Cuento: “El cactus pequeñito que soñaba con crecer fuerte”
En un rincón del desierto mexicano, donde el sol brillaba intensamente y las nubes jugaban al escondite, había un pequeño cactus llamado Cactito. Cactito era un cactus diminuto, de apenas unos centímetros de altura, con espinas que parecían más bien pequeñas estrellas que brillaban al sol. Su piel era verde y suave, y soñaba con convertirse en un cactus grande y robusto, como los que había visto en las historias de su abuela Cactia.
Un día, mientras Cactito tomaba un poco de sol, escuchó a unos pájaros que charlaban en la rama de un mezquite cercano. “¿Alguna vez has visto un cactus tan pequeño?” dijo uno de los pájaros. “Es tan diminuto que podría volar con nosotros si quisiera”, agregó otro, riendo. Cactito sintió un nudo en su corazón. “¿Por qué no puedo ser como ellos?”, pensó, “¿Por qué no puedo crecer fuerte y grande?”
Esa noche, mientras las estrellas comenzaban a parpadear en el cielo, Cactito se decidió a buscar la manera de crecer. “Tal vez si le pido ayuda a la luna, ella me dirá cómo hacerlo”, se dijo a sí mismo. Así que cerró sus ojos y susurró: “Querida luna, ¿cómo puedo ser un cactus fuerte y grande?”
La luna, al escuchar su petición, le respondió con una voz suave y melodiosa. “Pequeño Cactito, para crecer fuerte, debes aprender a ser paciente y a cuidar de ti mismo. A veces, el camino puede ser difícil, pero si perseveras, lograrás tus sueños”.
A la mañana siguiente, Cactito se sintió renovado. Decidido a crecer, comenzó a estirar sus pequeños brazos hacia el sol. “¡Voy a ser el mejor cactus que haya existido!”, exclamó. Pero pronto se dio cuenta de que crecer no era tan fácil. El sol, que antes parecía su amigo, ahora lo hacía sentir sediento. “¡Ay, cómo duele!”, gritó Cactito. “¡Necesito agua!”
Al poco tiempo, conoció a una simpática tortuga llamada Tula, que caminaba lentamente por el desierto. “Hola, pequeño cactus”, saludó Tula. “¿Por qué estás tan triste?” Cactito le contó su deseo de crecer y cómo le dolía la sed. Tula, con una sonrisa sabia, le dijo: “A veces, lo que más deseas requiere esfuerzo. Ven, te llevaré a un lugar donde el agua es más abundante”.
Cactito siguió a Tula, atravesando arenas doradas y piedras coloridas. En el camino, encontraron un grupo de mariposas que danzaban entre las flores. “¡Mira cómo vuelan libres!”, exclamó Cactito. “¡Yo también quiero volar!”. Tula le sonrió y le dijo: “Cada uno tiene su propia manera de brillar. Tú eres un cactus, y eso es hermoso. Crecerás fuerte y orgulloso”.
Finalmente, llegaron a un pequeño arroyo donde el agua corría alegremente. “¡Aquí tienes! Bebe, y tu sed se apaciguará”, dijo Tula. Cactito, emocionado, bebió un poco de agua y sintió cómo la vida recorría sus espinas. “¡Esto es maravilloso!”, gritó lleno de alegría. “Gracias, Tula”.
Día tras día, Cactito regresaba al arroyo con Tula, aprendiendo a cuidar de sí mismo. Con el tiempo, empezó a notar que su cuerpo se llenaba de fuerza y que crecía un poco más cada día. A veces, el viento soplaba fuerte y Cactito temía caer, pero siempre recordaba las palabras de la luna: “Debes ser paciente y cuidar de ti mismo”.
Una tarde, mientras descansaba bajo el sol, Cactito se dio cuenta de que ya no era el cactus pequeño y triste de antes. Ahora, había crecido tanto que podía mirar a su alrededor y ver todo el desierto. “¡Mira, Tula! ¡Soy grande!”, exclamó emocionado. “¡Lo logré!”.
Tula sonrió con orgullo. “Lo has logrado porque nunca dejaste de creer en ti mismo. A veces, el verdadero crecimiento no es solo en tamaño, sino también en valentía y amistad”. Y así, Cactito comprendió que no solo había crecido en altura, sino también en su corazón.
Desde ese día, Cactito se convirtió en un hermoso cactus, fuerte y lleno de vida. Sus espinas brillaban bajo el sol, y en su interior guardaba una historia de perseverancia, amistad y amor por la naturaleza. Ya no deseaba ser otro, porque sabía que ser él mismo era lo más maravilloso que podía ser.
Moraleja del cuento “El cactus pequeñito que soñaba con crecer fuerte”
A veces, para crecer fuerte, hay que aprender a ser paciente y valorar la amistad; lo importante no es solo el tamaño, sino el amor que guardamos en el corazón.
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