? ¡Vamos a divertirnos!”, rugió el jaguar, haciendo que los pajaritos se asustaran aún más.
Cielo, al ver que sus amigos estaban nuevamente asustados, sintió que debía hacer algo más. “¡Espera, jaguar! ¡No asustes a los pequeños! Si dejas que duerman, prometo que te cantaré la canción más alegre de todas cuando despierten”, propuso Cielo, con una voz llena de determinación.
El jaguar, intrigado por la idea de una canción alegre, se detuvo. “¿De verdad? ¿Una canción que me haga sentir feliz?”, preguntó con curiosidad.
“Sí, una canción que te hará bailar y reír. Solo necesitas dejar que los pajaritos duerman”, respondió Cielo, moviendo sus alas con entusiasmo.
El jaguar, recordando las veces que había escuchado a otros animales cantar, se sintió tentado. “Está bien, les daré un momento de paz. Pero después, quiero esa canción”, dijo, mientras se acomodaba en una roca cercana, esperando ansiosamente.
Cielo sonrió, aliviado, y volvió a cantar su melodía suave y mágica. Poco a poco, los pajaritos se fueron dejando llevar por el canto y, finalmente, se quedaron dormidos, sus pequeñas cabezas apoyadas en el nido.
El jaguar, impresionado por la dulzura de la canción, se quedó en silencio. “No sabía que el canto de un colibrí podría ser tan hermoso. Gracias, Cielo”, dijo con sinceridad. “Nunca pensé que podría sentirme así.”
Al terminar la canción, Cielo se acercó al jaguar y, con una sonrisa traviesa, comenzó a cantar una melodía alegre. “Ahora que todos están dormidos, ¡es tu turno de disfrutar! Esta es la canción que hará que bailes sin parar.”
El jaguar, emocionado, comenzó a moverse al ritmo de la música, dejando atrás su actitud juguetona y convirtiéndose en un bailarín ágil. Los animales de la selva, al escuchar la música, comenzaron a unirse a la fiesta. Conejitos, serpientes y hasta tortugas se sumaron al ritmo.
La selva se llenó de risas y alegría, y cuando los pajaritos despertaron, vieron a todos sus amigos bailando y celebrando. “¡Mira, Cielo! ¡Todos están felices!”, exclamó Lala, llena de alegría.
“Sí, Lala. La música y la amistad pueden transformar cualquier momento difícil en una fiesta”, respondió Cielo, sonriendo mientras su corazón rebosaba de felicidad.
Así, la selva aprendió que la valentía y la generosidad de un pequeño colibrí podían hacer maravillas. Cielo, Lala y el jaguar se convirtieron en grandes amigos, compartiendo cada noche canciones de cuna y celebraciones bajo las estrellas.
Moraleja del cuento “El colibrí que susurraba canciones de cuna”
La amistad y la música pueden sanar corazones y transformar la tristeza en alegría, creando un mundo donde todos pueden soñar y ser felices.
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